Retaguardia de lujo en la net

Desde su humildad proverbial, Ismael Rodríguez Pentón constituye una verdadera institución del voleibol en Sancti Spíritus

Bajo su guía se han formado muchos de los mejores talentos de este deporte en Sancti Spíritus. (Foto: Elsa Ramos/Escambray)

Le pesan las piernas. Han pasado más de cuatro décadas y, aunque la jubilación le avisó que podía “anotar” el punto para sellar la victoria en el “set” de una trayectoria pródiga, Ismael Rodríguez Pentón sigue pegado a la net.

En términos de “institución” se refirió a él hace poco Yamil Herrera, director del equipo masculino ganador del único oro del voli espirituano. Lo dijo con la autoridad de haber sido su alumno y entrenador de los elencos que Ismael llevó por años a la vanguardia de Cuba.

No lo acepta por modestia, excesiva creo, de quien puede jactarse de haber formado a buena parte de los atletas de esta tierra que han llegado a lo más alto de esa disciplina en Cuba y han defendido los colores de la isla hasta en Juegos Olímpicos.

Porque después que este hombre decidió que lo suyo era el deporte de la malla alta, tras dejar atrás el camino del atletismo, al que lo llevó su tía —la emblemática Aurelia “Yeya” Pentón—, ha dejado en él más que su alma.

No fue un atleta de alto nivel, como él mismo reconoce. Mas, le bastó estar en la Escuela Provincial de Voleibol de Las Villas para que su pacto de honor fuera eterno.

“No llegué a estar en equipos nacionales. Mi estatura no me lo permitía. Era muy bajito. En aquel tiempo no existía el líbero, que es la posición que podía haber jugado. Jugué como auxiliar en todas las categorías. Sí tenía otras cualidades, era rápido y tenía mucha saltabilidad. Por eso lo del atletismo por mi tía. Incluso vinieron a hacer unas pruebas una entrenadora de Cienfuegos y me dijo que sí saltaba, pero era bajito. Tendría 11-12 años. Sin embargo, al otro año crecí. El tamaño que tengo ahora lo cogí en ese tiempo y luego no avancé más”.

Su saltabilidad convenció a Tony, un entrenador de la Escuela Provincial de Voleibol. “Eres bajito, pero saltas”, le dijo. “Y me aceptaron”, dice.

Pero lo de él no era jugar, sino enseñar a hacerlo. Por eso al graduarse en el Instituto de Cultura Física en La Habana comenzó en un área deportiva toda una carrera de entrenador exitoso. “En aquel tiempo las áreas se trabajaban fuerte, se competía entre ellas porque Sancti Spíritus no tenía EIDE. Trabajé en una que quedaba en lo que es hoy la piscina Marcelo Salado y luego pasé para la escuela Julio Antonio Mella y trabajé en la sala Yara, donde me mantenía jugando”.

Una lesión en la rodilla le impidió jugar en el Campeonato Nacional de primera categoría en el año 1986.  Mas, el percance le cambió los roles: “El comisionado provincial, junto con el director del equipo, me proponen como segundo entrenador. Pero cuando empieza la preparación, el director Eugenio Ortiz, me dice: ‘Yo quiero que tú seas el director del equipo’. Logramos el primer lugar y con ello pasamos a primera división”.

Comienza para Ismael una carrera pródiga como director de equipos de voli, solo interrumpida por lo que él considera un error: “Al regreso de esa competencia me pidieron que fuera el Comisionado. Acepté y creo que fue un error mío porque perdí ocho años. Mantenía relaciones de trabajo con el deporte, pero vas perdiendo hábitos para enseñar. Me costó trabajo retomar mi labor como entrenador, que es lo que me gusta.  De hecho, cuando comenzó la EIDE Lino Salabarría iba a ser de los cuatro entrenadores que iban a empezar a trabajar allí, me tronché yo mismo por aceptar. Pero un día pedí la baja y empecé otra vez, con mucho trabajo”.

