Esperanza de vivir (+ fotos)

Sanar heridas del alma, disipar tristezas, avivar la llama que apagaron las arrugas… signa el quehacer de la Casa del Abuelo de Trinidad Creían había llegado el fin. La caída que desencadenó la inmovilidad durante meses, la sorpresiva muerte de la hija, la viudez inesperada… les habían arrebatado las ganas

Sanar heridas del alma, disipar tristezas, avivar la llama que apagaron las arrugas… signa el quehacer de la Casa del Abuelo de Trinidad

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Creían había llegado el fin. La caída que desencadenó la inmovilidad durante meses, la sorpresiva muerte de la hija, la viudez inesperada… les habían arrebatado las ganas de mirar hacia adelante. Entonces llegó el consejo de la enfermera del policlínico, la sugerencia del vecino, el testimonio de quienes encontraron la brújula de su existencia gracias al hogar ubicado en un callejón de Trinidad.

Más allá de identificar el sitio, el letrero de la entrada deviene una suerte de premisa. “Esperanza de vivir”, leen cada mañana los 20 ancianos que cruzan el umbral, no solo para corroborar que están en la dirección correcta, sino como recordatorio de que, puertas adentro, desaparecen las arrugas del corazón.

VOCES

Dos años atrás, Inocente Cantero Valdés se describía como un hombre triste. “Yo vivo solo. Después de jubilado, pasaba las horas pensando en el desgaste de la cadera y contando las tejas y las losas del piso hasta que llegara el mediodía para calentar la comida —confiesa—. La ‘seño’ del policlínico me recomendó venir. Estuve un mes a prueba, y hasta los días de hoy. La gente piensa que aquí uno viene a perder el tiempo, pero ya ves que todos hacemos trabajo socialmente útil, de acuerdo con nuestras limitaciones”.

En efecto, quien pase por la Casa del Abuelo puede sucumbir ante las estampas que se perciben desde la calle. En el portal una pareja permanece invicta en el dominó, y ahora llegan otros dispuestos a destronarlos; “pero es por gusto, periodista. En mis tiempos yo era un bárbaro”. Desde el salón principal una viejita se abanica con elegancia. Al fondo, un grupo escoge el arroz para el almuerzo, supervisado por la especialista.

“La reinserción en actividades cotidianas constituye el primer paso para tratar las dificultades de carácter psicológico, social, funcional o biomédico que presentan los pacientes”, comenta Gisela Borrell Quesada, licenciada en Rehabilitación Social Ocupacional, fundadora de la institución.

Pero más allá del diagnóstico, la mayor enfermedad resulta la falta de cariño, la incomprensión de la familia, la condena a la inercia por el paso de los años. De ahí que la Casa del Abuelo promueva estrategias para demostrar que la edad, si bien aminora el ritmo, no quita las ganas de hacer. Basta echar un vistazo a las alfombras de tela, las cajas de medicamentos, los sobres de pagos, los tejidos de soga y yarey, entre otros objetos utilitarios confeccionados por los veteranos como parte de la ergoterapia que realizan a diario.

“Hace unos meses perdí a mi hija mayor. No tenía deseos de nada. Me trajeron aquí y gracias a eso me he recuperado —explica Cira Lidia Romero Marín—. Siempre se me dieron bastante bien las manualidades. Aquí retomé eso. Los mismos abuelos me ofrecieron el ánimo que me faltaba cuando me quedaba sola en la casa porque mi otra hija trabaja y mi esposo sale a guapear”.

Las acciones no solo transcurren puertas adentro, ni se ciñen a la visita de los especialistas del Inder para los ejercicios tres veces por semana o de los técnicos de instituciones culturales. También este ejército de pelo encanecido toma por asalto los museos y la biblioteca, entre otras entidades.

A su vez, uno de los factores que inciden en la identificación de los abuelos con el centro está relacionado con el ambiente acogedor del lugar, gracias al mantenimiento que meses atrás devolvió la lozanía a un paisaje donde imperaba el deterioro acumulado.

