Para la familia Cepeda, el 2 de octubre no fue una fecha más en el calendario beisbolero. Tampoco para la pelota espirituana. Todo cuanto se había novelado ocurrió: por primera vez padre e hijo confluían, no en la nómina fría de un equipo, sino en el mismo terreno, el José Antonio Huelga, en el mismo line up: Frederich Cepeda Cruz y Frederich Cepeda Echemendía.
La coincidencia se da por primera vez en Sancti Spíritus. En Cuba le anteceden tres casos similares de peloteros que han logrado jugar en el mismo equipo con sus hijos en 64 años de Series Nacionales: el villaclareño Rafael Orlando Acebey, el holguinero Yordan Manduley y el tunero Yordanis Alarcón.
Para los espectadores era un suceso mediático; para los protagonistas, una conmoción telúrica. No solo porque hubieran tenido que aguardar 17 años, sino porque el hecho enrola a una leyenda viviente, a un hombre historia en el béisbol de la isla.
“Fue una espera bonita y un poco traumática. Cuando empezó la campaña él estaba para el Mundial de Japón, luego regresó y vino mi lesión en la mano y tuve que esperar a recuperarme”, cuenta el padre.
El día antes, Frederich junior, de emergente, había conectado su primer hit e impulsado su primera carrera en Series Nacionales. Ya el 2, se abrieron las puertas al suceso: en la alineación regular, el joven Frederich custodiaría, como octavo bate, el mismo jardín izquierdo que lanzó a la gloria a su padre, mientras su progenitor saldría al terreno como designado y segundo madero.
“Estaba emocionado, ahí sientes que la espera valió la pena, cuando un hijo nace uno no sabe lo que va a ser, pero tuve la oportunidad, la satisfacción de que se decidiera por ser beisbolista y que llegara, por su carrera, a estar con 17 años dentro de la Serie Nacional y yo mantenerme jugando activo y tratando de hacer lo mejor que puedo”, apunta el estelar espirituano.
Para el “niño” fue la concreción de un “sueño que tenía desde pequeñito: Quería jugar con mi padre, tuve ese sentimiento de felicidad que al fin logré”.

GÉNESIS
Cuando Frederich Cepeda regresó de Beijng 2008 con su plata olímpica, la segunda de su carrera tras el oro en Atenas 2004, en Cuba recibiría la más grande de sus preseas: “Es el mejor regalo que me ha dado la vida. Tener un niño, y varón, aún más. Uno siempre sueña: ¿Varón? ¿Hijo de pelotero…?”.
Desde el vientre, la predeterminación: “En cuanto salí embarazada quise tener un hijo varón para que siguiera los pasos de su papá, cuando me lo dijeron me puse muy contenta”, relata Damaris Echemendía, quien en verdad no entendía mucho de pelota, pero fue quien llevó al niño a un terreno. “Tenía cinco años y empezó en el Beisbolito, fuimos guapeando porque era muy enfermizo, a veces no lo ponían a jugar y se molestaba y decía que no iba a ir más. Su papá alegaba que todavía no era tiempo de saber si iba a ser pelotero o no, que había que esperar a los 12, 13, 14 años”.
Existe un eje común en esta historia: Pablo Cepeda, quien los formó, casi a imagen y semejanza. “Con mi hijo empecé en el terreno Máximo Gómez, del Reparto Escribano, trabajaba por la mañana y con cuatro o cinco años lo llevaba conmigo. Al nieto empezó a gustarle, y comencé a entrenarlo en el terreno de la EIDE Lino Salabarría, o en la jaula del Huelga”.
El hijo-padre lo sentencia: “Él ha tenido mi figura, mi ayuda siempre que he podido, pero mi papá hizo lo más difícil, que es armar un jugador, enseñar a un niño a jugar. Él tiene el 95 o un 100 por ciento de lo que mi hijo ha aprendido y, por supuesto, hay que reconocer el aporte de los entrenadores de la EIDE”.
“Dicen que mi abuelo era mano fuerte con mi papá, conmigo siempre fue más flexible”, revela Frederich junior.
VIDAS PARALELAS
Con un mismo entrenador, recetas casi idénticas. “Me gusta mucho el bateo a las dos manos; el nieto empieza ahora, hay que mejorar un poquito más a la derecha, buscar más concentración, más fuerza, trabajar un poquito la velocidad de fuerza en el swing, la velocidad de reacción. Como está jugando, es un poco difícil incrementarle la carga, pero vamos a lograrlo”, sentencia Pablo.
