En la vivienda marcada con el número 84 en San Rafael — actual calle Céspedes—, de la ciudad de Sancti Spíritus, nació Serafín Gualberto Sánchez Valdivia, el primer hijo varón del matrimonio entre José Joaquín Sánchez Marín e Isabel María de Valdivia y de Salas. Seis días después, fue bautizado en la Iglesia de Nuestra Señora de la Virgen de la Caridad del Cobre.
Serafín fue un niño dulce y disciplinado que prefería pasear a caballo por la finca de San Marcos. Años más tarde, el joven defendió su terruño, sus tradiciones y hábitos. Logró graduarse de agrimensor, pero siempre anheló ser maestro, labor que desempeñaría en el fragor de la guerra.
UN HOMBRE DE MANIGUA
El 10 de octubre de 1868 inició en la región de Oriente la guerra por la independencia. Desde entonces, Serafín estuvo al tanto de lo que ocurría. En la noche del 6 de febrero de 1869 se realizaron alzamientos simultáneos en el centro de la isla; Honorato del Castillo, en Jobosí; Marcos García, cerca de Banao; Néstor Leonelo Carbonell, en las proximidades de El Jíbaro; Leonte Guerra, en Morón; y Serafín, en Los Hondones. El día 10 ocurrió el bautismo de fuego en las cercanías de Mayajigua.
Sancti Spíritus estuvo también presente en la Asamblea de Guáimaro, celebrada en Camagüey del 10 al 12 de abril de 1869. Honorato representó a la división espirituana y Serafín participó en condición de invitado. Allí se definieron los rumbos de la naciente República de Cuba en Armas.
En un sinnúmero de combates participó el paladín espirituano que, incluso, se incorporó a las tropas de Ignacio Agramonte luego de contenida la guerra en Las Villas. Más tarde y luego de la caída en combate de El Mayor, Serafín recibe órdenes de Máximo Gómez.

UNA PÁGINA AGRIDULCE
El 10 de febrero del año 1878, diferentes emisarios cubanos se dirigen hacia Oriente y Las Villas para comunicar lo acontecido en El Zanjón. Tanto los comisionados del Comité del Centro como el propio pacificador Arsenio Martínez Campos dan por terminada la guerra de liberación nacional sin la victoria mambisa y sin la abolición de la esclavitud; principales objetivos por los que se había luchado durante 10 largos años.
La respuesta de Serafín ante el pacto habla por sí sola de su entereza. Muchos hombres abandonaron el campo de batalla, pero el caudillo espirituano se mantuvo, aunque era insostenible. Definió en una frase lo ocurrido: “El Zanjón fue en el fondo una cobardía; en la forma, una vileza, y en sus funestos resultados, una traición execrable contra Cuba”.
Trece meses después, el 15 de abril de 1879, Ramón Leocadio Bonachea y otros mambises aceptan acudir a un encuentro con representantes del gobierno colonial español en Hornos de Cal, Jarao, al sur de Sancti Spíritus. Allí, junto a Serafín, el heroico mambí accede a dejar la manigua y partir al exterior, no sin antes hacer constar por escrito sus razones en documento que pasó a la historia como la Protesta de Jarao, donde sentencia los motivos que le llevaron a mantener la lucha y hace constar su rechazo tajante al Pacto del Zanjón.
Participó en varios intentos de reanudar la guerra por la independencia de la isla como la Guerra Chiquita en 1879. Y colaboró, además, con el Plan Gómez-Maceo (1884-1886).
EL BUEN AMIGO DEL APÓSTOL
En 1891, Serafín emigró hacia los Estados Unidos, donde se encontró con José Martí. Se convirtió en uno de los colaboradores principales del Apóstol en la unificación de los revolucionarios. Fue enviado por él a la Florida para sentar las bases para la futura creación del Partido Revolucionario Cubano.
Entre 1891 y 1895 Martí envió más de 134 cartas, telegramas y cables a Serafín. El espirituano se convirtió en el segundo hombre al que más le escribió el Maestro.
“El general Serafín Sánchez es digno del amor de los cubanos por el valor que ha empleado con su servicio, por la dignidad con que vive en el destierro del trabajo de sus manos y por la pasión republicana que le dirige el brazo heroico. He aquí un buen ciudadano”, así lo describe el cubano más universal.
Un año después de la caída en combate de Martí, el espirituano visitó Dos Ríos y escribió en el periódico El Cubano Libre: “Tuve necesidad de visitar el lugar consagrado por la sangre del patriota José Martí”.
EL GRITO DE LAS VILLAS
El 24 de febrero de 1895 estalló la guerra necesaria, organizada por el Héroe Nacional. Varios lugares se levantaron en armas. Dos meses después de iniciada la nueva contienda, desembarcaron por el Oriente de la isla los principales líderes: Maceo, Martí y Gómez.
Por Punta Caney, el 24 de julio, llegó la expedición gestada por Serafín Sánchez, Mayía Rodríguez y Carlos Roloff. Así iniciaba la lucha en la región central de Cuba y, con ella, el camino a la independencia.
“24: a las nueve y media de la noche estamos desembarcando sin novedad alguna en Tayabacoa, a legua y media de Tunas; hemos entrado aquí como en nuestra casa (…)”, escribió, en tierra firme, Serafín a su esposa Josefa María Pina.
UNA PLUMA HUMILDE
Serafín Sánchez Valdivia no solo fue un excelente estratega militar, también con la pluma defendió a Cuba. Héroes humildes (1894) es la historia de seis combatientes contada por el espirituano y una biografía de este confeccionada por Gonzalo de Quesada.
“Allí están nuestros gemidos, y nuestra altivez, y nuestros albores –escribió Martí–: allí Miguel Gerónimo Gutiérrez y José Joaquín Palma, y ‘El Hijo del Damují’ y Luis Victoriano Betancourt, y Ramón Roa y Francisco La Rúa: allí lo más popular y sentido de la poesía escrita de nuestros diez años. Cada poesía lleva su historia. De aquellos tiempos, nada se ha de perder. Este es libro del corazón, que va a ser muy amado”.

SEGUIR LA MARCHA: UNA ORDEN DE POR VIDA
Serafín ascendió en su cargo de inspector general del Ejército Libertador a la tercera posición en jerarquía militar entre sus huestes en abril de 1896.
Fue un hombre muy importante en la invasión a Occidente. Batallas como Mal Tiempo y Calimete lograron su objetivo gracias a la audacia de Sánchez Valdivia.
El 18 de noviembre, en Las Damas, ocurre un combate desde las orillas del río Zaza. Toma precauciones porque conoce el lugar como la palma de su mano. Al filo del mediodía inició el intercambio de fuego. El historiador Gerardo Castellanos describe milimétricamente cada detalle y explica que el espirituano no montaba ese día su habitual caballo de guerra.
Alrededor de las cinco de la tarde, Serafín entró a la inmortalidad por un tiro de máuser que le atraviesa del hombro derecho al izquierdo. Al caer, cuentan que expresó: “¡Me han matado, eso no es nada!; ¡siga la marcha!” El negrito Teo, por orden del general Carrillo, impidió que su cuerpo cayera al suelo.
En la finca Pozo Azul, los mambises tendieron el cadáver de Serafín. Al día siguiente fue colocada una bandera sobre el féretro y trasladado hasta la finca Las Olivas, donde fue sepultado. Las lágrimas de su madre lo despidieron para siempre.
Sus restos, años más tarde, fueron traídos al cementerio municipal de la ciudad de Sancti Spíritus. Un mausoleo de mármol los recubre, rematado con una columna trunca.
Escambray Periódico de Sancti Spíritus










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