Un Quijote de la restauración en Trinidad (+fotos)

Víctor Manuel Echenagusía Peña nació el 6 de octubre de 1944 en esta ciudad que arropa y protege, y donde hasta la luz es diferente. Su obra como museólogo y restaurador trasciende las fronteras de la urbe y del tiempo

Desde joven sintió la responsabilidad de estudiar la arquitectura de la ciudad para conservarla como lo que es, una joya del urbanismo en Cuba. (Fotos: Luis Miguel Quevedo)

Aquella mirada desde el balcón del Museo Romántico cambió el sentido de su vida, y también el de una ciudad entonces sin brillo, con el peso de los siglos sobre sus calles y edificios. Aquel paisaje decadente comenzó a transformarse y renació Trinidad con la magia que luce hasta hoy.

La imagen del joven desgarbado y apasionado que hurgaba en el pasado fue trastocándose, primero, en la del hombre ávido de conocimientos y de experimentación; ahora, en la de una persona que carga con sus años y su sabiduría mientras camina, ya sin prisa, por la ciudad, raigalmente suya.

Como un Quijote de la restauración, Víctor Manuel Echenagusía Peña le ha dedicado su vida a Trinidad, este rincón del mundo que lo vio nacer y donde el pasado vive intenso, humanamente. Ha sido él albacea de un patrimonio arquitectónico de singular valía y también de un legado inmaterial del que viven orgullosos sus hijos. Su obra es resultado de una historia de vida fascinante en la que cada acontecimiento esculpió virtudes y afectos que le han acompañado siempre.

Víctor Manuel Echenagusía Peña, un Quijote de la restauración en Trinidad.

De su familia atesora recuerdos hermosos. “Yo era el más pequeño y el más mimado; fui muy feliz”, evoca. La cercanía a su hermano Carlos, mártir de la Revolución, forjó en Víctor un sentimiento hondo de patriotismo y de principios éticos.

“Carlitos fue siempre muy brillante. Estudiaba el bachillerato cuando Batista dio el golpe de estado y se opuso abiertamente a la tiranía. Se comprometió tanto con el movimiento revolucionario que tuvo que marcharse a la clandestinidad a la Habana, ya había matriculado en la universidad y continuó participando en estas actividades hasta que tuvo que irse para la montaña.

“Yo era un adolescente. No tenía una clara conciencia, pero podía percibir ese ambiente de conspiración en mi casa hasta convertirme, por razones quizás de mi edad, en un clandestino. Y colaborar con la entrega de medicinas y avituallamientos a combatientes del Segundo Frente del Escambray y del Movimiento 26 de Julio. Recuerdo también que regábamos tachuelas en la calle para paralizar el tráfico”.

El asesinato cruel de su hermano, en una calle de Trinidad, marcó una profunda huella de dolor en Víctor, quien guarda en la memoria los detalles del hecho.

“Me enteré muy temprano en la mañana, salimos después de que los tiros habían cesado, sobre las seis de la mañana. Una persona nos interpeló, a uno de mis hermanos y a mí, que estábamos en la esquina donde tenía mi padre la peletería. El hombre venía con un aliento etílico tremendo, y nos dijo: “A su hermano lo mataron en el callejoncito de San Luis”. Y, efectivamente, allí lo habían atrapado entre dos fuegos y perdió la vida”.

En esa búsqueda temprana del conocimiento, estudió Escenografía en la Escuela Nacional de Arte.  

En esa máquina de escribir, Víctor, Teresita y Alicia conformaron el expediente que presentó Trinidad para su nombramiento como Patrimonio de la Humanidad.

Al regresar de La Habana, trabajó como profesor de Artes Visuales y de Historia en la escuela secundaria que lleva el nombre de su hermano. Llegó entonces la oportunidad de matricular el curso en el Instituto Nacional de Museología de La Habana, donde se graduó en 1986. El recién inaugurado Museo Romántico recibió al joven que, con los años, revalorizó la ciudad.

