II Liga Élite del Béisbol cubanos: Un campeón que se veía venir

Los Cocodrilos tejieron el camino hacia la cima, algo que era ya un lanzamiento anunciado. Su nómina estaba por encima de los demás elencos del play off

Pero Matanzas, que ya es fuerte en sí mismo desde hace rato cuando apostó por nutrirse de peloteros de toda Cuba.

A Matanzas le tocaba ganar la II Liga Élite del Béisbol Cubano y eso hizo, aunque para lograrlo tuvo que echar mano a todas las cartas que se jugó.

Tras liderar con holgura la fase regular y vencida la oposición de Las Tunas con más facilidad de la que se creyó, por enfrentarse al campeón de la Serie Nacional, los yumurinos tejieron el camino hacia la cima, que era ya un lanzamiento anunciado.

Fui de quienes consideraron que los tuneros tenían para imponerse a un equipo cuya rimbombancia en la nómina podía pasarle factura y también por el hálito que siempre le queda al elenco que logra ganar el título más importante del béisbol cubano.

Pero Matanzas, que ya es fuerte en sí mismo desde hace rato cuando apostó por nutrirse de peloteros de toda Cuba —incluidos algunos de los que jugaron en la MLB como Erisbel Arruebarrena, o en otros circuitos, como Yadir Drake, que esta vez no estuvo—, ahora se armó hasta los dientes para conformar una batería temible, poderosa y eficaz, reforzada con Yordanis Samón, un hombre que, aunque no acaba de “gustarle” a la Comisión Nacional para hacer el Cuba, siempre descose la pelota con sus batazos. También con Rusney Castillo, quien, a pesar de no brillar a la altura del jugoso contrato que recibió tras llegar a las Grandes Ligas, tiene la madera del buen bateador; y con José Amaury Noroña, devenido jonronero.

Ellos, junto a los Cocodrilos “nativos”: Yurisbel Gracial, que al fin mostró en una final los argumentos por los que Japón lo contrató; Ariel Sánchez, siempre seguro y eficiente, y Eduardo Blanco, que a la calladita hace lo suyo, formaron lo que algunos consideraron un equipo Cuba dentro del béisbol actual y donde los propios terminaron por hablar más alto, pues fichados como Dariel Álvarez ni siquiera terminaron con el equipo.  

Para no dejar flancos abiertos, armaron un cerrojo de lujo en torno al cuadro con un espectacular Arruebarrena y el siempre impresionante Yordan Manduley, que caminó kilómetros desde Holguín para enseñar los atributos que conserva.

Lo más notorio fue una ofensiva demoledora, capaz de transmitir la mayor de las tranquilidades a un cuerpo de pitcheo que, por fin, pudo contar con Yoanny Yera como líder del staff; Noelvis Entenza, crecido como casi siempre, y Frank Luis Medina, cerrador exacto. Sí, porque allí donde las cosas se complicaban en un inning, estaba la batería para pasar el susto y responder, tal como ocurrió en el partido final.

A Matanzas, entonces, le tocaba ganar por “la libreta” y no es el campeón nacional del béisbol cubano, como se ha malenfocado, sino de la Liga Élite. Claro que para imponerse debió vencer también la digna resistencia de un Artemisa que le dio colorido a la final y le plantó pleito a los yumurinos, justo cuando muchos vaticinaban una barrida.

Los combativos artemiseños, hechos a la medida de su director Yulieski González: tan humildes como guerreros, tan sobrios como entregados en el terreno, tan decentes como valerosos, sin los favores mediáticos de sus rivales, y mucho menos con la ventaja de un equipo de lujo, hicieron su juego y no fueron presa fácil, ni cuando perdieron ni cuando obligaron a llevar a seis partidos la definición del título.

Aunque ello no resta méritos a la actuación global de un equipo que jugó con varios lesionados y sin Moinelo, por el sabor que suele dejar lo último que queda, la finalísima no merecía cerrar con un juego de ocho errores, siete de ellos por los perdedores, casi un remake de lo sucedido a Matanzas en el cuarto partido en el estadio 26 de Julio.

La reverencia, de todas maneras, para los subcampeones, los eléctricos de la Serie Nacional y de la Élite por ser algo así como la reivindicación de los de “abajo” o de los llamados débiles, y por mostrar que, si a los atributos de sus buenos bateadores y sus lanzadores eficaces se une el amor a la camiseta de los propios y los refuerzos, se pueden vencer los pronósticos, tanto como eliminar con facilidad a los mediáticos Industriales y presentarle combate a un Matanzas que los superaba en toda la lid.

La finalísima de la Liga Elite valió la pena. Primero, porque a pesar de no ser el béisbol soñado por los más exigentes y detractores, fue capaz, como sucedió en la anterior versión, de convocar a los amantes del deporte para seguirla y ser un poco la salvación de este deporte. Como ocurrió en la primera, ahora se jugó una fase regular a estadios semivacíos; mas, en la semifinal y, sobre todo en la final, los graderíos atrajeron al público que terminó por desbordar las gradas de los dos animadores del play off conclusivo.

Y eso fue en lo presencial. En lo virtual también las redes se inundaron, para bien, aunque algunas veces se habló de ella para mal. Lo peor es que no se hable.

Valió la pena por ver el regreso del jonrón, la vedette de los juegos, y por joyas como los relevos de Liván Moinelo, que luchó como un artemiseño más, a pesar de su abolengo japonés. Valió la pena por el juegazo con que Erlis Casanova permitió el abrazo de la finalísima cuando lanzó desde y con el corazón en medio de circunstancias trágicas, y por la entrega de Frederich Cepeda que jugó lesionado con un esguince grado dos para ser fiel a la causa del equipo que lo prefirió sobre otros y aun así conectó jonrones, corrió, se embasó y arriesgó su salud en otra lección de vergüenza deportiva. Y valió la pena también por mantener viva la polémica, esa que ensalza una jugada con la misma fiereza con que hace bajar la cabeza al mismísimo mánager ganador, aun cuando este confiese que no sigue las redes.

La II Liga Élite apagó sus luces y dejó algunas sombras, como los jugadores que se desgajaron en su trayectoria y otros que ni siquiera quisieron jugarla y obligaron a completar equipos con hombres “verdes” para un evento de nombre tan rimbombante; o el cuestionable estado de los terrenos que lanzan un SOS. Y habrá que seguir trabajando para que en lo más selecto del béisbol no se juegue con guantes de escolares o de manigua. Y también para que se concrete la necesaria diferenciación salarial que precisa el evento.

A la vuelta de la esquina está la Serie Nacional en su versión 63. Ojalá el hervidero final siga tan encendido como ahora para que el béisbol cubano continúe viviendo con su dosis de pasión y se proponga remediar las manchas que aún lo ensombrecen.

Elsa Ramos

Texto de Elsa Ramos
Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año (2014, 2018 y 2019). Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas deportivos.

Comentario

  1. Como de costumbre, bonito y excelente articulo en los que se abordan los aspectos mas importantes de esta final.

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