“Me estoy sintiendo mejor con la zurda, pero a la derecha tengo más fuerza”, se autodefine el joven Frederich.
Callados, pacientes, ecuánimes. Más allá de las semejanzas físicas, estos parecen ser puntos de contacto entre padre e hijo. “La gente tiene la imagen de que soy recio. Pero nunca tuve que regañar a ninguno de los dos, son muy disciplinados, se parecen en el carácter, el niño, aunque lo veas así, es explosivo. Al igual que el padre, se traza objetivos como este de jugar juntos. Frederich siempre quiso buscar lo más difícil que hay en la pelota: jugar tantos partidos consecutivos, se lo decía a los amigos: ‘Siempre voy a buscar una meta’, y es lo que hace hoy. A veces las lesiones no lo han dejado, pero todo lo que se ha propuesto, lo ha logrado”, asegura Pablo.
“Mi abuelo fue mi principal entrenador. Mi ídolo es mi papá. Cuando lo vi por primera vez en televisión en el Clásico tenía cinco años, después en las Series del Caribe me di cuenta de que tenía un gran pelotero como padre. Lo aplaudía cada vez que bateaba”, confiesa el hijo.
Esperar le ha costado, y mucho, al padre. “Para todo el que comienza el futuro es incierto, en el deporte empiezas a ver grandes figuras y sueñas ser como ellas. Cumplí mi sueño de jugar en el equipo nacional, dentro de Cuba y de hacer una carrera bien extensa, imagino que, en la cabeza de estos muchachos, incluyéndolo a él, esté ese mismo objetivo; unos despuntan antes, otros después. Lo bueno es dedicarse y no rendirse nunca”.
AL MISMO EQUIPO
La inscripción de los dos en la nómina de los Gallos para la 64 Serie Nacional de Béisbol fue el adelanto de lo que sobrevino después. Al suceso lo rondó la expectación, la ansiedad, la presión.
Con el padre en el banco, el debut de Frederich junior llegó aparejado de la presión. Su equipo perdía ante Isla de la Juventud y fue llamado como emergente para decidir. Tras varios fouls, falló. La imagen quedó grabada en la cámara que su padre pudo sostener sobre los nervios. “Fue una emoción muy grande, sé que sintió presión por el momento, porque estaba allí con todo lo que represento para él, pero yo me sentí más presionado, pues quiero que lo haga bien en cada turno. Este fue bastante importante para decidir un juego, pero las cosas son como son y tiene que enfrentarlas, le sacó varios lanzamientos al pitcher, pensé que iba a estar más desacertado, venía de estar en Japón una semana antes y lo hizo bien”, cuenta el padre, quien recuerda que en su primera vez en Series Nacionales también falló ante el matancero Lázaro Garro en línea a segunda.
“Uno filma no solo para que tenga ese recuerdo, sino para ir mirando técnicamente lo que va haciendo en el terreno, solo le dije: Son cosas de la vida, tranquilo, fue un turno difícil, tu momento va a llegar”.
“Tenía nervios, era mi primera aparición. Traté de hacerlo bien, pero ganó el pitcher, me tiró un buen rompimiento y fallé”, evoca el muchacho.

Desde las gradas, Damaris Echemendía: “Estaba muy nerviosa, soy muy creyente y empecé a pedirles a todos los santos; como madre quieres que siempre batee, pero la pelota es así y él empieza ahora”.
Y llegó, luego, un momento emotivo, el del primer hit en Series Nacionales: “Los muchachos me jodían, me tocaban el corazón para ver si estaba asustado —se emociona Frederich padre—; me sentí tranquilo, viví la emoción del primer hit y lo que me vino a la mente es todo lo que viene detrás, es el primero de muchas cosas buenas o de enfrentarse a cosas difíciles”, sentencia quien dio su primer imparable en una situación similar. “En mi cuarta aparición al bate, ante el también yumurino Ariel Tápanes”, precisa.
El hijo, por su parte, experimentó “algo muy bonito, mi primero del inicio de más hits, de un buen comienzo de mi carrera”.
La pregunta provocadora no se hace esperar:
¿Entró al equipo por él o por ti?
“Por él, tuvo buen desempeño en los juveniles, en el Sub-23 y participó en la Provincial, eso le sirvió para integrar los Gallos por decisión de los entrenadores y de Eriel, quien siempre dijo que casi todos los juveniles iban a estar y que a los que fueron al Mundial los pondría poco a poco porque habían enfrentado un pitcheo superior. Nunca ni insinué que lo pusieran”.
