Moncada: grito de unidad y lucha

El Moncada fue el motor pequeño que echó a andar el motor grande de la Revolución cubana e inició la unidad entre las fuerzas que la hicieron posible La hombrada de la Generación del Centenario en la madrugada del 26 de julio de 1953 al asaltar a pecho descubierto los

cuba, asalto al cuartel moncada, fidel castro, 26 de julio
Fidel no entró al Moncada el 26 de julio de 1953, pero entró el 2 de enero de 1959 con la fortaleza rendida a sus pies.

El Moncada fue el motor pequeño que echó a andar el motor grande de la Revolución cubana e inició la unidad entre las fuerzas que la hicieron posible

La hombrada de la Generación del Centenario en la madrugada del 26 de julio de 1953 al asaltar a pecho descubierto los cuarteles Moncada y Céspedes, en Santiago de Cuba y Bayamo, crece con el tiempo, se agiganta y alcanza, a la luz de la historia, dimensión cenital para la presente y futuras generaciones de cubanos.

Pasados 64 años de aquellas acciones heroicas, para los estudiosos es como descubrir el secreto de una creación política prodigiosa a partir de imposibles, porque, ¿qué otra cosa fueron el enfrentamiento y derrota de un ejército que se creía invencible y el desarrollo de una Revolución socialista a solo 90 millas de la potencia hegemónica mundial?

 

Este 26 de julio acto central por el Día de la Rebeldía Nacional en Pinar del Río

Nicaragua saluda a Cuba por el Día de la Rebeldía Nacional

 

Cuando en la madrugada del 10 de marzo de 1952 el expresidente Fulgencio Batista dio el golpe de Estado que cercenó de cuajo el orden constitucional de la República de Cuba, pareció que todo se iba abajo, empezando por las esperanzas depositadas por el pueblo en el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), cuyo líder, Eduardo Chibás, se había suicidado en agosto de 1951, dejando acéfala a la agrupación política destinada a triunfar en las elecciones de junio de aquel año.

El cuartelazo de Batista tuvo un propósito inmediato además de sus ansias de poder: impedir que el PPC saliera airoso, incluso sin Chibás, por temor a las muy tímidas reformas que los ortodoxos pudieran impulsar desde el Gobierno, y que los verdaderos amos de Cuba —los Estados Unidos—  no estaban dispuestos a permitir, como ocurrió en Guatemala en 1954 y venía sucediendo en el subcontinente, donde Washington conjuraba ese peligro por medio de la imposición de dictaduras militares.

Como demostró la vida, fueron los estudiantes el único sector que se enfrentó a los putschistas desde los primeros momentos; también la juventud ortodoxa, en un ambiente ambiguo de colaboracionismo creciente con el régimen de facto por parte de los partidos tradicionales, incluido el PPC, que, aparte de algunos tímidos amagos de oposición al golpe, nada hicieron sus dirigentes en concreto contra los usurpadores.

Fue en esas condiciones extremas para el futuro de Cuba que surge una figura política extraordinaria: Fidel Alejandro Castro Ruz, destinada a cambiar al frente de lo mejor del pueblo, la estructura política, económica y social de la patria de José Martí a partir de las acciones heroicas ejecutadas en el año del centenario de su natalicio.

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Fidel detenido en el Vivac de Santiago de Cuba por el asalto al cuartel Moncada.

A diferencia de un grupo de organizaciones clandestinas surgidas a raíz del madrugonazo, como la Triple A, de Aureliano Sánchez Arango, el Movimiento Nacional Revolucionario, de Rafael García Bárcena, y Acción Liberadora, de Justo Carrillo, cuyas características comunes eran que su jefatura estaba integrada por representantes de la llamada Generación del 30 y que basaban su éxito en la participación de militares en activo, el movimiento liderado por Fidel se sustentaba en una vanguardia obrera y campesina, alejada de los partidos y del estamento castrense.

Aparte de las tres agrupaciones citadas a inicios del párrafo anterior, surgieron otras como Acción Cívica, Cuba Revolucionaria, Unión Nacional Liberadora…, pero todas caracterizadas por la dispersión de objetivos y dirección inestable que las fueron debilitando hasta ser absorbidas paulatinamente por otras de mayor fuerza. Existía también el Directorio Estudiantil Universitario y la Organización Autentica, fundada esta última por el defenestrado presidente Carlos Prío Socarrás.

La vida demostró el acierto de la táctica y estrategia desarrolladas por Fidel y Abel Santamaría, consistentes en ir captando entre obreros, campesinos y estudiantes pobres a los integrantes del futuro ejército revolucionario, teniendo como base de entrenamiento la Universidad habanera y algunas fincas de allegados en la periferia de la capital, en medio del mayor secreto, sobe la base de unas 150 células estrictamente compartimentadas.

Mientras las demás organizaciones apenas si podían contar en el mejor de los casos con algunas decenas de hombres armados, como la Organización Auténtica (OA), que disponía de grandes recursos, el movimiento liderado por Fidel y Abel llegó a contar con 1 200 efectivos entrenados, si bien se carecía de armas y pertrechos para armar aunque fuera a la décima parte, por la falta de dinero para adquirirlos.

Para evitar comprometimientos lesivos para la autonomía del movimiento en un futuro, no se pidió la colaboración de ninguna otra organización o persona, sino que se hizo un esfuerzo sobrehumano para reunir un mínimo de fondos con los cuales financiar el precario arsenal destinado a ser utilizado en las acciones propuestas.

Fue así que el “armamento” principal de los futuros asaltantes consistió básicamente en fusilitos calibre 22 y escopetas de caza calibre 12 adquiridos en armerías o mediante terceros, pues no había dinero para más debido al origen muy humilde de la mayoría de aquellos jóvenes.

De ahí que Fidel expresara: “No pensábamos con un puñado de hombres derrotar a la tiranía batistiana, derrotar a sus ejércitos, no. Pero pensábamos que aquel puñado de hombres podía ocupar las primeras armas para empezar a armar al pueblo (…) Sí, las armas estaban en los cuarteles, engrasadas y listas pero en manos del enemigo y había que realizar la hazaña de arrebatárselas para hacer la revolución”.

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El espirituano Antonio Darío López García —izquierda— en el juicio por los sucesos del Granma y el 30 de noviembre de 1956, celebrado en causa única en Santiago de Cuba.

CON EL MONCADA EMPIEZA LA UNIDAD

En palabras del fenecido Eddy Chibás, puede decirse que los sucesos del 26 de julio de 1953 en Santiago y Bayamo constituyeron un aldabonazo a la conciencia del pueblo cubano en un momento en que parecía que no ocurría nada, que no se hacía ningún esfuerzo concreto contra el régimen.

De buenas a primeras estallaba en el escenario nacional una acción heroica: el asalto a dos fortalezas militares por cerca de 200 hombres armados —si bien precariamente— y uniformados, a unos 130 kilómetros una de otra, en un plan perfectamente concebido, cuyo fracaso se debió a imponderables prácticamente imposibles de prever.

Esas acciones aquel domingo de carnaval, como hacía 58 años atrás en Baire, el 24 de febrero, decretaban el inicio de una guerra de liberación nacional. La represión indiscriminada desatada por la dictadura, que ordenó asesinar a 10 jóvenes revolucionarios por cada militar fallecido y que cobró la vida de 55 asaltantes —y de otros dos civiles—, aparte de los seis que murieron en combate, golpearon de forma violenta la conciencia del pueblo, cuya atención se volcó a lo ocurrido en tierras orientales y a sus personajes.

Muy mal paradas quedaron las otras organizaciones insurreccionistas, mientras el régimen culpó en un primer momento a políticos y partidos tradicionales, pero la verdad se abrió paso, sobre todo en el juicio por los sucesos del Moncada y Bayamo, donde el responsable principal sobreviviente, el doctor Fidel Castro Ruz, se adjudicó la responsabilidad de los hechos y dijo que el autor intelectual de lo ocurrido era José Martí.

Allí Fidel, que asumió su propia defensa, explicó con lujo de detalles el plan propuesto, el cual consistía en controlar la guarnición del Moncada, difundir la acción por radio y llamar al pueblo al combate para entregarle las armas, mientras los combatientes en Bayamo cortaban la Carretera Central e impedían la llegada de refuerzos desde Holguín. En caso de una derrota, se replegarían hacia la Sierra Maestra para desarrollar la guerra de guerrillas.

Las condenas a los asaltantes, remitidos al Presidio Nacional de Isla de Pinos, no pudieron impedir que el movimiento iniciado por Fidel y Abel  —asesinado en el Moncada— se cohesionara en cautiverio mientras en toda Cuba se creaban nuevas células y se distribuía clandestinamente en forma de folleto el alegato defensivo pronunciado por Fidel el 16 de octubre de 1953 en la salita de enfermeras del Hospital Civil Saturnino Lora, verdadero programa de gobierno conocido por La historia me absolverá.

El 15 de mayo de 1955, la dictadura se ve obligada a liberar mediante amnistía a los moncadistas presos en Isla de Pinos. Fidel no tarda en demostrar, ya en “libertad”, que la absolución ha sido forzada por la campaña nacional para lograrla y que la dictadura no está dispuesta a ceder un solo ápice de poder a otras fuerzas políticas. Entonces manda emisarios a las distintas provincias y estructura la dirección nacional del flamante Movimiento 26 de Julio.

Como consigna el estudioso Mario Mencía en su libro Moncada, la respuesta necesaria, se unen progresivamente a aquella empresa heroica, personas como María Antonia Figueroa, de Santiago de Cuba; Cándido González, Calixto Morales y Raúl García Peláez, de Camagüey; Guillermo Rodríguez del Pozo, de Villa Clara; Ricardo González Tejo, José M. Torres e Ismael Pérez Falcón, procedentes de la Ortodoxia y del MNR de Jovellanos; también Universo Sánchez, de Colón; René Reiné, que laboraba con Melba Hernández, así como Héctor Ravelo, de Habana campo.

Pronto se unirían también cubanos tan valiosos como Armando Hart Dávalos y el médico Faustino Pérez Hernández, procedentes del MNR de García Bárcenas, preludio de otros compañeros de esa organización que seguirían su ejemplo. En distintas partes de la isla se incrementó la membresía y la organización del movimiento.

En tierras orientales crecería con especial ímpetu el “26” de la mano de Léster Rodríguez y María Antonia Figueroa, quienes captan combatientes de Acción Libertadora en esa provincia, como Oscar Lucero y Otto Parellada, y la joya de la corona, Frank País y sus compañeros de Acción Nacional Revolucionaria. Era un excelente comienzo para una empresa que aglutinaría en un solo haz los empeños de un número creciente de combatientes procedentes de distintas organizaciones, sobre la base de la unidad entre las fuerzas más progresistas del país.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

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