Muletas para la soledad

El cuidado de la tercera edad es una prioridad estatal, mas padece de limitantes político-gubernamentales para resguardar a todos de desprotecciones legales y, sobre todo, de desamparo familiar. A esta edad quienes no pueden andar por sí solos se valen, en muchos casos, de los asistentes sociales a domicilio, servicio

El cuidado de la tercera edad es una prioridad estatal, mas padece de limitantes político-gubernamentales para resguardar a todos de desprotecciones legales y, sobre todo, de desamparo familiar. A esta edad quienes no pueden andar por sí solos se valen, en muchos casos, de los asistentes sociales a domicilio, servicio que ha venido a ser una suerte de…

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Puerto inseguro en el ocaso (+ fotos)

 

La edad de los olvidos

Solo una cotorra balanceándose en una jaula y ella, enclaustrada también en medio de aquella casa tan sombría. A los 69 años de edad a María de la Caridad Álvarez Gómez lo único que le quedan son los recuerdos de las más de tres décadas que estuvo parada frente al aula, la ceguera de su ojo izquierdo y la escasa visión del otro, los muebles desvencijados, los cartones en las ventanas, los dos años de espera por un subsidio —so pena de los cráteres que le siguen creciendo al techo— y el aliento de mamá, como le nombra a cada rato sin resignarse a los ocho años transcurridos desde que se la arrebató la muerte. Es una vida en penumbras.

A María de la Caridad no la han consumido los resabios, como se piensa; la ha carcomido la soledad.

“Lo mío es abandono familiar —lo confiesa sin tapujos—. Yo me trato en la Liga contra la ceguera y cada vez que voy allá quieren ponerme una trabajadora social y cuando voy al hospital de Sancti Spíritus que se me acaba el tarjetón o algo me dicen lo mismo, pero yo les he dicho que no porque la casa está en muy mal estado y se me moja hasta mi cama; yo no tengo trapeador, ni escoba…; entonces, ¿qué trabajadora social me va a limpiar a mí a las tres de la mañana cuando acabe de llover?, ¿qué trabajadora social va a trabajar si tú no tienes ni un pedazo de pan que darle? Yo estoy viviendo aquí no como un ser humano, pero aquí tampoco se ha parado nadie de ningún organismo, de ninguna institución a decirme: ‘Cary, ¿qué te hace falta?’ y yo sí he ido a ellos”.

Apenas es una historia; pero hay muchas con iguales o peores desgarros, con pasajes que se silencian, con finales felices… A unos 17 kilómetros de la cabaiguanense María de la Caridad, Ramón Acosta y Thelvia Tallet, en la cabecera espirituana, hilvanan otros relatos. Para cuidarse el uno al otro ya no son suficientes las casi seis décadas de matrimonio ni el ímpetu de Thelvia para acomodar sus 80 años de edad y mil achaques para atender a Ramón luego de la fractura de cadera. Ocho embarazos malogrados troncharon las esperanzas de ansiados retoños; mas, al cabo de tantos años les nació Amada, esa asistente social a domicilio que les ha rejuvenecido la vejez.

No son excepciones, pero, por regla, el cuidado de los ancianos hoy —en Sancti Spíritus y en Cuba toda— requiere más que paciencia y cojea, irremediablemente, a causa de una vida sumamente encarecida, de la incurable crisis de valores, de la desprotección familiar, de la irresponsabilidad de los hijos que se ha vuelto tan permisible, de las insuficientes políticas estatales para amparar a todos…

Con tantas arrugas a flor de piel Escambray irrumpe en no pocos silencios y se arriesga a pulsar las almas a sabiendas de que la cobija de los ancianos no es cuestión únicamente de techos, sino de afectos, y es precisamente ahí donde comienzan las orfandades.

TENDIENDO MANOS

Sancti Spíritus peina canas. Hoy por hoy se inscribe como la tercera provincia más envejecida del país al registrar una cifra que supera los 93 580 adultos mayores. Pero mucho antes de esa urgencia y frente a la perentoria amenaza de un envejecimiento incontenible que se cernió sobre la isla, empezaron, hace años, a concretarse varios programas estatales a fin de dar protección no solo a la ancianidad.

