Para esta joven delgada y locuaz, la vida cada día es un nuevo desafío, así va sorteando obstáculos, como cuando decidió salir de su natal Mayarí Arriba, con su hija mayor en brazos para asentarse en una finca por la zona conocida como Guanabo, en el municipio de Jatibonico y trabajar en cualquier tipo de labor agrícola.
Luego, sin una residencia fija transitó por varias partes de ese territorio, vivió en ranchos, en locales prestados hasta instalarse en lo que le llaman una facilidad temporal, en La Yaya.
“Hoy tengo cinco hijos, la mayor de 16 años y la menor de 2, y aunque recibo una ayuda del Estado, busco el sustento económico de mi familia haciendo carbón para vender y para mi consumo. Los vecinos me lo compran porque saben que es de calidad y en momentos de apagones tienen con que cocinar”, aclara la joven.
Sentada sobre un banco rústico del patio muestra las manos dañadas por el calor del horno y las espinas de aroma. “Mira como tengo los dedos y las uñas —confiesa—, pero trato de ganarme la vida honradamente, por eso me decidí por el carbón. En esta zona no hay muchas opciones de empleo para las mujeres desde que disminuyeron los campos de caña y uno tiene que luchar para alimentar a los hijos”.

A fuerza de hacha y machete preparan los palos que luego trasladan hasta el lugar donde arman el horno. “Todo es de forma manual y lo hacemos entre mi esposo, mis hijos y yo. Ahora que comenzaron las clases, entonces por las tardes nos vamos todos al campo para trabajar en lo del carbón.
“Unos tres kilómetros recorremos diariamente buscando la madera apropiada, por suerte en los alrededores de La Yaya hay mucho aroma y marabú. Luego, en cuatro o cinco días hacemos todo el proceso. Siempre armamos hornitos pequeños, de unos diez o 15 sacos, para que sea más fácil atenderlo. Además, porque la leña se carga al hombro, entre todos”.
Mientras habla observo su rostro pintado de negro, así también está el de los pequeños que la ayudan a envasar en sacos los tizones crujientes de carbón. “Esto es algo que siempre tiene demanda, aquí en el campo se vende a 500 pesos, aunque dicen que en el pueblo lo pagan a más, pero a mí lo que me importa es sacar el dinero de la comida y dejar para mi consumo”

¿Por qué aprendiste a hacer carbón?
Por necesidad, yo no sabía nada de este trabajo, pero me vi sin un centavo, entonces pensé en qué cosa podría hacer para ganarme la vida honradamente. Dos jóvenes de 17 años fueron los que me enseñaron: Irelito y Arbolito; así les dicen, ellos fueron mis maestros y se lo agradezco, pues en esto ya llevo casi un año.
¿Cuándo sabes qué ya está el carbón?
Desde que el horno baja y uno le va bajando también las bocas, en una noche se le quema la corona completa y empieza a descender, le abrimos nuevas bocas por debajo para que le llegue oxígeno. Cuando acaba de caer, el horno te da las patas, entonces le abrimos un poco más para que termine de quemar, luego va saliendo el calor y se le quita la tierra y toda la yerba, hasta que refresca para comenzar a envasar.
Hasta en eso mis hijos están entrenados, cuando les digo que nos vamos para el marabuzal, se visten con ese atuendo. Ya la gente me identifica como la carbonera de La Yaya y a mí no me molesta, por el contrario, sé bien que lo que hago es trabajar honradamente, pero mis hijos son mi sostén, ellos van conmigo todo el tiempo, solo no lo hacen de madrugada cuando están durmiendo.
¿Y ahora que ya están en clases?
La mayor de mis hijas estudia en el politécnico de Jatibonico, el varón que le sigue está en espera de una captación para que ingrese en la EIDE de Sancti Spíritus, la otra niña empezó quinto grado en la escuela primaria de La Yaya, el varón más pequeño comenzó el prescolar y la niña de dos años, se queda conmigo. Pero cuando regresan nos vamos todos para el monte.
¿Y tu familia en Mayarí?
Tienen una situación difícil, mi hermana es hidrocefálica, más bien ellos están para que los ayuden, por eso quise abrirme camino por mí misma.
¿Dejarías de hacer carbón algún día?
Si la vida de mis hijos mejorara en algún momento yo dejaría de hacer carbón, pero mientras dependan de mí, lo seguiré trabajando, al menos así puedo llevar la comida a la mesa y mis vecinos, que son los que casi siempre me lo compran, tienen conque cocinar en estos tiempos en que los apagones nos afectan mucho.

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