“Comenzamos Silvia Teresita Angelbello y yo como especialistas. Me enamoré de ese trabajo de inmediato. Y entonces decidimos realizar estudios sobre arquitectura.

“Nos encontramos con Alicia García Santana; ella es filóloga, pero había hecho su tesis, precisamente, sobre arquitectura del siglo XIX en Trinidad. ¡Mira qué cosa tan curiosa! Y un buen día nos encontramos y decidimos formar un equipo.

“Y nos veíamos en casa de Teresita, ahí discutíamos qué íbamos a hacer, por dónde íbamos a avanzar. Caminamos calle arriba, calle abajo, con una lienza y una escalera. Se anotaba todo en una ficha; así completamos una investigación muy exhaustiva. Con toda esa información recopilada se hizo necesario una institución para documentar y gestionar todas las evidencias. Entonces, decidimos hacer la propuesta de un museo dedicado a la arquitectura.

“Nos aceptaron. Se compró la vivienda que perteneció a la familia Sánchez Iznaga y comenzamos a hacer realidad nuestro sueño. Fue lo que se llama colaboración voluntaria. Venían arquitectos de La Habana, diseñadores, dibujantes, a trabajar voluntariamente. Los acogimos en nuestras casas y los vecinos nos traían café para las madrugadas. Así se fundó este museo.

“Aquí estudiamos algo muy interesante relacionado con las técnicas y los materiales para la restauración. Y con estos morteros tradicionales, que eran los mismos con los que se había construido el edificio, se logró la rehabilitación del inmueble. Fuimos pioneros en eso, en este país. Y ofrecimos cursos sobre esas prácticas que se mantienen hasta hoy.

“Dejamos huellas en esta vivienda de arqueología vertical, que es como se llama. Y eso marcó mucho la ciudad también. Porque no solamente fue en el museo, sino en el resto de los lugares en los que intervenimos en la medida de nuestras posibilidades”.

Con nostalgia Víctor Echenagusía Peña evoca los años en que trabajó en el Grupo de Arqueoespeleología Guamuhaya.

La rehabilitación del Museo de Arquitectura cambió la visión acerca de la ciudad histórica. Y fue precisamente Víctor uno de los primeros en defender la idea de que había que restaurar no solo los edificios, sino también la calidad de vida de las personas que habitan en ellos. La Declaratoria de Trinidad como Patrimonio de la Humanidad constituye, sin dudas, uno de sus aportes más trascendentales.

“Personalmente tuve la oportunidad no solo de elaborar el expediente que se presentó a los expertos, sino de acompañarlos en los recorridos y monitoreos. Ellos no tuvieron ninguna duda de que Trinidad sería merecedor de esta altísima distinción.

“Y así fue; pero no se trata de un título vitalicio, por lo que debemos trabajar arduamente para ser merecedores de esa altísima distinción. Porque se puede perder.

“Seré siempre un gran deudor y haré todo lo posible para que esta ciudad no se desdibuje por ese afán de convertirla en un destino turístico, que por una parte es muy bueno porque genera los recursos económicos para seguir restaurándola, pero que por otro representa un peligro para su identidad.

“Nací y me formé aquí; he salido y he regresado. Yo entrego y recibo. Es una empatía muy enriquecedora… Yo soy esta ciudad”.

Víctor es una persona muy querida por los trinitarios.

NOTA AL PIE

Víctor Manuel Echenagusía Peña nació el 6 de octubre de 1944 en Trinidad, un lugar “que arropa y protege y donde hasta la luz es diferente”. Su obra como museólogo y restaurador trasciende las fronteras de la urbe y del tiempo.

Es además fundador del Grupo de Espeleoarqueología Guamuhaya y de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios, y también miembro de la UNEAC. Ha recibido importantes reconocimientos, pero el mayor premio es el cariño y admiración que todos le profesan.

Ana Martha Panadés

Texto de Ana Martha Panadés
Reportera de Escambray. Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas sociales.

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