Dalila es poesía (+fotos y video)

Melba Rosa González Delgado mereció uno de los lauros del Concurso de Literatura Ada Elba Pérez convocado en la XXV Bienal Identidad

Desde hace 22 años, cada instante entre ambas es un descubrimiento. (Fotos: Alien Fernández/Escambray)

De un tirón saltó de la cama y cayó en el viejo sillón con el celular en las manos. Un torrente de imágenes impulsó los dedos sin parar hasta el punto final. Llegó con la alegría del bendito vendaval de su vida: Dalila.

“Para no dudar, para que no me diera tiempo a repensarlo, se lo mandé directo a Ariel Plasencia, quien me compartió la convocatoria —cuenta Melba Rosa González Delgado cómo sembró la semilla de lo que pasado unos días espigó como lauro en la categoría de Cuento para niños escrito por adultos del Concurso de Literatura Ada Elba Pérez, convocado en la XXV Bienal Identidad—. Aparecen Jarahueca y Dalila. Ambos me provocan un sentimiento demasiado fuerte para que quedaran en una gaveta. En el caso de ella, Dalila es protagonista de mi vida”.

Desde hace 22 años, para ser exactos. Le bastó acurrucarla entre sus brazos, ahogarse en la profundidad de sus ojos repletos de inocencia y tejer sus dedos en la negra cabellera para firmar un pacto de amor y entregas sin límites.

Melba Rosa Hernández apuesta con su escritura por educar a la sociedad en la inclusión.

“Tiene una lesión estática del sistema nervioso central de causa desconocida. Eso le trae aparejado un retraso mental severo. No tiene control de esfínteres, ni habla, pero se hace entender.

“Un día descubrí que en los sueños oigo su voz de ángel. Para una madre no poder escuchar que su hijo le diga mamá es fuerte. Por eso disfruto mucho ese espacio en que me habla.

“Al principio, me despertaba molesta porque quería seguir soñando. Pero, poco a poco, aprendí a disfrutar cada momento y aprovecharlo. Y, claro, a ser feliz”.

Un estado emocional que no solo Melba Rosa González Delgado regala en los textos que como hálitos de esperanzas tocan disímiles puertos en sus redes sociales, sino que se transpira en la casa con raíces a las afueras de la ciudad del Yayabo.

Dalila es el mundo más íntimo de Melba.

“Escribo de forma autodidacta. Generalmente, lo hago cuando las cosas se ponen feas porque me ayuda a exorcizar los demonios, a convertir en poesía las oscuridades de la vida. Y eso es también Dalila: poesía. Aprendí que no ocurren siempre cosas agradables, por tanto, hay que enfrentarlas con odio o con amor. Ya ahí está la decisión de cada persona.

“También escribo como manera de agradecer a las personas que me han ayudado en el cuidado con la niña y durante mi enfermedad”.

Una lección legada de aquellos días en que la finca de los abuelos paternos —empotrada en Pedro Barba, en la garganta de las Minas de Jarahueca—, más que hogar, fue templo. Ha perdido la cuenta de los muchos sueños en los que ha regresado con Dalila al seductor palmar y el verdor del sitio.

“Allí aprendí a amar los animales, la naturaleza, la tierra… Allí todo sí era poesía. Y estaba mi papá, que es el artífice de lo que soy”.

Con la escritura, esta espirituana exorciza sus demonios.

No se precisa tener un oído aguzado para entender que la palabra Jarahueca en Melba tiene melodía. Le ha sido imposible desprenderse de ese fragmento de su historia que también muestra con orgullo en su escritura.

“Ese pueblo tiene la magia en cada gramo de aire que recubre sus calles, en ese polvo suelto que puede alguien odiar, en su estación ferroviaria… Allí todos comenzamos a soñar alguna vez con viajar. Allí pensamos en que podíamos cambiar las cosas.

“Ada Elba nació justo en ese poblado y vivió enamorada de su tierra. Tan fuerte fue su amor que dejó su identidad allí. Por eso, la bienal tiene el nombre muy bien puesto, porque Jarahueca es identidad. La vida te puede llevar por muchos caminos, pero tu corazón se queda en ese sitio y siempre quieres volver porque la gente tiene un don especial”.

Con sus ojos, Dalila le habla al mundo.

Lo siente así desde hace años, cuando los achaques pesaron más de lo que podía sostener el padre, horcón del hogar, y decidieron plantar carpa a los pies del pequeño aeropuerto de Sancti Spíritus. Y, aunque Melba no lo confiesa, vuelve a sus raíces cuando se refugia debajo de las sombras de la arboleda detrás de la casa o siente en cada amanecer el mugido del manojo de vacas que pastorea muy cerca de su cuarto.

“Es imposible arrancárselo del corazón”, enfatiza mientras Dalila la obliga a tomar una pausa.

Conoce bien cómo resguardar con seguridad pasiones, sueños… Entre tantos, está el anhelo de ser abogada y escritora. El primero se puso en pausa y el segundo ha encontrado la vía para aflorar, a semejanza del primer día que con poco más de 10 años entendió que sabía entrelazar con elegancia y sin estridencias las palabras.

“Mi vida cambió y aparecieron otras prioridades. Sencillamente, fue un sueño, pero la realidad supera cualquier expectativa. Dalila llegó para convertirme en un mejor ser humano. No pienso que antes fuera mala persona, pero después de ella es que entendí realmente el significado de las cosas pequeñas, de vivir.

“Quienes me conocen lo saben. Como si Dalila come, duermo si ella duerme, sueño cuando sueña. Estoy feliz de que así sea y de las cosas que he logrado o que hemos logrado porque me ha ayudado en todo. Ella es quien me da la fuerza para seguir”.

Melba Rosa González no disimula que en Dalila también se sostiene para enfrentar sus muchos miedos. Temores maternales lógicos, sobre todo, en un contexto donde lo diferente aún sorprende e impone la creación de malditas etiquetas.

“Con mis escritos intento que las personas entiendan que tener un hijo en situación de discapacidad no te convierte en una persona triste o sin motivos para festejar. La vida se celebra en cada momento. Dalila me da muchas alegrías. Por su personalidad hemos logrado un vínculo y una comunicación que el resto de los padres no tienen con sus hijos. Cuando te da un beso, te acaricia, no busca nada detrás. Lo siente. Es amor. Y eso es lo que quiero que las personas vean.

Es este el mejor sostén de ambas.

“Pero tengo claridad de que el mundo asusta porque es cruel con lo diferente. No lo niego, me preocupa que quizás cuando no esté Dalila no tenga un respaldo. Intento, entonces, prepararla lo mejor, así como apuesto, desde la escritura y acciones diarias que la gente lo entienda antes que yo falte. Quiero que se comprenda que, como sus semejantes, son especiales y merecen vivir. Por ello, en cualquier lugar necesito que la ayuden”, refiere mientras vuelve aferrarse en su más seguro refugio: las manos que no han perdido la inocencia infantil.

Lisandra Gómez Guerra

Texto de Lisandra Gómez Guerra
Doctora en Ciencias de la Comunicación. Reportera de Radio Sancti Spíritus y corresponsal del periódico Juventud Rebelde. Especializada en temas culturales.

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