Dicho desde la gran experiencia del padre, no existe mejor perfil: “Es un bateador de contacto, este es un reto nuevo para él, ha dado pasos firmes en el salto de una categoría a otra. Tiene buena selección de lanzamientos, pero no reconoce bien los rompientes, tiene muy pocos turnos y le falta madurar porque en las categorías inferiores no se juega mucho. Lo de la paciencia… yo la fui adquiriendo con el tiempo, con la edad de él no sabía tampoco si la tenía o no, iba a tirarle a la bola y tenía resultado”.
LAS COMPARACIONES LLEGAN SOLAS
Hijo de quien es, un hombre con una carrera intachable, con varios récords en la pelota cubana, las comparaciones se batean solas. “Le he contado las historias que viví con Lourdes Gurriel y cómo lo comparaban con sus hijos, sobre todo a Yunieski, que lo criticaban mucho y pasó momentos difíciles, pero superaron eso y se hicieron grandes peloteros. Le digo a mi hijo que esa es la vida, nos van a juzgar en todo momento”.
Para el joven, lo que cuenta es el espejo. “Tenerlo como padre me ha motivado, pues he querido ser un gran pelotero como él, a veces existe la presión de que la gente siempre espera más de mí por ser su hijo, pero aquí estoy tratando de hacer mi carrera y seguir sus pasos”.
Con un padre mediático y rodeado de controversias, las redes se calientan: “Tuve un buen campeonato y por eso fui al Mundial, hubo muchas críticas en las redes por eso de que la gente espera más por ser su hijo o de que estoy ahí por eso mismo, pero casi todo lo que he hecho ha sido porque me lo gané y me he esforzado bastante”.
“Cada persona tiene un criterio y tiene derecho a opinar —aplaca Cepeda desde el turno de padre—. Es difícil para él y para mí. Le digo que las redes son redes, lo importante es que se enfoque en su trabajo y trate de hacerlo lo mejor posible, va a ir creciendo y verá que la vida no es como un guion, que pensamos que va a ser de esta manera y a veces es diferente. Hay un dicho que dice que el árbol que sale bien recto dura menos que el jorobado, porque a ese lo cogen para tablas, para muebles y el otro continúa en su hábitat natural mucho más tiempo”.
Desde fuera y desde dentro, el abuelo Pablo tiene su visión: “El niño no se presiona, pero no le gustan las comparaciones. Hay gente que lo está castigando y trata de destruirlo, pero ellos están preparados psicológicamente. Juega porque es su voluntad y tiene lo que se ha ganado. Trataremos de que sea tan grande como el padre, o mejor”.
“Físicamente nos parecemos. En el carácter también, es bien tranquilo, apacible, cariñoso, educado y en el béisbol es muy dedicado, le gusta entrenar bastante, aprender y superarse”, ilustra Cepeda Cruz, quien apunta: “En los Gallos soy siempre el padre, pero también su compañero de equipo”.

Una visión similar muestra el hijo: “Es mi entrenador, mi compañero de equipo y mi papá, es el que más consejos me da y el que me guía por el buen camino”.
En el medio, la compensación de la madre. “Ha sido difícil. Cuando empecé con Frederich no me gustaba la pelota y he tenido que aprender, muchas veces me chocaba eso porque cuando estaba mal, si sufría un ponche, lo reflejaba en la casa, no se le podía hablar; y con Frederín ha sido así también, he tenido que sacar bastante psicología con ellos”.
Será que el béisbol se parece a la vida. Padre e hijo; una historia hecha desde la grandeza, otra que apenas comienza…
“Tengo una tareíta bastante dura, porque tiene que levantarse temprano para ir a estudiar a la escuela, eso es lo más importante, después vamos a entrenar cuando da tiempo y jugar o estar en el juego. Es bien difícil para mí porque estoy jugando, tengo que dedicarme tiempo físicamente y también a él con la ayuda de los entrenadores. ¿Qué espero?: que sea una excelente persona y después un excelente pelotero, pero tiene que proponérselo, tiene que hacerse, es difícil y la mente tiene que estar fuerte para lograrlo”, asegura el padre.
“He estudiado bastante a mi papá, su posición de bateo, mi swing es parecido al suyo, fue la imagen que me dio mi abuelo del swing perfecto, soy de tirarle más a la bola y no esperar tanto lanzamiento. Quiero batear, no como mi papá, sino como yo mismo, hacer lo que lo que sé hacer y lo que he aprendido gracias a mi abuelo. Yo quiero ser Frederich Cepeda junior, un muchacho que trabaja duro, ese atleta que se está esforzando cada día por ser mejor”.

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