Tras la vuelta a sus “orígenes”, Ismael, junto a otros entrenadores, hizo que llovieran las medallas de todos los colores en las categorías15-16, juvenil y primera categoría en el sector masculino. Ocho medallas en 10 años hablan solas de su trayectoria. También, generaciones de voleibolistas que entraron a la historia del deporte en Sancti Spíritus y en Cuba.  “Casi todos pasaron por mis manos. Osniel Lázaro Melgarejo, Adrián Goide, Raiko Altunaga, José Sandoval…”.

 Dice que el olfato es más bien colectivo: “Generalmente, aquí los entrenadores han tenido buen olfato para la contratación. Trabajamos en equipo y llegamos a la conclusión de que lo primero era ver las condiciones que tenía el atleta, después hacer un estudio de la familia, la altura de los padres y, tras la selección, hacer las pruebas físicas, técnicas, ver habilidades como la coordinación”.

Pero hay algo más detrás de ese olfato. Es lo que hace que muchos de sus atletas, estén donde estén, vuelvan al tabloncillo a ponerle una mano en el hombro o lo busquen siempre en la vorágine de las redes y el chat. “Incluso las muchachas, con quienes trabajé, pero menos, me recuerdan todavía, me escriben, tratan de saber de mí. Y soy feliz con eso porque sé que hice un buen trabajo”.

Y hablamos de la calificación de Yamil. Entonces, esclavo como es de la humildad, evade el comentario y prefiere hablar del colectivo, de todos los que han hecho posible que el voleibol haya dejado marcas en Sancti Spíritus, una marca que se catapultó con el oro inédito de hace unos meses.

“Yo he hecho lo que creo que tenía que hacer. Trabajar, trabajar, trabajar; y los resultados están ahí”, se limita a decir como si todos no reconocieran en él al artífice, al guía, al padre.

“No quise ir a la primera categoría porque dije que no quería dirigir más desde la última vez que lo hice en el 2020. En realidad, no había quién lo hiciera y Yamil dijo que asumía, sí los ayudé en todo el entrenamiento, estuve pendiente de la competencia a la que no fui por problemas personales, pero los llamaba todos los días, sabía que el equipo iba bien y que se podía esperar un gran resultado. Y sí, me hubiera gustado estar en la dirección porque iba a ser la única medalla que me faltaba…”.

Sus ojos se humedecen. Se traga las palabras y su mirada se pierde hacia la net donde otros muchachos beben de sus consejos, su sapiencia. Mira su estatura, algunas que rondan los 2 metros, como la de Yandiel Sacerio y confía en que puedan llegar hasta el equipo Cuba o la preselección nacional y que sufran menos que otros que han visto tronchado su paso y demorada su llegada por criterios unipersonales que nada tienen que ver con el talento, el rendimiento. “Desgraciadamente, a veces caigo mal porque le digo a la gente lo que tengo que decirle y con los comisionados nacionales he hablado esos temas, no puede recaer en una sola persona la decisión de subir o no a un atleta”.

Se afinca sobre las rodillas que sostienen sus casi 68 años. Se aferra a la net y cree que, a pesar de los dolores, valió la pena la recontratación, más allá de una decisión económica. A su lado no está casi ninguno de los entrenadores con los que comenzó o pasó buena parte de su vida. La pregunta se empina sobre el aire, como el balón a punto de rematarse desde zona dos: ¿Por qué se quedó Ismael aquí poco menos que en el anonimato? No hay respuesta desde zona de bloqueo. No puede este gladiador del tiempo. Rompe el llanto contenido durante este “partido de consuelo”. Se enjuaga las lágrimas y se sopla la nariz…

“Tuve posibilidades de irme cuando salí fuera, pero no me arrepiento de lo que hice. Lo hecho, hecho está.  Yo vivo por el voleibol. Mi mujer me dice que es demasiado sacrificio, tengo problemas en la cadera, se me dificulta caminar, pero saco fuerzas para estar aquí, porque me gusta. Seguiré hasta que pueda; mientras esté parado voy a estar frente a una malla de voleibol”.

Elsa Ramos

Texto de Elsa Ramos
Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año (2014, 2018 y 2019). Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas deportivos.

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