Antón Arrufat: Voy a la página como si empezara de nuevo

Durante uno de sus periplos espirituanos, quien recibiera el Premio Nacional de Literatura en el 2000 revelaba interioridades de su proceso creativo y de su polémico carácter. En homenaje a su memoria, Escambray reproduce sus declaraciones de hace ya dos décadas

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El reconocido poeta, narrador y dramaturgo cubano Antón Arrufat, Premio Nacional de Literatura (2000), falleció este 21 de mayo a los 87 años de edad.

A pesar de la pose de intelectual consagrado que asume a deshora, incluso sin proponérselo, sigue siendo un eterno irreverente. Más allá de su andar pausado, casi ceremonial, habitan los ímpetus de aquel mismo Antón que allá por 1968 escandalizara a la isla con su obra de teatro Los siete contra Tebas. Polémico entonces, mejor comprendido luego, continúa escribiendo el poeta, narrador, ensayista y dramaturgo en esa especie de catarsis creativa que al parecer no lo abandona.

A propósito de sus textos poéticos, accedió desenfadado, espontáneo, a despejar las dudas de esta periodista en ciernes.

Julio Cortázar le expresó una vez: “Yo, Antón, no te digo nada, pero cada tanto me vuelven a la memoria imágenes y sonidos, y tu tío loco Roberto se pasea por las habitaciones desocupadas. Es eso la poesía, ¿no?”. Y le pregunto entonces, ¿qué es la poesía para Arrufat?

No lo sé con certeza. La poesía es una musa que me visita y yo la atiendo a veces, cuando tengo tiempo. En ocasiones la dejo pasar porque no llevo papel y lápiz a mano. Pero lo que es en sí misma la poesía resulta difícil de definir.

En una época yo la practicaba como confesión personal; era la etapa en que uno escribe poemas adolescentes, que busca poner en la página una experiencia autobiográfica, poemas que escribí y que nunca publiqué. Muchos de esos versos se transformaron después en algo que a mí me interesa hacer que es la poesía impersonal, la poesía donde no se escucha al autor sino en la que el poeta habla de personajes, de protagonistas líricos que ha imaginado, ha visto, o de los que ha participado.

Aun cuando se manejen indistintamente varias definiciones de poesía, a mí me interesa como contraposición a la prosa. Creo que la prosa y la poesía no se llevan del todo bien y parten de actitudes previas a la creación completamente diferentes.

Para quien ha cultivado de manera prolífera todos los géneros literarios, ¿cómo discernir el plano formal que más se aviene a las distintas inspiraciones? ¿Cómo es ese proceso previo en Antón?

Ya viene un poco hecho. Yo he tratado de eliminar las fronteras entre los géneros, sobre todo en estos últimos tiempos: una obra de teatro cercana a la poesía y la narrativa, o una narración que colinda con el ensayo… Casi todas llegan con su forma. Al escribir un poema uno sabe que lo hace de una manera diferente a como redacta un artículo. Yo he escrito artículos y cuentos, y sé perfectamente que son cosas diferentes, aunque la vida postmoderna se haya propuesto quebrar las fronteras. En el momento de la creación uno sabe que existen esos límites y por tanto después los va difuminando. Pero en el instante, o como yo lo llamo, el acto previo a la escritura es cuando la prosa o la poesía se definen.

Si tenemos en cuenta que la escritura es un espacio de realización personal, íntima, ¿cuánto le interesa la valoración que el otro haga de su obra?

No me interesa nada. Casi nunca leo a los críticos que han opinado sobre mí. Yo no atiendo mucho a lo que los demás dicen porque ellos están hablando siempre de un pasado, de una obra que ya yo finalicé. A mí me importa la obra que estoy haciendo, y esa nadie la conoce. Además, sigo el consejo de Rilke: no ando leyendo lo que se escribe de mí, porque la crítica puede llegar a confundirlo a uno.

También puede aclararle el camino porque muchas veces una opinión equivocada, suponiendo que uno la escuche, te dice realmente qué hacer. Es el valor que tiene el antagonismo, que torna al poeta consciente de lo que quiere hacer. Aunque resulta un poco enfermizo porque la escritura no debe ser demasiado racional, sino que debe dar entrada a sensaciones, a experiencias inconscientes.

Sin embargo, debo ser justo: existe la opinión secreta del escritor-amigo, del amigo-escritor. Esa, a veces, en el curso de mi larga vida he querido escucharla. La crítica que hace aquella persona que uno admira, a la cual uno considera no sólo un escritor sino un buen lector; ese criterio yo sí lo escucho. La opinión de los críticos profesionales que para ganarse la vida dan valoraciones sobre los libros que escribo, esa no me interesa.