Así en el 2004 surgieron las asistentes sociales a domicilio, una especie de familia sin lazos sanguíneos y con más intenciones que el mero acompañamiento físico. Desde entonces y hasta nuestros días, pese a algunas modificaciones, ha mantenido las esencias. Lo corrobora Edilia Caraballo Forteza, subdirectora de Prevención, Asistencia y Trabajo Social de la Dirección Provincial de Trabajo: “Para la asignación de un servicio de asistente social a domicilio debe tratarse de adultos mayores o discapacitados que vivan solos o que los familiares obligados, convivientes o no, no estén en condiciones de darle ayuda porque sean otro adulto mayor o tengan una movilidad restringida o estén encamados; es decir, que no puedan acceder a los servicios fundamentales por sí mismos”.

De acuerdo con estos requisitos, 664 personas son beneficiadas en la provincia con dicho servicio, por el cual se erogó el pasado año 1 697 000 pesos, cifra que supera —según Caraballo Forteza— a los desembolsos realizados para cubrir el resto de las prestaciones de servicios de la Asistencia Social.

Bastaría escuchar las experiencias de Marta Pereira Esquivel para aquilatar la humanidad de ese desprendimiento inexplicable para cuidar a desconocidos. Quizás Marta fue una de las primeras madres con niños discapacitados que abrieron sus puertas a esta ayuda. En aquella cuna, ahora de barandas larguísimas, Octavito lleva acostado 24 años. Una hipoxia severa con apenas días de nacido, derrames intracraneales y pulmonares y una parálisis cerebral infantil lo condenaron a tanta inmovilidad.

“Desde hace 10 años tengo asistente y ha sido una ayuda muy importante. En mi caso, las que he tenido han sido como un familiar más porque no solo me ayudan con el niño, también con mis padecimientos. La asistente es mi salvación”, revela Marta.

Como él muchos más también deben necesitar esta especie de mano ajena extendida, pero no a todos llega siempre. Y no porque los trabajadores sociales anden con ojos cerrados, sin auscultar puertas adentro —aunque según Lay Chang, subdirectora de Asistencia Social en el municipio espirituano, regularmente se detectan casos en el terreno—, ni porque tampoco exista una reserva estatal de personas dispuestas a asumir el rol de cuidadores, ni porque pocos se decidan a asumir tamaña responsabilidad por 335 pesos cuanto más… La propia ley contempla desprotecciones.

Si existe un anciano con ciertas limitaciones y solo tiene un hijo —necesitado de trabajar para sustentarse—, ¿se le otorga un asistente?, inquiere Escambray a Edilia Caraballo Forteza.

“Excepcionalmente si es único hijo. Si tiene más hijos y están en condiciones de dar ayuda, tienen que asumir el cuidado. Cuando es único hijo que tiene un trabajo relevante que da aporte al país tiene que solicitarlo por su organismo nacional al Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) para que se apruebe con carácter excepcional”.

En este caso solo se halla cerca de una treintena de espirituanos, a quienes la titular del MTSS ha aprobado la excepcionalidad de cuidadores a domicilio. Aunque el servicio también contempla la necesidad de ayuda ante ciertas discapacidades, generalmente este socorro llega dirigido a la ancianidad, quizás porque en raras ocasiones las madres se deciden a compartir responsabilidades para con sus hijos; quizás porque es más común la desprotección a la inversa.

Sin embargo, ni una sola denuncia se ha formulado a las autoridades competentes para incriminar la desatención de los hijos a los progenitores.

María Esmeralda Pérez Pérez, especialista en Derecho Penal y jefa del Departamento de Procesos Penales de la Fiscalía Provincial, lo atestigua: “El abandono de desvalidos o de discapacitados está penado en la ley, pero jamás se ha radicado como delito. En algunos casos sí se ha dado algún tratamiento, pero esencialmente ha sido trabajo preventivo. Nosotros abogamos por la actitud responsable de que el ciudadano cumpla con el Código de Familia. Si se encarcela al hijo, el padre vuelve a quedar desamparado”.

Bien se sabe: que no haya acusaciones tampoco quiere decir que el delito no se cometa. Mas, al parecer, la dejadez filial no es común ni todos los días ni en todos los hogares. Ante la imposibilidad de delegar la atención de sus progenitores más de un hijo, de los entrevistados por Escambray, ha tenido que posponer planes, que abandonar trabajos para cuidar a “los viejos”, que pagar por la izquierda —algunos casi sin poder— para que cuiden de los padres, que aprender a lidiar con esa otra vida que es la vejez…

A fin de aliviar tantos achaques estatalmente se han buscado alternativas como la de crear entre las figuras por cuenta propia la de cuidadores de enfermos, discapacitados y adultos mayores y ya más de una veintena de espirituanos exhiben patente como tal. Pero a la corta es solo un parche, porque pocos pueden pagar por un servicio que se pacta bajo las incontrolables leyes de oferta y demanda, tanto que, según dicen, casi nunca cuesta menos de 500 pesos mensuales.