RENACIMIENTO Y HERIDAS POR SANAR

“Ay, hijo, cuando nos dijeron que iban a reparar la casa se nos cayeron las alas del corazón. Por suerte nos llevaron a otro lugar, todo fue rápido y ahora tenemos tremendas comodidades”, confiesa Concepción Abril Castillo, de 83 años, una de las más longevas, quien alude a las filtraciones cuando llovía, la cocina pequeña, el baño para ambos sexos, la madera corroída en puertas y ventanas. “Pero mira cómo está todo ahora: de primera, ¿eh?”. Y te convida a caminar por el amplio comedor, la nueva área para elaborar los alimentos, el jardín con las plantas recién sembradas.

Desde la lejana fecha del 2002, cuando quedó inaugurada, la institución de salud no recibía una intervención semejante, cuyo monto alcanzó los 80 000 pesos en moneda total, según confirma el personal administrativo; renacer paulatino que experimentan también las ocho homólogas provinciales, como parte de las acciones del Departamento del Adulto Mayor, Asistencia Social y Salud Mental de la Dirección Provincial de Salud para ofrecer mejor atención a la tercera edad en uno de los territorios más envejecidos del país.

Al respecto, el centro trinitario tal vez sea uno de los más beneficiados, pues contó además con la colaboración del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, que aportó cerca de 2 000 CUC para la compra de televisores, ventiladores, picadores de especies, máquinas de procesar alimentos y otros artículos.

“La Casa del Abuelo tiene un antes y un después del mantenimiento —corrobora Nobelkis Sánchez Pérez, asesora del Programa de Atención al Adulto Mayor en Trinidad—, no solo para los pacientes, sino para el personal administrativo al disponer de locales con mejores condiciones. La idea de estos lugares es que no parezcan centros asistenciales, sino un hogar como otro cualquiera, teniendo en cuenta que los ancianos pasan la mayor parte del día con nosotros”.

Pese a los progresos, sin embargo, en la Casa del Abuelo aún persisten fisuras. Una de ellas resulta la localización misma del inmueble, que roza la periferia trinitaria y trae consigo que hoy el índice ocupacional esté al 50 por ciento; una queja acumulada por años, con respuestas imprecisas, según sondeó Escambray en más de un buró administrativo.

“Tampoco contamos con un sistema de transporte público que nos permita trasladar pacientes desde Casilda, La Chanzoneta u otros lugares alejados, pues se trata de personas mayores de 60 años, con dificultades para recorrer grandes distancias, aunque físicamente estén aptas”, agrega Sánchez Pérez.

Pese a las talanqueras que deba sortear, la Casa del Abuelo continúa devolviendo la esperanza de vivir a quienes toquen a su puerta. Bien lo resume Inocencio Cantero: “Aquí se encuentra la felicidad”.

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Carlos Luis Sotolongo Puig

Texto de Carlos Luis Sotolongo Puig
Autor del blog Isla nuestra de cada día. Especializado en temas de patrimonio cultural.

3 comentarios

  1. Vicente Cano Lavín y Gladys Alvarez

    Nos gustaría le llegara a Nobelkis Sánchez Pérez nuestro correo para q nos escriba y saber de ella su hermano Leonardo, sus padres Claudio Sánchez y Rosiris Pérez y de su tía Regina, somos amigos de años y perdimos contacto pq el anterior correo caducó muchas gracias

  2. Vicente Cano Lavín

    Desearía le dieran este correo a Nobelkis Sánchez Pérez para q nos escriba pues somos muy amigos de sus padres y de ella y su hermano Leonardo Sánchez Pérez y habíamos perdido contacto porque el anterior correo nuestro caducó
    canolavin@hotmail.com
    Gracias
    Gladys Alvarez López
    Dr. Vicente Cano Lavín

  3. Departamento Adulto Mayor y Asistencia Social DMS Trinidad.

    Gracias por tan bonito artículo, esos ancianos que hoy comparten sus días en la Casa de Abuelos «Esperanzas de Vivir» de Trinidad le agradecen por compartir sus vivencias y hacer fé de su agradecimiento por tener hoy un lugar como este.
    Felicidades Carlos Luis

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