El gusto de enseñar fuera de Cuba

Prestigiar el sello de la educación cubana ha sido la máxima de Adalberto Bravo Carbonell, un pedagogo espirituano que se distingue por sus aportes en las colaboraciones internacionalistas

Adalberto rememora las vivencias que le dejaron las misiones internacionalistas en Venezuela y Haití. (Foto: Vicente Brito / Escambray).

No escogió el magisterio por casualidad. El interés por el francés, una lengua que no pocos temen aprender, lo adentró en el camino de la pedagogía y por él transita hace más de 30 años. Se encargó de estudiar y de enseñar este idioma a sus estudiantes, en un momento en que su aprendizaje era fuerte en la nación. Así comenzó a andar en el magisterio Adalberto Bravo Carbonell, hasta que más tarde el destino quiso que se curtiera con el desempeño de otras labores.

Pero lo que no imaginó el maestro fue que su vida se desligara del aula, de súbito, y se camuflara en la piel de metodólogo de francés, inspector integral, director de centros internos, y de Educación municipal en Sancti Spíritus, así como secretario del consejo de atención a menores en el gremio; tareas que prestigió con el compromiso que lo caracteriza, pues, según cuenta, ha sabido escudriñar el arte de instruir.

      Su competencia fue tanta que en su historia no faltan las misiones internacionalistas en países como Venezuela y Haití, regiones a las que llevó el saber, así como métodos de enseñanza que se impregnaron en los sistemas educacionales de estas naciones y en el corazón de sus habitantes.

     “En el año 2007 el Ministerio de Educación me solicita para que fuera a Venezuela a impartir un diplomado en Dirección y Supervisión Educativa. Estuvimos exactamente 45 días en el estado de Portuguesa, y allí introdujimos el hábito del control en el sector venezolano, una experiencia novedosa para ellos, pues nunca antes habían implementado una idea como esta”, comenta el licenciado en Educación.

     Un poco más tarde, cuando ni siquiera tenía en mente volver a viajar, tocó a su puerta el llamado para ir hasta Haití como coordinador de la brigada de educadores que se encontraba en este lugar, quienes tenían como prioridad alfabetizar a sus pobladores.

    “Fue en el 2008 cuando tuve que ir hasta este país, y en ese entonces estaba en boga el método Yo sí Puedo, que se implementaba a través del recurso televisivo y agrupaba a artistas famosos de la región, para a través de ellos dar las clases”, apunta Bravo Carbonell.

    Dicha estrategia alumbró el rostro de muchas personas en el mundo, y Haití no fue la excepción. “Era un dramatizado que se encargó de vincular los números y las letras para que los haitianos aprendieran mejor. Con él se logró que 10 millones de seres humanos aprendieran a leer y a escribir”, describe el pedagogo.

    Para llevar adelante el aprendizaje en este lugar, según refiere el educador, se entregaron disímiles medios audiovisuales como televisores y equipos de video, alternativa que posibilitó llegar hasta los 10 departamentos de Haití.

     “En la ejecución de este método nos ayudaron mucho las brigadas de los colaboradores de la salud que estaban allí. Nos prestaban sus casas y hasta ellas llevábamos los equipos, y los propios médicos y el resto del personal del gremio, contribuían con la enseñanza”, explica el también metodólogo-inspector en la Dirección Provincial de Educación.

     Sin embargo, cuando todo marchaba sin problemas y cada día eran más los haitianos que lograban aprender, llegó el terremoto de enero del 2010 que borró del mapa a Puerto Príncipe, capital de este país, y acabó con la vida de miles de personas. Y en medio de este episodio que precisó la ayuda internacional estuvo Adalberto.

    “Sentimos el terremoto y ante ese suceso tuvimos que regresar a la patria, y se interrumpió la alfabetización. Fue un momento muy duro. Había personas que era la primera vez que veían un televisor en su vida. Además, los haitianos también se alejaban de los cubanos que los ayudaban, que les pasaban la mano, les sacaban las puntas a los lápices, se creó una hermandad tan grande que en ese momento impactó mucho”, confiesa el maestro de más de 30 años de labor.

      Y es que la mano de los cubanos en otras naciones amigas viene a auxiliar a los pobres, a esos que la sociedad muchas veces excluye. “El contacto con otros pueblos es importante y lo comprobé en Haití por la forma en la que se le ilumina el rostro a una persona analfabeta cuando aprende a firmar aunque sea. Ellos sienten un amor infinito hacia el maestro cubano, porque saben que Cuba les lleva la luz de la esperanza”, destaca.

    Adalberto regresó a la nación, y dentro de poco volverá a trabajar como metodólogo- inspector en la Dirección Provincial de Educación; una faena que no le hace olvidar las experiencias frente a un aula. “Los muchachos jóvenes tienen que empezar dando clases, ese paso no se puede violar, saben que tienen que ser ejemplo y trabajar con los valores todos los días para que los alumnos crezcan.

      El maestro tiene que trabajar con responsabilidad, debe buscar la inclusión para que el niño esté contento y además, encontrar las causas de los problemas para que de esta forma instruyan y eduquen de la mejor manera posible”, concluye.

     Adalberto Bravo Carbonell no es un pedagogo cualquiera. Por sus venas corre el más alto compromiso que se puede atesorar por una profesión. Mas, se despoja de toda vanidad, y se reconforta con el hecho de haber cumplido cada tarea. Le agradece a la vida, y también a la suerte, ser un educador que ha dejado las marcas del magisterio en cada rincón del mundo por el que ha caminado.  

Greidy Mejía Cárdenas

Texto de Greidy Mejía Cárdenas

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