De Gorbachov a Trump: ¿la historia se repite?

Trump convencido de los problemas estructurales, económicos, sociales y de otro tipo que laceran a su país, está asumiendo un grupo de políticas y reformas que se le pueden salir de control, como ocurrió con Gorbachov en la URSS

Ilustración: Osval

Quienes no están bien informados en política y geopolítica en los tiempos que corren, se pierden cosas asombrosas del devenir internacional, y no ven las interconexiones que existen entre unos y otros fenómenos dentro de cada país y a nivel global, propios de una etapa excepcional en la historia universal como la nuestra, donde casi cada día ocurre un nuevo fenómeno que tiende a parecernos aislado y que, no obstante, forma parte del entramado político y económico mundial actual.

Como historiador y analista, este redactor asume aquí dos hipótesis que plantea dos hechos en extremo curiosos para cualquier lector atraído por estos temas: primero, que Estados Unidos está en una posición muy parecida a la de la Unión Soviética cuando comenzaron las reformas lideradas bajo la administración de Mijail Gorbachov entre 1985 y 1991; y, segundo, que por increíble que parezca, Donald Trump, el presidente 45 y  47 de la Unión americana, convencido de los problemas estructurales, económicos, sociales y de otro tipo que laceran a su país, está asumiendo un grupo de políticas y reformas que, a su manera, persiguen salvar el sistema en USA y que se le pueden salir de control, como ocurrió con el último secretario general del Partido Comunista de la URSS (PCUS).

Pero, hagamos un poco de historia. En el período 1989-1991 Estados Unidos vivió la embriaguez de ver cómo se venía abajo el socialismo europeo, se disolvía el Pacto de Varsovia, se disgregaba la Unión Soviética en sus 15 repúblicas componentes y, como última joya de la corona, el PCUS, luego de ver muy mermado su prestigio en la inmensa nación euroasiática, dejaba de ser la fuerza rectora de la sociedad.

Fue un cataclismo político, económico, social y militar que el actual presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha descrito como la principal catástrofe geopolítica del siglo XX, pues de la noche a la mañana ya no había nada seguro en la inmensa nación multinacional y multiétnica, y la Federación de Rusia vio a 25 millones de rusos viviendo en el “extranjero” sin haber sacado un pie de sus comarcas ancestrales.

Estados Unidos emergió de aquel trágico proceso como la única superpotencia en el planeta y, después de 14 años de su traumática y colosal debacle en Vietnam (30 de abril de 1975), podía volver a la arena mundial, fortalecido, ufano, prepotente, haciendo del mundo unipolar un coto de caza casi indiscutido para sus apetitos imperiales. Si en 1982 había intervenido en El Líbano; en 1983 en la pequeña isla caribeña de Granada, y en 1989 en Panamá, ahora, con la desaparición de la URSS y la alianza militar que esta lideraba en el este de Europa, Washington podría torcerle el brazo a quien le viniese en gana, y lo hizo en 1991 empezando por Yugoslavia, único país socialista que quedaba en Europa.

Una vez logrado su objetivo y descompuesta esa nación de los Balcanes en sus repúblicas componentes (la separación de Serbia y Montenegro fue lograda poco después mediante grandes presiones y amenazas políticas, económicas y militares), Estados Unidos y sus perros de presa de la OTAN estimularon a los separatistas kosovares para que Kosovo también se separase de Belgrado. Como los serbios se opusieron, la organización belicista los bombardeó durante 78 días hasta ponerlos de rodillas. Slobodan Milosevic, el líder serbio, fue llevado ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya, condenado de manera arbitraria y confinado hasta su muerte. Las agresiones y chantajes del imperio continuaron en distintas partes del mundo.

Pero, ¿qué había ocurrido, cómo empezó todo, de qué manera una superpotencia como la Unión Soviética había hecho implosión sin mediar un conflicto internacional ni nada parecido? Grosso modo, en la URSS se habían ido acumulando, con los años, serios problemas de tipo político, económico, social, interétnico, estructural, todo ello por errores internos, corrupción, nepotismo, nacionalismo y todo en un gran mosaico tan complicado como el enorme país del socialismo, compuesto por la Federación de Rusia y otras 15 repúblicas tan dispares como los tres países bálticos (Letonia, Estonia y Lituania), más Bielorrusia y Ucrania, así como otras nueve repúblicas centroasiáticas, cada una con su lengua, cultura, historia e idiosincrasia. 

