La invasión de Oriente a Occidente, iniciada el 22 de octubre de 1895, fue la más audaz y grandiosa campaña militar de la historia de Cuba, al mismo nivel que las epopeyas militares más famosas de todos los tiempos y ejemplo de voluntad y coraje.
Esta empresa, liderada por un genio como lo fue el Generalísimo Máximo Gómez y su Lugarteniente General Antonio Maceo Grajales, igual brillantísimo militar y político, fue una proeza logística, un acto de prodigio estratégico y un poderoso símbolo político que desafió la lógica del enemigo y patentizó el plan trazado en La Mejorana, que formaba parte de la concepción militar de Gómez, quien lo intentó hacer exactamente 20 años atrás.
Para ganarle a España había que estrangular la economía del occidente de Cuba, por demás corazón político del colonialismo, y para ello era imprescindible llevar la Revolución a esos confines sin importar nada, como advirtió Gómez antes de iniciar la etapa más dura de la invasión, y, de paso, romper el divisionismo regionalista.
De Baraguá a Las Villas
Gómez y Maceo hicieron una dupla perfecta: el Generalísimo era un estratega frío, calculador, visionario; el Titán era el táctico audaz, el guerrero carismático e infatigable; juntos, un imán para todos los guerreros, un factor de terror para el enemigo y la máxima garantía de que la Revolución estaba en las mejores manos.
Maceo inició la campaña en la Sabana de Baraguá, el mismo sitio donde impuso la dignidad frente al general español Arsenio Martínez Campos, quien ahora trató por todos los medios de impedir que llegara a Occidente, mientras Gómez, ese mismo día desde Ciego Potrero, en Camagüey, inició la invasión hacía los límites de Las Villas, una estrategia brillante que logró atraer las tropas españolas, para que Maceo transitara con tranquilidad hasta ese lugar.
En Oriente hubo pocos combates, como en Guaramanao y en El Lavado, sitio este donde casi se produce un combate sangriento con arma blanca, evitado por la serenidad y la enorme voluntad de Maceo de subordinar todo al objetivo supremo de llegar a Las Villas.
El día 24 de noviembre Maceo cruza la Trocha de Júcaro a Morón sin el más mínimo rasguño y cinco días después abraza efusivamente a Gómez y los villareños en el potrero Lázaro López, para unificar una tropa de 4 000 hombres, a la que el Generalísimo le dedicó el 1 de diciembre el discurso más imponente de su vida en la manigua, patentizando que a partir de ese momento comenzaba una odisea real llena de sacrificios, que sería victoriosa solo si se llegaba al punto más occidental de la isla.
Entró la nave en alta mar: la invasión
Si la primera fase fue una marcha triunfal, la segunda fue un infierno que puso a prueba el temple del Ejército Libertador, que corrigió errores como el de enviar a Quintín Banderas al sur de Las Villas con la infantería oriental e hizo adecuaciones brillantes y oportunas ante cada situación requerida.
La columna invasora debía marchar con decisión, sin buscar pelea, pero sin eludir el combate frontal y defendiéndose de los ataques en retaguardia; siempre presta al objetivo de avanzar hacia occidente, incluso si tuviera que hacer alguna contramarcha ante un escenario que pusiera en grave peligro al ejército.
No se atacarían sitios fortificados con guarnición en Las Villas o Matanzas, pero para abrirse paso combatieron duro en Manacal, Lomas de Quirro, Siguanea e Iguará, este lugar muy costoso para los insurrectos, pues perecieron combatientes legendarios, y en el memorable combate de Mal Tiempo, donde se obtuvo una de las victorias más resonantes y brillantes, pues en solo quince minutos sendas cargas al machete de Gómez y Maceo aniquilaron, por vez primera, un cuadro defensivo español bien parapetado, obteniendo vastos recursos y abriendo el camino hasta Matanzas.
La irrupción en esa provincia fue impresionante, pero el mando español estaba convencido de que los mambises no podrían franquear las enormes defensas habidas en el territorio, plagado de líneas férreas y de comunicación que permitían el traslado de tropas de inmediato a cualquier lugar; pero Gómez pensaba otra cosa.
Ideó un lazo”, retiro o contramarcha y regresó a los mambises a los límites con Las Villas y cuando los españoles movieron sus líneas defensivas para perseguir a los insurrectos, éstos volvieron al rumbo inicial de la invasión y en un santiamén llegaron hasta La Habana, causando asombro, terror y desespero.
Para culminar la invasión, Maceo prosiguió solo, mientras Gómez permaneció en aquel territorio haciendo diversas maniobras en un recorrido enrevesado, por el trazado irregular del movimiento, mientras combatía, atacaba y ocupaba pueblos en las puertas de la Capital, con aquella esplendente operación llamada Lanzadera.
Mientras, Maceo entraba en Pinar del Río, batallando desde un inicio en Cabañas, Bahía Honda, Taironas; hasta llegar al confín occidental, en Mantua, el 22 de enero de 1896, donde depositó la bandera que una camagüeyana confeccionó para la ocasión, y dejó por escrito el reconocimiento de la homérica misión cumplida.
Punto final
La invasión fue una hazaña de los independentistas que marcharon más de 1 000 kilómetros bajo el fuego enemigo, demostró que la voluntad de un pueblo es más poderosa que cualquier arma y probó que la Revolución era una causa de toda la nación cubana.
Asimismo, evidenció de lo que eran capaces los mambises frente al imponente ejército español, lo que se reflejó vivamente en la prensa internacional y en la conciencia de millones de personas que se identificaron con el deseo de ser libre del pueblo cubano.
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