Sobre el armón, la urna de cedro; dentro las cenizas de un ser de otra galaxia —diría el poeta—, custodiadas por la bandera de la estrella y las rosas blancas, cultivadas por Martí en versos sinceros y bravíos.
Era jueves, primero de diciembre de 2016. Volvía a entrar al parque Serafín Sánchez, de Sancti Spíritus, en su camino hacia Santiago de Cuba. Lloraba la mañana; era la misma llovizna que lo saludó aquella madrugada del 6 de enero de 1959, cuando desde los balcones de la entonces Sociedad El Progreso, prodigó elogios, vueltos a retoñar en la historia:
“Si las ciudades valen por lo que valen sus hijos, si las ciudades valen por lo que se han sacrificado en bien de la patria, si las ciudades valen por el espíritu y la moral de sus habitantes, por el fervor de sus hijos, por la fe y el entusiasmo con que defienden una idea, Sancti Spíritus no podía ser una ciudad más”.
Regresaba a esta tierra, de donde nunca partió. Lo arropaban miles de voces: unas roncas por tanta evocación, otras en silencio por tanto dolor escondido en el pecho.
Ante la conmoción de todos, recorría el parque Serafín Sánchez y salía en busca de la Avenida de los Mártires para luego retornar a la Carretera Central, que lo llevaría a Jatibonico. Y a ambos lados de la vía, los agradecidos, su tropa de rebeldes.
Iba sobre el armón, dentro de la urna de cedro, cobijada por la bandera de triángulo rojo, que jamás arrió de su pensamiento. Iba abrazado por las rosas blancas, que cultivaba su Maestro en julio o en enero. Iba camino a Santiago de Cuba para descansar, junto a él, y convertido en cenizas, para latir en el corazón de aquella enorme e indómita roca, que también lo sabe eterno.


Escambray Periódico de Sancti Spíritus













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