De todos los encantos que reúne la ciudad de Trinidad y sus alrededores para la práctica del turismo, ninguno es comparable con esa posibilidad casi exclusiva de poder concentrar en unos pocos kilómetros cuadrados un producto que vincule sol y playa; historia, cultura y tradiciones y la exuberancia casi virginal de sus paisajes naturales, incluida la montaña.

Que muchos forasteros a principios de año hayan tenido que “domar” las aceras con sus bártulos a la espalda mientras esperaban por algún hostal vacío no hace más que confirmar las estadísticas del Ministerio del Turismo (Mintur) en el territorio: la cifra de visitantes extranjeros en los primeros cinco meses del año en curso ha crecido hasta un 43 % en relación con igual periodo del 2015.

Palacios ostentosos, pinturas murales, torres y campanarios, rejas traídas exclusivamente desde Nueva Orleáns, aleros de tornapunta y empedrados con auténticas chinas pelonas sobreviven en Trinidad gracias a la paciente labor de estudio, conservación, restauración y promoción de una ciudad reliquia.

“Es que aquí tengo muy cerca todo lo que necesito”, se confiesa el canadiense Andrew Scott, que en menos de dos días recorrió los empedrados del centro histórico y sus museos, descubrió las arenas de la playa Ancón y esas aguas tan azules que difícilmente se le olviden, se bebió el guarapo más dulce de toda su vida en Manaca Iznaga y luego se fue culebrean­do hasta la punta del lomerío a ca­zar con su cámara las imágenes que no puede encontrar en ningún otro sitio.

Ese porcentaje equivale al arribo de unos 91 000 turistas más, procedentes en mayor me­dida de Alemania, Canadá, Francia y Es­paña, en­­tre otras naciones, quienes lo mismo optan por instalaciones de la planta hotelera estatal, ad­ministradas por Cubanacán S.A, Islazul, Ga­viota S.A., Iberostar, Aldaba y la Empresa Na­cional para la Protección de la Flora y la Fauna, que por la red de hostales que ha venido germinando en la ciudad y en poblados cercanos co­mo La Boca, Casilda y Topes de Co­llantes.

Ya en el 2015 el polo espirituano —incluye también las instalaciones asentadas en la capital provincial y en Yaguajay— acogió a más de 481 000 turistas extranjeros y alcanzó adecuados índices de eficiencia.

Expertos y autoridades del sector coinciden en que tal alza no es resultado únicamente de que Cuba se haya puesto de moda en los últimos tiempos luego del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Uni­dos, sino un premio al patrimonio nacional y a la seguridad predominante en la isla, y en particular a las condiciones e infraestructura que durante décadas se han venido creando en esta parte del país.

UN COMPLEMENTO IMPRESCINDIBLE

Para Reiner Rendón, delegado del Mintur en la provincia de Sancti Spíritus, la proliferación de hostales y paladares, a tono con la implementación del nuevo modelo económico que se abre paso en el país, no resulta un complemento circunstancial a la actividad turística, sino una parte indispensable del producto trinitario.

Además de multiplicar por dos el fondo habitacional, el llamado boom de los hostaleros ha representado nuevas posibilidades de empleo para miles de trabajadores, un fortalecimiento de la gastronomía, la calidad de los servicios y el confort y una mayor diversificación de las ofertas y de las prestaciones.

Con alrededor de 1 970 habitaciones co­mercializadas en divisas por el sector no estatal, Trinidad figura junto al Valle de Viñales, en Pinar del Río, como una de las regiones del país con mayor densidad de hostales, paladares y cafeterías de Cuba, si se considera lo mismo su reducida extensión territorial que su densidad poblacional.

Expertos del sector coinciden en reconocer que, aunque el municipio explotara al ciento por ciento las capacidades de su red hotelera y extrahotelera, hoy no podría asumir el turismo que llega hasta estos predios —hasta 10 0­0­0 visitantes en una jornada de temporada alta— sin las condiciones creadas en las últimas dé­cadas por el llamado cuentapropismo.

