La angustiosa odisea de los medicamentos

Durante el 2024 y los meses transcurridos de 2025, la cuerda se ha tensado como nunca antes en la producción y distribución de fármacos en Cuba. Escambray aborda diversas aristas de esta compleja realidad

Ilustración: Osval/ Escambray

Pocos escenarios se dibujan tan sombríos como recibir un diagnóstico de cáncer, ya sea propio o de algún familiar cercano. Pero ese mazazo al equilibrio derriba aún más cuando —con toda la profesionalidad médica posible—, en la consulta notifican la imposibilidad de recibir de inmediato el tratamiento porque falta determinado medicamento. Todos sabemos que el paso mortal de un tumor no se detiene. Entonces, la escuálida línea entre la vida y la muerte prácticamente se desvanece.

Pero, sin llegar a ese caso extremo, tampoco resulta nada fácil pasar una madrugada en vela por la tos incesante de algún hijo sin tener el necesario antihistamínico a mano; o que alguien en casa presente alguno de esos dolores que de vez en cuando castigan al cuerpo y en el botiquín no quede ni una simple Dipirona.  

Estos ejemplos vienen a colación porque, durante los últimos años, cuando alguien se enferma en la familia y salimos a buscar los medicamentos para atender la mayoría de las patologías, nos enfrentamos a una de las realidades más complejas de Cuba hoy: el angustioso déficit de fármacos, tanto en las instituciones de Salud Pública como en la red de farmacias.  

Especialmente en el 2024 y los meses transcurridos de 2025, la cuerda se ha tensado como nunca antes en este asunto: según las estadísticas del Departamento de Medicamentos de la Dirección Provincial de Salud, en estos momentos el territorio apenas cuenta con el 50 por ciento del cuadro básico cubierto.

Los faltantes se reportan en casi todos los grupos farmacológicos, pero entre los más demandados y sensibles aparecen antibióticos, antihipertensivos, analgésicos, antihistamínicos, cremas, así como antinflamatorios, esteroides, antipiréticos, sicofármacos y anticonvulsivantes.

Las carencias, que saltan a la luz pública en las noches de cola frente a una farmacia, golpean incluso la atención al grave y a los pacientes oncológicos. En los hospitales faltan lo mismo bránulas y jeringuillas que un bisturí. Pero también se encuentran deficitarios catéteres, citostáticos y sondas.

Escasean tanto los fármacos e insumos importados como los de producción nacional; los del llamado Tarjetón para las enfermedades crónicas, como los reactivos necesarios en los análisis de laboratorio o componentes imprescindibles para los exámenes de Anatomía Patológica.

Las causas de esta lamentable realidad se conocen con más o menos detalles: el déficit de materias primas, envases y financiamiento; roturas en industrias y laboratorios productores, los obstáculos impuestos por el bloqueo a los procesos importadores, la inestabilidad de los proveedores, entre otras razones objetivas.

Nadie discute ni cuestiona la profesionalidad de la mayoría de los trabajadores e instituciones de la Salud, que permanece intacta, con los más altruistas malabares para buscar alternativas y ayudar a los pacientes. Mucho menos la calidad de los productos médico-farmacéuticos fabricados en la isla, con un histórico aval de absoluta seguridad que los ha mantenido en la preferencia de los consumidores.

Además, si un medicamento existe en la Punta de Maisí o el Cabo de San Antonio y se necesita en otro lugar distante del país, se gestiona, transporta y distribuye con la mayor agilidad para salvar una vida o mejorar a un enfermo porque, si algo ha sobrevivido y engrandece a este sector, es su altísima sensibilidad y humanismo.

Pero la realidad muchas veces supera las buenas intenciones y, cuando algún fármaco definitivamente no aparece, a las familias no les queda más alternativa que pedírselo a un allegado residente en el exterior o salir a la calle a comprarlo porque las enfermedades ni se anuncian ni esperan.

Entonces tropezamos con las despiadadas reglas de un mercado que lo mismo comercializa medicamentos e insumos importados que desviados por el robo y el descontrol existente en las propias instituciones sanitarias del país, en todos los casos con precios bastante exorbitantes.

Los importes realmente impactan en los grupos de venta, donde se pregona de todo como en botica, a distintas tarifas y a veces hasta se aclara que no aceptan transferencias. Valgan algunos ejemplos:  Amoxicilina en suspensión, a 700 pesos; Rosefín, a 650; Cefalexina, a 550; Metocarbamol, a 500; Levotiroxina Sódica (25 tabletas), a 750; cinco óvulos de Metronidazol con Nistatina, a 600; cremas dermatológicas, entre 800 y 900 pesos.

En muchos casos, ni siquiera se pone una tarifa y en las listas comercializadoras Escambray encontró algunas bien significativas como una prótesis de cadera en 60 000 pesos. Pero, sin dudas, lo peor es lo que no se publica, se rumora por lo bajo y que este medio de prensa escuchó sin poder probarlo: el pago a discreción que algunos deben efectuar para poder acceder a determinados servicios, por ejemplo, a la radioterapia contra el cáncer, cobrada —según dicen— a unos 70 000 pesos.

Toda esta realidad trae consigo otro dilema peligroso: las probables falsificaciones de los productos que se compran por la calle, un asunto sobre el cual ha alertado en más de una ocasión el Centro para el Control Estatal de Medicamentos, Equipos y Dispositivos Médicos en Cuba porque ya ha generado afectaciones bien serias en algunos consumidores de determinados fármacos.

Ante este escenario, en muchos casos se precisa la revisión de la autenticidad del producto por esa propia entidad reguladora, la firma de un consentimiento informado por el paciente y una estricta vigilancia a la hora de la administración del medicamento.

En las muy complejas circunstancias actuales, Cuba ha garantizado los suministros para los programas de vacunación; e impulsa la producción de la medicina natural, tradicional y homeopática, con el propósito de, al menos, paliar en algo este panorama.

 A la hora de decidir la adquisición o fabricación de los fármacos, en dependencia de las posibilidades reales con que la isla cuenta, se mantienen como prioridades los relacionados con el Programa de Atención Materno infantil, el cuidado a los paciente graves y oncológicos, así como los destinados a la llamada Tarjeta de Control o Tarjetón para el tratamiento de las enfermedades crónicas.

El Departamento de Medicamentos de la Dirección Provincial de Salud asegura que esta cruenta realidad —que incluye el sutil hilo divisorio entre la vida y la muerte, entre el alivio y el dolor— pudiera mejorar gradualmente, pero mientras ese respiro llega, ahora mismo, y en los casos donde sea posible, solo la prevención y el autocuidado se mantienen como los únicos escudos protectores para esta angustiosa odisea.   

Mary Luz Borrego

Texto de Mary Luz Borrego
Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas económicos. Ganadora de importantes premios en concursos nacionales de periodismo.

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