Si –como convergen varias teorías– el homo sapiens (y por ende la vida humana) se originó en África, entonces lo mínimo que pudiera hacer el mundo entero es inclinarse en respetuosa reverencia, cada 25 de mayo, cuando más de 1 400 millones de habitantes celebren ese: el día de su continente.
Más allá de toda formalidad, Cuba lo ha venido haciendo con profundo sentido de la hermandad y de la solidaridad entre pueblos, desde que la fecha devino paradigma, por haber surgido, en esa fecha de 1963, la Organización de la Unidad Africana (OUA).
Para entonces ya Ghana había roto los grilletes del colonialismo (1957), abriendo una puerta por la cual otros países fueron transitando en la década de los años 60, camino a una independencia que les pertenecía por derecho humano e histórico.
A contrapelo de los avances que hoy puedan mostrar Egipto, Nigeria, Sudáfrica, Argelia o Etiopía (entre los de mejor semblante en el Producto Interno Bruto), no es precisamente bonanza o desarrollo lo que predomina a escala continental.
Muy bien lo saben (padecen) quienes residen en Níger, República Centroafricana, Chad, Sudán del Sur, Burundi, Mali, Eritrea, Burkina Faso, Sierra Leona, Mozambique…
Lograr una marcha hacia el futuro no solo más unida, sino también más uniforme, es deuda pendiente en el tercer continente más grande, después de Asia y América, con la quinta parte de la superficie terrestre del planeta.
Ricos en recursos naturales, con una cultura, costumbres y tradiciones muy bien arraigadas –extendidas a otras latitudes– los sudafricanos han arrastrado durante siglos el estigma de puntear entre los más sufridos del orbe.
Triste ha sido la herencia inoculada en piel y en vena, no tanto –ni siempre– por el uso de armas como por el poder brutal de la ignorancia que mata a pueblos, generaciones y sociedades enteras.
Y claro que hay cientos, miles de justas maneras para concederle a África lo que necesita y merece.
Fidel lo supo, Cuba lo sabe. Si allí están las raíces del árbol que como nación hoy somos –no solo en el más ancestral sentido de la palabra, sino por medio de todo lo que trajeron y nos legaron miles de esclavos traídos por España–, nada más sensato que corresponder tal realidad histórica.
Posiblemente en ningún país del mundo hayan estudiado tantos jóvenes africanos como en Cuba. Muchos de ellos hoy son prominentes figuras de la política, las relaciones exteriores, la ciencia, la cultura, la educación. Impresionante ha sido nuestra colaboración médica en parajes en los que jamás galeno alguno había puesto un pie.
No es preciso reiterar lo que significó la ayuda, totalmente desinteresada, de los internacionalistas cubanos en Angola. De manera que, por África (originalmente conocida como Alkebulan: madre de la humanidad o jardín del Edén) no hay que sentir lástima o compasión, sino respeto elemental, voluntad de ayuda, comprensión, ojo para ver sus valores, oído para escuchar su voz, y recibir el abrazo que puede unir a hermanos, sin distingo de lenguas, de distancias, de tiempos, ni de color en la piel.
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