EN LA PENÍNSULA Y EN LA CIUDAD

Sobre una lengua de tierra que a veces no supera el ancho de un terreno de fútbol, la península de Ancón, se asientan algunos de los hoteles que conforman el polo espirituano: Costa Sur, Ancón y Trinidad del Mar, un trío con diversidad de estilos arquitectónicos y mercados que desde hace algún tiempo funciona integrado en una sola empresa.

Con más de tres millones de pesos cubanos convertibles en utilidades, la Empresa Brisas Trinidad del Mar opera con eficiencia, sello que también distingue al complejo Trinidad Ciudad —Las Cuevas, La Ronda y Trinidad 500, la villa Ma. Dolores y el hostal Mesón del Regidor—, ubicado en el centro urbano, donde igualmente el Mintur dispone de una prolífera red extrahotelera administrada por la sucursal Palmares S.A.

Con la boca echa agua esperaron muchos tu­ristas asiduos de la villa la terminación de los trabajos de rehabilitación integral que se llevaban a cabo en La Canchánchara, un establecimiento emblemático de la ciudad que oferta la bebida de igual nombre preparada a partir de aguardiente de caña, miel de abeja y zumo de limón, usada desde los tiempos de los mambises.

Relativamente cerca del lugar, el restaurante Plaza Mayor, otro de los centros estrellas de Palmares, puede acoger hasta 500 comensales en un almuerzo de temporada alta, sin contar los que se juntan en el Rincón de la Salsa, en la propia dependencia.

EL VALLE SIN LOS INGENIOS

Dos sacudidas telúricas ha soportado el Valle de los Ingenios: el colapso azucarero de mediados del siglo XIX que arruinó a la sacarocracia trinitaria y condenó a la ciudad a un aislamiento que duró casi una centuria, y el cierre décadas atrás del único reducto industrial de la comarca, el FNTA, antiguo central Trinidad, en el contexto del redimensionamiento del sector en todo el país.

Hasta los defensores a ultranza estuvieron a punto de claudicar cuando desapareció el último plantón de caña y el marabú cercó hasta la torre de Manaca Iznaga, una realidad que afortunadamente viene cambiando de manera radical a favor del paisaje y del sostenimiento de la economía de la región.

La recuperación de áreas cañeras en el valle de San Luis y el fomento de producciones agrícolas, ganaderas y silvícolas a partir del segundo semestre del 2013 viene transfigurando poco a poco la postal desaliñada que durante algunos años se veía desde el catalejo de la Loma del Mirador.

Situado en el centro-sur de la Isla de Cuba, constituye un sitio histórico rural que pPoseía numerosos asentamientos, en diferentes grados de desarrollo, muchos de ellos tuvieron su origen en antiguas fincas azucareras.
Situado en el centro-sur de la Isla de Cuba, constituye un sitio histórico rural que poseía numerosos asentamientos, en diferentes grados de desarrollo, muchos de ellos tuvieron su origen en antiguas fincas azucareras.

Alrededor de 250 kilómetros cuadrados abarca el Valle de los Ingenios, integrado por sus similares de San Luis, Agabama-Méyer y Santa Rosa, además de la llanura costera del sur, delta del río Manatí, donde en la primera mitad del XIX radicó el mayor emporio azucarero del mundo con alrededor de 50 fábricas de diferentes dimensiones.

Más de 70 sitios arqueológicos de alto va­lor, incluidas 13 casas haciendas, y un paisaje singular, reconocido junto al centro histórico trinitario como Patrimonio Cultural de la Hu­manidad, siguen despertando la curiosidad de turistas de medio mundo que día tras día quieren llegar hasta Manaca Iznaga, San Isi­dro de los Destiladeros o Guáimaro, en un in­tento por redescubrir un pasado que, por lo visto, no pierde su abolengo.