Cuando la mañana del 28 de octubre el cadáver de Milagros era depositado en la bóveda familiar, ya las primeras lloviznas caían sobre el pueblo. Poco después del mediodía se desató un aguacero torrencial, sin pausas, que se prolongaría hasta mucho después del amanecer.
Lo que vino luego nadie podía imaginarlo, por más que advirtieron los meteorólogos y se propagó por diferentes vías: Melissa no era un huracán cualquiera, sino uno extraordinariamente potente, capaz de causar inundaciones catastróficas y arrasar a su paso con todo lo que hallara. Peor que el Flora, difícil, pensaron los más viejos.
Pero era similar o peor, aunque nadie lo sabía. Y justo antes de sus primeros embates a Cuba se iba Milagros, prima hermana de mi madre y dueña del café más fuerte que se haya colado en Guisa jamás. Su patio era escenario del tueste y el molido de unos granos que se pasaban de negros, cuyo aroma inundaba, en mi infancia, las tertulias familiares en casa de mi abuelo Joaquín. El patio de mi abuelo colindaba con el de dos hermanas suyas con quienes vivía Milagros, y allí se quedó ella, con una hija de otro tío. Su taza de café humeante hecho a la vieja usanza, con colador, aparecía ante mí cada vez que visitaba el pueblo, cuando, luego de fotografiar por el camino hacia su casa, en una esquina, las montañas que emergen por los cuatro costados, llamaba a la puerta.
Se iba a los 90 años uno de los horcones familiares, al tiempo que comenzaba un episodio inédito del que yo iría teniendo conocimiento poco a poco, a través de testimonios diversos desde mi pueblo intramontano, en las faldas de la Sierra Maestra.
“Llueve sin parar, nos dio tiempo justo para el entierro”, “Vi un cono de trayectoria donde el ojo pasa por aquí, y las montañas lo pueden debilitar, pero se tarda más en salir”. “Desde las 12:00 p.m. comenzaron las rachas de viento, sin parar, horribles, no hay palabras para describir”, “¡Ay!, mija, esto ha sido grande, aún están batiendo vientos, todavía no puedo abrir ni una ventana”.
Pero el Oriente todo estaba en vilo, y con él, Cuba. En Santiago la amiga de los años universitarios amaneció empujando una butaca a una ventana; tomaba respiros entre racha y racha, no fuera que pasara como cuando Sandy, que arremetió contra la puerta como si se la fuera a llevar. Esta vez la aseguraron mejor, lo cual la mantuvo incólume.
Fue —cuenta— horrible, tenebroso, inédito. Quien alguna vez calificara el ruido que sintió durante el potente temblor de tierra que puso en guardia a toda la isla como “un trueno que camina”, en esta oportunidad tuvo para los vientos una definición igual de elocuente: “Como tractores arrancando, o un animal que aúlla”.
Desde Jiguaní recibí el reporte de mi amiga de preuniversitario, quien contó sobre la evacuación, mayormente por cuenta propia, de muchos pobladores, debido al desbordamiento del río que atraviesa el lugar y que ya antes, en 2023, les sacó un susto.
En Granma todos los ríos y arroyuelos se fueron de cauce, hasta convertirse en áreas tan inundadas que precisaron, después del paso del meteoro, rescates masivos con equipamiento especializado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Particularmente el Cauto, mayor río de Cuba, aún tiene en alarma a todo el archipiélago, pues después del diluvio siguió lloviendo y los escurrimientos no cesaron.
Me tocó hacer de enlace entre una de mis hermanas residentes en Bayamo, con una virosis severa junto a su hija y nieta, y la otra, actualmente fuera de Cuba; también, entre esa misma hermana enferma y su hijo, en misión de colaboración en Catar.
Estaba pendiente, además, del tío anciano que en Santa Rita (municipio de Jiguaní) se negó a ser evacuado pese al peligro de inundación de la cañada frente a su casa, donde finalmente no sucedió nada. Y de las tías residentes en La Mula, Uvero y Chivirico, que serían evacuadas antes del paso de Melissa, de quienes, pasados varios días, no se tenían noticias directas, por incomunicación total del municipio de Guamá. El huracán tocó tierra a no muchos kilómetros de esos lugares y ello añadía dramatismo a la situación.
Desde Canadá, una prima oriunda de esa zona me hizo llegar videos y audios con testimonios, enviados por un joven que se arriesgó en motocicleta el viernes 31 de octubre, viajando desde Santiago por encomienda de un amigo. Él vio lo ocurrido en playa Cañizo y Chivirico, a pocos kilómetros de playa El Francés, por donde tocó tierra el ojo de Melissa.
“Aquello fue horroroso —se le escucha contar—. Como a las tres de la madrugada, en una casa sólida en la que se refugiaron, despertaron con el agua de mar que se les metía por la boca y la nariz. El mar se llevó paredes, columnas, todo. Estamos hablando de encontrar un televisor en la carretera, como a 200 metros de la casa; la bala de gas metida como siete casas más allá, un refrigerador enreda’o entre los matojos, una planta eléctrica enterrá’.
“Yo vi una placa que se viró al revés como una panetela; como que se dobló, se partió a la mitad y cayó arriba de la otra parte. Dicen que en medio de la noche las olas parecían una montaña que subía y venía pa’rriba de la casa”.
Tras el paso del huracán, el resumen de familiares y amigos: ocurrió menos de lo que cabía esperar; hay casas en pie, intactas, que parecían no aguantar los vientos; esto ha sido peor que el Flora, al menos por las inundaciones; acabó con los árboles; hizo trizas los tendidos eléctricos y telefónicos. Las personas en la calle se saludaban y sonreían, celebrando por estar vivos.
Y sucedió lo más importante: no hubo ni un solo fallecido, algo digno de una medalla del tamaño del cielo, cuando cabía esperar efectos catastróficos también tocante a este sensible asunto. La Defensa Civil se lució en su labor preventiva, porque esta vez los preparativos comenzaron con muchísima anticipación.
Después del fenómeno, asimismo, la usual solidaridad del resto del país, que se ha crecido en gestos de altruismo y desprendimiento, y de la comunidad internacional, que tampoco falló esta vez.
Cuba, que ya atravesaba una situación en extremo difícil en el plano económico y social, con buena parte de su población afectada por fuertes virus transmitidos a través de mosquitos, suma ahora el reto de restituir hogares e instalaciones públicas, resanar calles, repoblar áreas verdes, restablecer las comunicaciones y el servicio eléctrico. Y como prioridad, alimentar y atender a todos los evacuados.
Tomará años restituir lo destruido. Ojalá se consiga eso y mucho más, pero no se cerrarán las heridas. Melissa quedará en el recuerdo como experiencia a tomar en cuenta, como ejemplo de que los meteorólogos pueden ser en extremo certeros y siempre hay que atender sus pronósticos. También, como muestra de que la buena comunicación salva. Esta vez se acudió a todas las variantes, incluidos los altoparlantes y el toque puerta a puerta, que en otras oportunidades fueron subestimados.
La próxima vez que regrese a mi pueblo extrañaré el café retinto de Milagros, y mirando las lomas a mi alrededor evocaré su partida aquella mañana de finales de octubre, cuando las lloviznas inaugurales de un huracán sin precedentes, al que se le impidió arrebatar vida alguna, anunciaban las aguas que días después ahogaron en todo el Oriente calles y sembrados, pero no los sueños.
Escambray Periódico de Sancti Spíritus











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