En el corazón de Cuba, en la ruta que une a La Habana con el Segundo Frente, el ómnibus 3252 se convirtió en escenario de un hecho que parece sacado de un libro de realismo mágico, pero que fue tan real como la vida misma. Allí, entre asientos y maletas, nació un niño. No en la intimidad de un hospital, sino en la calidez improvisada de un grupo de desconocidos que, por unas horas, se transformaron en familia.
Una joven madre comenzó a sentir los dolores del parto, y de inmediato la guagua se llenó de un murmullo distinto: el murmullo de la solidaridad. Los pasajeros, sin pensarlo dos veces, se convirtieron en manos amigas. Aparecieron tijeras, algodón, agua, alcohol, pañuelos… cada cual entregó lo que tenía, como si supieran que la vida no espera y que el milagro debía cumplirse allí mismo.
El azar quiso que entre los viajeros hubiera personal de la salud, quienes asumieron el rol de guardianes de la vida con la serenidad de su vocación. La tripulación del ómnibus, lejos de limitarse a conducir, se convirtió en sostén y apoyo, demostrando que el deber humano va más allá de cualquier oficio. Y mientras la madre luchaba con fuerza y esperanza, todos los presentes se unieron en un mismo latido.
Cuando el llanto de la recién nacida llenó el aire, la guagua entera estalló en aplausos y lágrimas. Era el sonido de la vida triunfando, del humanismo hecho carne. No faltó quien devolviera el dinero del pasaje, ni quien ofreciera donativos para esa madre que acababa de regalar al mundo una hermosa niña en circunstancias tan insólitas. El ómnibus se convirtió en un templo de solidaridad, donde cada gesto fue un recordatorio de que la humanidad florece en los momentos más inesperados.
Finalmente, en Santi Spíritus, la madre y su bebé fueron entregados al cuidado hospitalario. Pero lo que quedó grabado en cada pasajero fue mucho más que un nacimiento: fue la certeza de que la bondad existe, que la solidaridad no conoce fronteras.

Escambray Periódico de Sancti Spíritus












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