¿Cómo asume entonces los numerosos premios?

Si los tomo en consideración envejeceré inmediatamente, y como no me interesa envejecer, asumo el Premio Nacional, las medallas y las condecoraciones con cierta displicencia que me caracteriza. Las personas más allegadas a mí saben que es verdadera.

En el poema 2 de Repaso final usted expresa: “Todo lo que uno quiere, ya es de otro”. ¿Qué poema de otro le hubiera gustado escribir?

¡Ah!, muchísimos. Yo no creo en la angustia de las influencias ni en las teorías de Harold Bloom hechas para escandalizar al mundo literario. He asimilado completamente las influencias sin ninguna angustia. Cojo lo que me interesa y no tengo ninguna zozobra con eso. Creo que el escritor está dentro de la cultura y toda ella, la buena, la mala, la regular, puede servir en algún momento. Cuando el artista sabe lo que quiere, echa mano a cualquier cosa, sólo que lo transforma en algo que nadie puede reconocer de dónde salió.

Por ejemplo, me habría gustado escribir un poema como Fidelia, de Juan Clemente Zenea, o Los placeres de la melancolía, de José María Heredia. Ahora, resultaría curioso saber si a Juan Clemente Zenea le hubiera interesado algún poema mío, ¿verdad?

Mi familia muerta está sentada en la sala es un verso recurrente en el poemario Repaso final. ¿Cuánto hay de autobiográfico en ese libro, y en toda su obra lírica?

Me gustaría decirte que nada.

Pero no se lo creería…

Trato, por lo menos como principio, como poética, de no hacer literatura con mi vida. Ella está en un lugar y lo que escribo, en otro. Yo quiero hacer una literatura que sea una creación, como el Sputnik, como las naves que van a los astros, como las cosas que el hombre construye. ¿Qué tiene que ver un objeto tecnológico con la existencia de quien lo inventó? Pues eso es lo que a mí me interesa.

Creo también que es un propósito bastante imposible, no voy a negar que hay biografía en lo que he hecho, pero siempre es en contra de mi voluntad. Trato de evitar que salga, pero entonces mis experiencias entran en el poema y lo hacen de una manera que ni siquiera las reconozco.

El desencanto, la indiferencia, el desarraigo a veces, convergen en sus versos. Tomando prestados algunos de ellos, le pregunto: “¿Por qué, tan desolado se siente uno que se levanta y escribe este poema?”.

Indudablemente yo tengo una gran admiración por los boleros. Creo que si fuera un buen poeta debería escribir boleros, pero ya lo han hecho los boleristas. Veinte años, por ejemplo, es una de las grandes composiciones que se han escrito en este país. Vete de mí, esa canción de Bola de Nieve que el otro día oí con mucho detenimiento y fue cuando la vine a entender, porque es mucho más profunda de lo que la gente supone es el amante que le dice a otro: “No me quieras porque yo no valgo la pena, yo soy una rama seca”. Esa canción se canta así, cuando uno se está afeitando, sin darse cuenta de cuán formidable es.

Y entonces hay tardes, a las cuales aluden esos versos que tomaste como referencia, en las que ese ser inventado por mí está acostado, oye un bolero, se levanta y escribe ese poema a modo de competencia con la canción. A la misma vez se trata de esas tardes en las cuales el personaje no tiene ningún destino, no sabe qué hacer.

¿Y no será que a veces el poeta, el Yo Autoral, se siente así, sin destino?

Tú quieres de todas maneras que yo haga confesiones biográficas… La tristeza es un sentimiento que todos experimentan, no hay que ser poeta para sentirse triste. Lo que hay es que ser poeta para dejar de estar triste y escribir un poema.

¿Cómo asume Arrufat los cada vez más frecuentes homenajes?

A mí me gustaría seguir caminando, pero ya la gente me detiene por las calles y me dice: “Adiós, maestro, aquí tengo un libro, ¿me lo puede dedicar?”. Y entonces tengo que salir con varios bolígrafos para poder firmarlos, sobre todo en el barrio de Centro Habana donde vivo, donde los lectores, los delincuentes, los revendedores de libros, los que nunca se ocupan de nada, hasta esos me conocen y me piden textos. Debo acostumbrarme a los elogios, pero sin tomarlos muy en serio. Yo no soy un escritor que se “cree cosas”, voy a la página como si empezara de nuevo. Es la única manera de fingir ser joven.

Gisselle Morales

Texto de Gisselle Morales
Periodista y editora web de Escambray. Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año (2016). Autora del blog Cuba profunda.

Comentario

  1. Periodismo chatarra.

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