La escuela siempre me hará falta (+fotos)

Senén Pérez López, uno de los maestros rurales espirituanos con más años dedicados a la Enseñanza Primaria, sobrepasa el medio siglo frente al pizarrón A los 16 años ya era maestro; primero en Las Llanadas, luego en el Guajén, en una escuelita con piso de tierra y paredes de yagruma.

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El maestro Senén imparte clases a 10 estudiantes de la Enseñanza Primaria. (Foto: Arelys García Acosta / Escambray)

Senén Pérez López, uno de los maestros rurales espirituanos con más años dedicados a la Enseñanza Primaria, sobrepasa el medio siglo frente al pizarrón

A los 16 años ya era maestro; primero en Las Llanadas, luego en el Guajén, en una escuelita con piso de tierra y paredes de yagruma. Montaña arriba, caminaba 11 kilómetros con su jolongo de libros a cuestas; el día que se ponía dichoso pasaba alguien a caballo o en mulo y lo recogía.

Estos fueron los inicios de Senén Pérez López en el magisterio, y a la altura de sus 70 años de vida todavía permanece frente al pizarrón. Gracias a su permanencia en la escuela multígrado Enrique Villegas Martínez, a Toma de Agua —comunidad rural ubicada a más de 4 kilómetros de Banao— le siguen naciendo médicos, ingenieros y técnicos.

 

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En una carreta, en un camión o en el último escalón de la guagua de El Caney, llega todas las mañanas con la puntualidad de los relojes antiguos. A las ocho en punto comienza el concierto de letras y números en un aula de solo 10 alumnos. No es preciso asomarse a las ventanas del mundo para decirlo: Senén Pérez, maestro reconocido con la Distinción por la Educación Cubana, hace que a diario Toma de Agua pierda su mudez en la geografía de Sancti Spíritus y de Cuba.

HACERSE MAESTRO

En 1961, la Campaña de Alfabetización se hizo bajo las luces de miles de faroles. En las lomas de Pozo Colorado, un joven, sin haberle salido siquiera los bigotes, enseñaba a seis campesinos las primeras letras.

“Yo era un muchacho, pero tenía deseos de ayudar. En Cuba había mucha ignorancia y gente que firmaba hasta con los dedos. Aunque se corría peligro porque los bandidos campeaban por estos montes y mataban para aterrorizar a los campesinos y a los maestros, nunca dejé de ir a las clases”.

¿Aún preserva el retrato más antiguo de su existencia cómo pedagogo?

No lo tengo colgado en la pared. Lo llevo en la memoria. El 16 de enero de 1966 llegué a la escuela rural Manuel Ascunce Domenech, en el Guajén. La construyeron los granjeros con los recursos que había entonces. Abrían la yagruma en dos y la iban parando una al pie de la otra, esas eran las paredes. Los bancos eran rústicos, igual que las mesas. Afuera, había un molino de viento y al finalizar las clases baldeábamos el piso de tierra hasta dejarlo todo limpio. Había limpieza y también mucha humildad en aquella escuelita.

Hasta 20 días me pasaba sin bajar, sin ir a la casa; cuando iba, era un fin de semana. Los lunes a las cuatro de la mañana ya estaba de regreso. Desmontarme de la guagua en El Pinto y coger el trillo para arriba era la misma cosa.

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No pocos de los que fueron alumnos de Senén se han convertido en maestros. (Foto: Arelys García Acosta / Escambray)

¿Qué hilos le atan a esta comunidad Toma de Agua?

Muchos, aquí llegué en 2001 por razones de salud. Recién había sido operado de un ojo debido a un accidente con una espina de marabú, y de continuar la docencia debía ser en un aula pequeña; esta de Toma de Agua solo tenía tres alumnos y fue la perfecta para quedarme hasta hoy.

Si sacara la cuenta, la lista de graduados de sexto grado sería inmensa. Algunos, hoy, pasan a saludarme y me preguntan la edad. Le digo, ya cumplí los 70; pero ustedes pueden casarse, tener hijos y yo darles clases a ellos. Entonces, se ríen y me abrazan.

No pocos de los que fueron mis alumnos se han convertido en maestros. En Banao, los hay que son hasta jefes de ciclo. Todavía me preocupo por ellos, les pregunto si los muchachos aprenden o no. Me dicen: “Sí, maestro, van bien”. Todavía me dicen maestro.

Ese respeto se gana con el ejemplo que siembras. Tengo niños de Río Bajo, que a veces vienen haya lluvia o viento, pasando mil trabajos. Por eso, no puedo darme el lujo de faltar.

¿Qué hecho le ha parecido un regalo del destino?

Cuando fui intervenido quirúrgicamente de mi ojo derecho, en el hospital Pando Ferrer, de La Habana, llegó una doctora y revisó la Historia Clínica. Solo escuché que dijo: “¡Pero si es Senén, mi maestro!”. Para mi asombro, el médico que la acompañaba también había sido mi alumno. Yorisley Granados e Isel Conlledo, los dos estuvieron allí durante la operación y luego me ayudaron a salir del salón. Fue un gesto hermoso, me sentí cuidado doblemente.  

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Senén: No puedo graduar a un estudiante que no sepa multiplicar, ni leer bien, ni redactar. (Photo: Arelys García Acosta / Escambray)

¿Por qué en la Enseñanza Primaria está la simiente del largo camino de la educación?

El maestro es el que enseña las primeras letras. Me emociono al verlos aprender una letra hoy y otra mañana. Cuando avanzo poco con un niño, mi esposa Nerys González, quien también fue maestra, me aporta ideas; siempre se le ocurre algo bueno.

Y cuando se tratan de alumnos de quinto y sexto grados más tiempo les dedico, porque no puedo graduar a un estudiante que no sepa multiplicar, ni leer bien, ni redactar.

Toda mi vida he sido maestro de Primaria; no me imagino en otra enseñanza. Cuando me jubilé en el 2008, no estuve ni dos meses en la casa. Los primeros días me subió la presión y no salía del médico; sentía que la casa y el mundo se me venían encima. Definitivamente, la escuela siempre me hará falta.  

Arelys García Acosta

Texto de Arelys García Acosta
Máster en Ciencias de la Comunicación. Reportera de Radio Sancti Spíritus. Especializada en temas sociales.

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