Consciente de esos problemas, en 1957 el entonces líder soviético Nikita Jruschov había tratado de impulsar un grupo de reformas que implicaban un mejoramiento del clima internacional, lograr una reducción de la carrera armamentista y poder dedicar más recursos al mejoramiento de las condiciones de vida y trabajo del pueblo soviético, pero pronto tuvo que volver sobre sus pasos por dos razones principales: primero, porque la tarea resultaba demasiado complicada y había fuerte oposición interna; y, segundo, porque las cosas se le podían escapar de las manos, de manera que, salvo algunas mejoras, la situación siguió más o menos su curso anterior. 

En octubre de 1957 la URSS logró un hito histórico con el lanzamiento del primer satélite artificial de la Tierra. En Washington y otras capitales occidentales cundió el pánico, porque aquella hazaña científica significaba también que “los rusos” contaban con cohetes intercontinentales capaces de impactar una carga nuclear en cualquier lugar del planeta. La carrera armamentista espoleada por occidente alcanzó niveles frenéticos. El 12 de abril de 1961 situó en órbita terrestre al primer cosmonauta en la historia de la humanidad: Yury Gagarin. En 1983 el poderío militar del Pacto de Varsovia alcanzó y superó por primera vez al de Estados Unidos y la OTAN.

Esto era más de lo que los Estados Unidos podía aguantar. En 1981 había subido al poder Ronald Reagan como presidente número 40. Había sido actor de Hollywood y gobernador de California y, aprovechando la debilidad interna de la URSS y su fracaso bélico en Afganistán, arreció las presiones sobre su contraparte soviética. Reagan fue el abanderado de la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE), también llamada Guerra de las Galaxias, colosal proyecto armamentista que llevaba la confrontación militar al espacio extraterrestre.

La materialización de la IDE suponía lograr la superioridad estratégica sobre la URSS y el Pacto de Varsovia y tenía serias y variadas implicaciones, todas favorables a Washington. En primer lugar, garantizaba al Complejo Militar Industrial (CMI) de Estados Unidos enormes ganancias, incorporaba a la sociedad miles de puestos de trabajo y, si la contraparte soviética no hacía algo para contrarrestarla, quedaría en inferioridad manifiesta y se vería obligada a ceder posiciones en la arena internacional e, incluso, a ser derrotada en toda la línea. Pero la IDE provocó un efecto decisivo y poco divulgado: en su esfuerzo por hacer frente al reto, la Unión Soviética asumió enormes gastos militares que acabaron por hundir su economía, ya de por sí estancada. 

Coincidió esta situación con el período de inestabilidad interna en la URSS, provocada por la muerte del secretario general del PCUS, Leonid Ilich Brezhnev, en 1982, y su sucesión por Yury V. Andropov, quien falleció en el ejercicio del cargo en 1984 y fue sustituido por Konstantin Chernenko, fallecido a su vez en marzo de 1985, hasta llegar a Mijaíl Gorbachov, quien asume los máximos cargos del Partido y el Estado en la URSS entre 1985 y 1991. 

Fue precisamente Gorbachov (quien con sus 54 años, fue el líder más joven llegado al poder en la URSS desde los tiempos de Lenin y Stalin), el que con sus intentos de cambiar radicalmente la situación interna de la Unión con sus profundas reformas en la manera de gobernar y organizar el país, que él llamó Perestroika, y en el aspecto informativo y propagandístico, que nombró Glasnost, potenció de manera involuntaria el proceso que luego se salió de control y dio al traste con la enorme nación multinacional y con el socialismo, proceso que coincidió con (y en parte estimuló), el derrumbe del socialismo este europeo en 1989.

Como se expresó antes, Estados Unidos aprovechó entonces el hecho de ser la potencia hegemónica mundial para extender su dominio en distintas regiones del planeta. Intervino primeramente contra Iraq cuando Saddam Hussein invadió a Kuwait en 1990, y en Afganistán en el 2001, tras el ataque a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de ese año, y nuevamente en Iraq en marzo de 2003, país que destruyó y ocupó militarmente. El 19 de marzo de 2011, EE. UU. y la OTAN intervinieron en Libia con pretextos fútiles y no pararon hasta asesinar a su líder Muammar El Ghadaffi y hacer de la nación más próspera de África un estado fallido.

El 14 de abril de 2018, EE. UU., Francia y Reino Unido agredieron a Siria, entonces uno de los países opuestos a Israel, en su afán de dominar el Medio Oriente, e iniciaron una guerra que ha costado innumerables vidas y que ha situado en el poder a uno de los grupos de extremistas islámicos desprendidos de Al Qaeda, sindicados en el mundo como terroristas y fanáticos religiosos, sin que se vislumbre un fin al derramamiento de sangre.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *