Inquietante realidad en Brasil

El injusto encierro de Luiz Inácio Lula da Silva en el gigante suramericano añade un nuevo punto de confrontación en el continente, que se suma a Venezuela, Colombia, Honduras, Perú y México…

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Al concluir su mandato en 2010, Lula se convirtió en el único presidente en la historia del país en terminar su período con un coeficiente de popularidad del 83 por ciento.

Brasil se ha convertido en el epicentro de una nueva crisis política en América a partir de la negativa de habeas corpus y posterior reclusión del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva.

En una nación sacudida por constantes escándalos en las más altas esferas del poder, la credibilidad de la clase política del país es tan notoriamente baja que ha pasado al folclore nacional y un emporio mediático como la rede O’Globo incluye constante e hipócritamente el tema en sus novelas, como la recién finalizada Lado a lado, donde esclavistas y senadores abusan de negros y pobres, en medio de una podredumbre galopante que pasa de una generación a otra sin visos de solución.

Recurrente temática es visible también en la literatura y en el cine, donde las obras de Jorge Amado y otros autores llevan convoyado, junto con la intensa presencia folclórica, la corrupción política y la lucha desenfrenada por el poder que, por regla, será ejercido en provecho de los principales grupos económicos del extenso país suramericano.  

Y mencionamos a O’Globo, porque ese oligopolio de la rama de las comunicaciones, propietario de revistas, periódicos, televisoras y emisoras radiales, ha sido un constante modelador de conciencias en defensa de las peores causas, cuando vuelca su potencial a denostar de los únicos gobernantes honestos que ha tenido Brasil en los últimos 60 años, como fueron Lula (2003-2010) y su continuadora Dilma Rousseff (2011-2016), en representación del Partido de los Trabajadores (PT).

Conste que hay mucha tela por donde cortar, mucha podredumbre para servir de muestra. Fernando Collor de Melo (1992) tuvo que dejar el poder ante un impeachment por corrupción. De sus excesos se decía que si no vendió al mejor postor el mismísimo palacio de Planalto, en Brasilia, era porque no había nadie tan tonto como para comprárselo.

El cuatro veces presidente de la república Getulio Vargas pasó a la historia como el hombre que cometió la infamia de entregarle a la Alemania hitleriana en 1937 a la luchadora izquierdista germana Olga Benario, esposa del líder del Partido Comunista de Brasil, Luis Carlos Prestes, a pesar de que estaba embarazada, lo que decretó su muerte —en abril de 1942— en un campo de exterminio nazi. Complicado en otro escándalo, este controvertido personaje se quitó la vida de un pistoletazo el 24 de agosto de 1954 en su Palacio de Catete, en Río de Janeiro.

DESPUÉS DE DILMA, EL CAOS

Es como la historia de nunca acabar. Para no ir más lejos, recordemos que después del golpe parlamentario contra Dilma, ocho de los ministros del gabinete constituido por su vicepresidente y sucesor, Michel Temer, fueron incluidos en el proceso seguido por el Supremo Tribunal Federal por el escándalo Lava Jato, de sobornos, iniciado por la constructora Odebrecht.

En fecha posterior, el juez supremo Edson Fachin, quien sucedió al fallecido Teorí Zavadski, hizo una lista de funcionarios sobre los que recaían serios indicios de corrupción, entre los que figuran el jefe de gabinete Eliseu Padilha y el secretario general de la Presidencia, Wellington Moreira Franco, pertenecientes al Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), desde hace años subalternos de Michel Temer.

También aparecían en la relación el canciller Aloysio Nunes y su antecesor, José Serra, del propio PMDB, agrupación liderada por el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, a quien se ubica como uno de los promotores del golpe contra Rousseff, separada del cargo en el 2016 previo juicio político por presunto uso indebido del presupuesto.

Aunque Temer siguió adelante y mantuvo hasta donde pudo a su gabinete de 28 miembros, en aquel momento el Congreso se vio obligado a suspender las sesiones plenarias ante la conmoción que provocaron las denuncias contra 63 parlamentarios, incluido el jefe de la Cámara Alta, Eunicio de Oliveira, y el de la de Diputados, Rodrigo Maia.

Pero lo que constituye el pollo del arroz con pollo es lo que viene, porque Zavadski, quien murió en enero del 2017 en un accidente de avioneta poco claro —hoy bajo investigación—, estaba siendo severo con Temer y su entorno y fue el único magistrado del Supremo Tribunal Federal que puso en jaque al gobierno y moderó los excesos del juez Sergio Moro contra Lula da Silva, lo que no gustaba a muchos.

Con Zavadski quedó sin efecto su voluntad de ignorar la inmunidad presidencial, si se sospecha que un mandatario ha incurrido en corrupción antes de iniciar su mandato, lo que fue cambiado por el sucesor, Fachin, quien reconoció inmunidad sobre hechos previos, factor que ha salvado a Temer de ir de cabeza al tribunal y muy probablemente a la cárcel. Ya sin el control de Zavadski, Moro ha hecho libremente de las suyas.

UN PARTEAGUAS: LA PRISIÓN DE LULA

Según analistas internacionales, el encarcelamiento de Luiz Inácio Lula da Silva en plena campaña presidencial para las elecciones de octubre, cuando todas las encuestas lo vaticinan ganador por amplio margen, significa una realidad nueva en el panorama político brasileño, al introducir un elemento explosivo cuyos efectos potenciales, sin duda, están siendo subestimados por la oligarquía en el poder.

Preciso es recordar que al concluir su mandato en 2010, Lula se convirtió en el único presidente en la historia del país en terminar su período con un coeficiente de popularidad del 83 por ciento. No podía ser de otro modo con el hombre que sacó a casi 40 millones de personas de la pobreza al crear más de 30 millones de empleos, dar viviendas dignas a otros cientos de miles de personas, potenciar el rescate de las riquezas nacionales y elevar el índice de crecimiento del PIB a más del 7 por ciento. 

A pesar de la alegada “mala memoria” de los pueblos, los brasileños recuerdan lo suficiente como para percatarse de que en el pasado reciente nunca estuvieron tan bien como con Lula y Dilma, aunque en la última etapa de Rousseff el país fue golpeado fuertemente por la crisis mundial capitalista que tuvo su epicentro en Estados Unidos.

Los cariocas están conscientes de que con Temer se está entregando el país a las transnacionales, empezando por las enormes reservas de petróleo y gas de Presal —en el lecho marino, mar adentro—; que los yanquis están a punto de realizar su sueño de controlar la Amazonía, donde se proponen erigir bases militares, y que una entidad tan emblemática como la aeronáutica Embraer, está a punto de ser engullida por la yanqui Boeing.

Hoy se ha regresado a los tiempos de penurias de los regímenes neoliberales y según el periódico Folha de Sao Paulo, la combinación de más de 13 millones de desempleados y la delicada situación económica tras la recesión de 2015-2016, junto a una corrupción galopante, han configurado un verdadero coctel explosivo.

 En este contexto, mantener a Lula preso deviene riesgo quizá mayor que una ventaja, porque contribuye a la posibilidad de un estallido social de imprevisibles consecuencias. Algunas revoluciones en la historia se iniciaron con menores premisas que las que hoy se generan en Brasil, donde se tiene la sensación de que las cosas han ido demasiado lejos.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

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