Lo que pareció un berrinche de niño de siete años se volvió un amor desmedido. Desde el mismo instante en que Orlando Toledo Morales abrazó el tres, firmó un pacto de fidelidad para siempre.
“No había dinero ni para tomar café y mi papá, vendedor ambulante, hizo el esfuerzo, reunió tres pesos y me lo compró. Me metía en un ranchito y, después de oír cómo él lo tocaba, lo hacía yo”.
Nota a nota, incluso para que los dedos pequeños le alcanzaran, le hizo una pequeña innovación y domó las seis cuerdas agrupadas en tres órdenes dobles. Pasados unos meses, en Cataño —un fragmento de tierra intrincada de Taguasco—, se escuchaban los acordes que le arrancaba.
“Las clavijas eran de palo y se aflojaban al momento. Entonces, papá me lo afinaba cuando se lo pedía. Hasta que un día llegó molesto y me dijo que era la última vez que lo hacía. Entonces, me puse y también lo logré”.
El oído —muy bueno, como lo calificó Edelmiro Bonachea el día de la jubilación de Orlando Toledo— fue su único modo de aprendizaje. Tras escuchar una melodía por el viejo radio que no se apagaba en el hogar, salía corriendo tomaba el tres en mano y la hacía suya.
“Progresé porque le puse empeño. Creamos un grupito de aficionados y nos íbamos a todos los bailecitos de la zona. Nos pagaban siete pesos para todos. Aquello era tremendo”.
De artista aficionado y, sin proponérselo, en los tiempos del conocido Plan Banao dirigió el sector de la Cultura en ese territorio y, más tarde, otras responsabilidades tocaron su puerta.
“Hasta un día que le dije a Bonachea: No dirijo más porque la juventud que se me subordina tiene mucho grado y el mío es muy cortico. Saben más que yo. Alcancé el noveno grado con más de 30 años.
“Me preguntó en qué quería trabajar y ahí vi los cielos abiertos. Pedí integrar una agrupación folclórica porque la música tradicional es lo mío. Nos reunimos al otro día, al lado de la Biblioteca Provincial, donde estaba Cultura Regional, con quienes integraban la Parranda Típica Espirituana y me presentó como su director y administrador”.
Fueron más de 40 años de entrega, de defensa a ultranza de un legado único en la cultura nacional, de hacer sonar la agrupación con el brillo de los hermanos Sobrino, quienes en el corazón de Jesús María sembraron una semilla autóctona en la música campesina.
“Ahí estuve hasta que me jubilé. Empecé sin saber nada del punto espirituano. Aprendí con Armando Sobrino, entonces el único con vida. Lamentablemente, al poco tiempo falleció. Entonces, no había quien cantara la voz prima. Bajo unos matorrales y guiado por un amigo me pasaba el día cantando. Así fue como la cogí. Luego traje a mi hermano Julio, quien estuvo en la Parranda hasta su muerte.
“Hicimos un dúo de primera. No nos preguntábamos si cantaríamos un punto cerrado u otra cosa. Solo nos mirábamos y jamás fallamos. A él lo nombré, pasado un tiempo, administrador del grupo”.
¿Cuál fue el método para dirigir por tantos años?
“Nunca tuve problemas con mis músicos. Hubo momentos difíciles porque sacaron a la Parranda de varios lugares por indisciplinas. Pero, poco a poco, logré que aquello se convirtiera en historia. Aposté siempre por sumar buenas personas, ante todo. De ahí que logramos ser una gran familia”.
Pasados unos cuantos años de aquellos días en que Orlando Toledo hacía gala de ser un excelente defensor del punto espirituano, volvió a subir al escenario acompañado de la propia Parranda. Fue el reciente 25 de julio, en la celebración del Día del Espirituano Ausente. En la sede del Comité Provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), aprovechó para donar una de sus guayaberas a la casa emblemática de esa prenda, además de un güiro a la insigne agrupación.
“La usé una vez o dos veces. Nos la mandaron hacer a la medida para una actividad que nos las exigieron. Pensé: ¿qué mejor ocasión que esta para donarla y que así tengan un recuerdo de mí. Desde La Habana, donde resido hace un tiempito, vivo pendiente de lo que pasa acá. Con el güiro es otra la historia. Los siembro, tallo y vendo para el turismo. Eso empezó en los días de la pandemia”.
¿Cómo escuchó esta vez la Parranda?
“Mejor que nunca. Un buen tresero, buena guitarra, todos son excelentes”.
Y la emoción, demasiada para un día de reencuentros fundidos en abrazos, lo traiciona. Aún duele estar lejos de la música que se volvió prácticamente su vida.
“Soy un guajiro al que me gusta la verdad y jamás digo una mentira. Cuando me jubilé, Clavo —ya fallecido— me comenta que podía seguir trabajando. Pero, en esos días vino una orden de que no se autorizaba. Entonces, cuando comienzo a indagar dónde sería mejor, tropiezo con la directora del Centro de la Música en ese momento y me dice que el tres no era importante, que me fuera para la casa. Y aquello fue como la muerte porque para mí el tres tiene la música más linda del mundo. Dije: Me voy. Me salieron 2 000 pesos de jubilación, que para entonces era bastante.
“Al poco tiempo me avisan que sí podía tocar, pero era tanto mi berrinche que había tirado a la basura los papeles de mi trabajo. Me llené de una amargura tan grande por no poder seguir con mi Parranda que todavía hago la historia con dolor”.
El dolor se disipa cuando concientiza que la música que hoy regala la agrupación, portadora de una expresión única del punto cubano, tiene mucho de Toledo Morales. Igual le ocurre cuando disfruta del cuarteto Los Toledo.
“Siempre he vivido enamorado de la música tradicional y un buen día me propuse hacer un cuarteto. Empezamos, prácticamente, de la nada. El día que nos evaluaron, lloré mucho cuando me dijeron que estábamos aprobados. Lo amé con la vida porque llevaba mi apellido y defendía las melodías que realmente me gustan. Estuvimos poco tiempo, pero me lo encuentro ahora, gracias a músicos con mucho talento y siento que valió la pena”.
Después de tanto quehacer en esta tierra espirituana, ¿cómo se ha adaptado un guajiro a La Habana?
No sé si me he adaptado. Extraño mucho. Son casi ya 85 años y cantar, como lo hice hace un rato, no es igual que cuando se tienen 20. Realmente, lo saqué del alma porque ya no soy el Pico de Oro, como me bautizaron frente a 400 artistas en un Festival de la Toronja, en la Isla de la Juventud.
¿Satisfecho con su legado en la música campesina?
Sí, estoy feliz de cómo se escucha. Quizá otros la evalúen de mal. Pero yo, que vengo de abajo con mucha miseria y mucho trabajo, la evalúo así. Por eso, cuando Orlando se muera, sí allá abajo existen revolucionarios, me sumaré a sus filas porque sería un ingrato si digo otra cosa.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.