Y en ese justo punto coinciden desde las autoridades estatales hasta quienes se desvelan al borde de una cama: en tiempos de tanta estrechez en los bolsillos habrá que pensar —a la par de las políticas gubernamentales que amparan la vejez— en respaldos salariales para que los hijos sostengan también a los padres o, al menos, puedan costear un cuidado digno.

DE AMORES Y DESAMORES

A Amada Viciedo Ventura la vocación de acompañar a los más longevos le nació sin fórceps, hace ya casi una década. Siete ancianos han requerido sus cuidados y no se arrepiente. En todo este tiempo de lo único que no se sobrepone aún es de verlos morir.

“Yo siempre he sido amante de los abuelos —asegura sentada en una de las sillas del comedor de aquel apartamento de Garaita donde ahora cuida a Thelvia y a Ramón—. Aquí, por ejemplo, velo por los alimentos, por las medicinas, por los turnos; los llevo al médico, mantengo todo limpio… Yo cuido de ellos como si fueran parte de mi familia”.

Pese a que los requerimientos concebidos en ley para ejercer estas funciones únicamente exigen tener la mayoría de edad, una adecuada conducta social y nada de patologías mentales, se necesita, sin lugar a dudas, más que eso: elevadas dosis de sensibilidad. Acaso por ello —o por la falta de una reserva estatal de personas dedicadas a estas funciones— es que el anciano tiene potestad para elegir la persona que lo cuide.

Es solo un derecho. El Estado tiene la autoridad para decidir quién necesita o no esa especie de refugio ante tantas soledades y para disponer cuándo los beneficiarios dejan de necesitar el servicio.

Anualmente —cuando por regla se revisa cada caso— cerca de medio centenar de estas prestaciones se extingue porque las causas que dieron origen ya no existen. Aunque la Asistencia Social no esté libre de equívocos, según Caraballo Forteza, una certidumbre pesa: “Tampoco se le puede echar toda la carga al Estado”.

Si los registros del Departamento de Adulto Mayor, Asistencia Social y Salud Mental adscrito a la Dirección Provincial de Salud muestran que 1 859 espirituanos permanecen postrados y 14 683 coterráneos padecen algún tipo de discapacidad, entonces una ínfima parte se beneficia con un cuidador en el hogar. No todos deben necesitarlo, ciertamente, pero en una provincia que envejece por días toda previsión es poca.

“El trabajo social no es solamente dar y aprobar prestaciones, tiene que ir mucho más allá —afirma Edilia—. Tenemos muchas familias disfuncionales que los padres nunca se ocuparon de los hijos y hoy los hijos no quieren hacerse cargo y se les da la prestación porque no pueden quedar desamparados; pero hay personas que, aunque recibieron toda la atención, tampoco quieren hacerse cargo del anciano”.

Que exista esa especie de bastones humanos —las asistentes sociales a domicilio— supone una arruga menos para la ancianidad, pero tampoco es un consuelo para dormir a piernas sueltas, porque en la noche a aquel anciano sigue cayéndole encima esa casa vacía; porque tal alternativa es un recuerdo constante de muchas mezquindades.

El desamparo tiene tantos rostros como heridas. Contenerlo depende más que de políticas institucionales para proteger, de auscultar con asiduidad no pocos desgarros, de hacer valer la potestad gubernamental para exigir responsabilidades propias y ajenas y, sobre todo, del compromiso de la familia. Quien abandona hoy a los suyos sin darse cuenta solo revela su fotografía del mañana. Y por más que se calle y se cargue, esa culpa no hay quien la expíe nunca de la conciencia.

Dayamis Sotolongo

Texto de Dayamis Sotolongo
Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año (2019). Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas sociales.

Comentario

  1. creo que las entidades del estado debieran revisar todo lo relacionado con el cuidado de los ancianos, pues ya no autorizan al personal de asistentes social a domicilio, asi como se ausenta mucho la oferta de los burros o muletas para los ancianos quelo necesitan para su apoyo al caminar. en CUBARADApor ejemplo cada vez que uno asiste alli las colas son superlargas y en pocas ocasiones logras alcanzar el producto con receta, es una triste historia, pues muchos ancianos e impedidos fisicos lo necesitan.

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