Mirelkys Morales Pérez parece perderse de vista en la Finca La Lolita. Lo mismo está entre las vacas que pastoreando carneros o con delantal en mano envuelta en los quehaceres de la casa. Lo cierto es que nada frena a esta muchacha de 38 años cuando de ponerle el pecho al campo se trata.
Quizás por ello todos los días hace malabares con el tiempo para no dejar nada a medias en el hogar, atender las vacas y asegurar, por ende, el cumplimento de los planes de leche que sostiene con la Empresa Agroindustrial de Granos Valle del Caonao, de Yaguajay. A las cinco y un poco de la mañana se levanta; prepara el desayuno y ultima los detalles para encaminar a una de sus hijas para la escuela, mientras que la más pequeña, de tres años, permanece en casa.
Con ese ritmo empieza cada jornada y al filo de la medianoche todavía está actualizando datos de su rebaño: registrando los nuevos nacimientos, comprobando las vacas próximas a parir y velando por los rendimientos de sus producciones. Y es que la ganadería no es tarea fácil. A esta actividad hay que ponerle empeño, conocimientos, y amor.

ESTIRPE GANADERA
Aunque hace 12 años que Mirelkys vive en Iguará, poblado del municipio espirituano de Yaguajay, mantiene intactas la humildad y las ganas de trabajar con las que llegó de su natal Pozo Colorado, caserío de Taguasco, donde fraguó su infancia y firmó un vínculo indisoluble con el campo.
Y no es que la joven no tuviera oportunidades. Cursó la Facultad Obrero Campesina, cursos de Computación y de auxiliar pedagógica, hasta que decidió dedicarse a la ganadería y aplicar en este renglón todo lo aprendido con sus padres, quienes, veterinarios al fin, la enseñaron a entender a los animales.
“Nací dentro de una finca y tenía conocimientos sobre el manejo de los animales. Entonces, tras la desintegración de la CPA El Vaquerito, pedí tierras en usufructo y por ahí comenzamos mi esposo y yo con el ganado. De toda la vida he estado en el campo, en la cría de puercos, carneros, vacas, pero como tal nos dedicamos al ganado mayor.
“Sé que hay otros oficios importantes, pero a mí me gusta mucho el trabajo del campo. Desde que nací estoy dentro de los animales, y por eso no me ha sido tan difícil lidiar con ellos”, asegura mientras pastorea y contonea algún ternerito.

Mirelkys es resuelta. Domina las cantinas de leche con la misma seguridad con la que habla de la alimentación de sus animales, de cómo atender algunas de sus dolencias o alcanzar favorables resultados en la producción de leche.
“Si tú no los conoces no puedes avanzar con ellos. Además, no les puedes perder el rastro. Tienes que estar constantemente arriba de eso. La ganadería lleva su horario. No es que tú ordeñes a la hora que quieras y tranques los animales en cualquier momento porque, de ser así, no vas a tener logros.
“Hasta ahora mantengo buenos resultados en la producción de leche, a pesar de la larga sequía que atravesamos. Estoy cumpliendo los planes al ciento por ciento. Este año tengo un plan de 10 000 litros de leche y sobrecumplo hasta ahora porque entrego 41 litros diarios.
“Para esto hay que tener buenos manejos. Además, cuento con la ayuda de mi esposo que sabe mucho del trabajo con el ganado. Por la base productiva, que es la CCS Gelacio Cid, nos vendieron sal y nos facilitaron alambre para cercar la finca y garantizar el acuartonamiento de los animales.
“Estamos enfrascados en la siembra de caña para semilla. Ya hicimos un banco para seguir extendiendo el área de forraje, muy importante para asegurar la alimentación cuando llegue la sequía. El agua tampoco puede faltar, sobre todo, para las vacas de ordeño, que necesitan tenerla estable. En la ganadería hay que tener mucho control”, confiesa Morales Pérez.
El esfuerzo y la entrega de esta mujer y su esposo Julito se aprecian con tan solo acercarse al lugar. Basta mirar los potreros limpios, las cercas levantadas al detalle y los cuartones listos para darse cuenta de cuánto se puede lograr cuando existen voluntad y deseos de hacer. Ellos también tropiezan con la demora en el pago de la leche, con la carencia de insumos… Mas, se imponen y caminan hacia adelante.

MÁS ALLÁ DE UNA FINCA
Mientras Mirelkys está en la casa junto a las niñas, Julito está al pie de las vacas, en pleno ordeño. Y cuando ella pastorea el ganado, él prepara las cantinas para que lleve la leche hasta el termo. Más que compartir tareas en la finca, esta pareja se complementa en los quehaceres diarios.
“Trabajamos a la par. En la unión está la fuerza, porque de lo contrario no pudiéramos alcanzar los resultados que tenemos hoy. Somos una familia y entre todos nos ayudamos. La niña más grande, por ejemplo, llega de la escuela y enseguida pregunta si parió alguna vaca, nos ha ayudado hasta a curar el ombligo de los carneros. Nacimos en el campo y nos gusta lo que hacemos. Esa es la mejor clave”, destaca Julio César Correa Hernández.
Junto a Julito, está la colaboración de un vaquero y de Mirelia Pérez Hernández, madre de Mirelkys, quien también llega para dar una mano en lo que haga falta. “Trato de ayudar lo que más pueda: con las niñas, en la casa y hasta con los animales.
“Ella les dedica mucho tiempo. Desde chiquita aprendió a trabajar con ellos. Por eso, verla hoy encaminando esta vaquería, alcanzando buenos resultados, cumpliendo con sus planes de producción es motivo de orgullo para mí y para toda la familia”, acota y se emociona no solo porque habla de su hija, sino de una mujer comprometida con lo que hace.

Con camisa, sombrero y botas, todos los días sube al carretón que la trae hasta el pueblo a cumplir con la entrega de leche. Toma las riendas y tal parece que habla con el animal para, en un abrir y cerrar de ojos, recorrer los cerca de 3 kilómetros que la separan de la comunidad de Iguará. Llueva, truene o relampaguee, está allí, prueba de que “todo es posible, solo hay que proponérselo”, agrega.
“No me gusta esperar a que otros hagan las cosas. Me siento bien con lo que hago. Es mucho trabajo, pero lo disfruto”, precisa esta campesina de 38 años de edad.
Mirelkys es una mujer de verbo firme y de una sabiduría curtida bajo los días de sol y lluvia, en los que ha estado siempre al pie de sus reses. Es joven todavía y mucho tiene que contar sobre la ganadería y el trabajo en el campo. Sus saberes no provienen de academia alguna, sino de una rutina cotidiana. Ese caudal de conocimientos los transmite a sus dos retoños.
“A mis hijas les enseño a trabajar con los animales, pero les inculco que tienen que estudiar y superarse. Tienen que aprender a sobrellevar las dos cosas. El campo y esas vacas que están ahí son mi vida, porque de ahí sale todo”, asevera.
Cae la tarde y todavía no descansa. Los días se le escurren entre esos potreros en los que ha curtido, de a poco, su vida. “Pienso estar aquí siempre. Mientras tenga fuerza y pueda trabajar con los animales, quiero estar con ellos”, confiesa.
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