Richard y su universo

Un maestro y una auxiliar pedagógica luchan por colorear el silencioso mundo de Richard Álvarez Martell, un niño autista en Zaza del Medio Con la mirada fija en el triángulo amarillo, Richard duda si será esa la figura geométrica que su maestro le pidió identificar. Se arriesga, acerca la mano

Un maestro y una auxiliar pedagógica luchan por colorear el silencioso mundo de Richard Álvarez Martell, un niño autista en Zaza del Medio

Richard ha desarrollado habilidades motoras y del lenguaje gracias a la entrega de sus asesores.

Con la mirada fija en el triángulo amarillo, Richard duda si será esa la figura geométrica que su maestro le pidió identificar. Se arriesga, acerca la mano y descarta el de color rojo y el azul. “Muy bien”, dice el mentor. “Yo sí puedo, yo sí puedo”, balbucea el niño con las manos levantadas en un ataque de euforia.

A juzgar por la inscripción de nacimiento, Richard Álvarez Martell tiene 9 años, pero la edad de su mente es menor. Él vive en el silencioso universo del autismo; especie de cosmos íntimo donde casi nadie podía entrar.

Mas, desde abril pasado Pedro Arias Blanco, su profesor, acompañado de María Félix Olivera Amador, auxiliar pedagógica, empezaron a colorear el mundo retraído del pequeño; andar signado por optimismo y la sensibilidad cuyos frutos comienzan a atisbarse a casi seis meses de iniciado el recorrido.

“Al principio no asimilaba los ruidos o estar en grupo, se tiraba al suelo. Lo observé para saber lo que no le gustaba y sacarlo poco a poco de la introversión —narra Pedro, de 25 años, graduado en Educación Especial—. Después lo llevé a las aulas de preescolar, empezó a aceptar los saludos y a estar en contacto con otros niños, aunque hay días en que no quiere”.

Pero la constancia ofrece una buena cosecha y ya no es preciso desmenuzarle el pan (que no puede faltarle, pese a no simpatizar mucho con el yogur, según apuntan sus asesores) ni insistirle para que beba agua porque lo hace por sí mismo. Por estos días aprende a tomar los cubiertos y a agitar la mano en señal de buenos días.

“Yo tengo experiencias en Escuelas Especiales, pero nunca había enfrentado a un caso así —admite la auxiliar pedagógica—, pues aparte del autismo Richard presenta un retraso mental severo. Trabajar con él nos llevó a visitar otros lugares de la provincia para asesorarnos en la elaboración de medios de enseñanza y poder desarrollar sus habilidades cognoscitivas y motoras”.

El contacto diario ha desarrollado en ambos maestros la capacidad de interpretar la mínima señal del niño. Aprendieron, por ejemplo, que cada media hora deben llevarlo al baño, que si se desespera en un ejercicio de mesa es necesario un paseo para cambiar de actividad e intentarlo más adelante, y que al menos cinco o seis minutos al día están dedicados al tratamiento logopédico para descifrar las jerigonzas pronunciadas antes con dificultad, traducidas ahora en vocablos concretos: patio, mariposa, tijera… o frases como “son para mí”.

El tiempo les ha revelado a Pedro y María un Richard fascinado por tocar la tumbadora, el baile, los cantos, amante de los juegos El patio de mi Casa, La rueda rueda y toda dinámica donde él devenga protagonista.

“Estamos tratando de que todas las semanas permanezca una hora más en la escuela hasta completar su horario. “, detalla el pedagogo.

¿Cuánto aporta trabajar con un niño tan especial?

“Richard me ha llegado hondo, te lo confieso. Yo tengo hijos y como madre siempre pienso: ¿Y si fuera el mío? Él me aceptó desde el primer día. Eso, junto al cariño y la dulzura, es muy importante para poder avanzar”, opina María.

Por su parte, Pedro esgrime el amor y la dedicación como requisitos vitales y alerta sobre las consecuencias de la lástima. “Eso sí lo perjudica. Que tenga esas características no significa encerrarlo en una urna de cristal para sobreprotegerlo. Yo no tengo hijos, pero con él he vivido experiencias únicas; me ha moldeado mi forma de ser y de pensar”, confiesa.

De los progresos también da fe José Luis Álvarez Maceda, padre de Richard, al recordar la intranquilidad de su hijo durante los dos años que asistió a un centro especializado en la cabecera provincial, donde no se palparon tantas mejorías. “Aquí está en su entorno, coopera y asimila más lo que le enseñan. ¡Hasta va al refrigerador a coger agua!”.

En la escuela primaria III Congreso, en Zaza del Medio, existe un aula cuyo umbral da paso al universo de Richard, el niño autista. Ahí están sus juguetes, su cama, su merendero… y dos guardianes que en cada amanecer dibujan arcoíris para derrumbar los muros de su silencio.

Carlos Luis Sotolongo Puig

Texto de Carlos Luis Sotolongo Puig
Autor del blog Isla nuestra de cada día. Especializado en temas de patrimonio cultural.

Comentario

  1. Me consta el empeño que muchas personas pusieron para que se creara el aula para este niño. Su maestro y su auxiliar son dos amores de personas que ponen lo mejor de sí para que el niño avance y ya se aprecian los resultados. No hay Revolución como la nuestra!

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