La profe Ela, como muchos la conocemos, es uno de esos claros ejemplos de que quien ama trasciende y deja una impronta en las vidas que toca a lo largo del camino.
Precisamente, puedo dar fe de ello, pues tras casi 10 años de haber sido su alumna, aún la recuerdo entregada a la enseñanza de la Matemática y, sobre todo, a lograr que sus estudiantes aprendan a pensar, razonar y no a reproducir respuestas.
Ela es una mujer que no cree en vocaciones, pues, como confiesa, el magisterio llegó a su vida por azar y terminó por convertirse en parte fundamental de su vida; una profesión que ama y de la que no logra desprenderse, a pesar de estar jubilada. Por ello asegura: “Mientras mi salud lo permita, voy a seguir en el aula, al lado de mis alumnos, haciendo lo que me gusta”.
¿De dónde proviene Ela Orellana Pérez?
Yo nací y me crie en el campo, cerca de Sancti Spíritus. Vengo de una familia campesina, mis padres fueron personas muy trabajadoras; ellos no pudieron ir a la escuela, pero trabajaron mucho para que mis hermanos y yo estudiáramos y nos convirtiéramos en profesionales y personas de bien. A ellos les debo todo lo que soy, son y serán siempre el pilar de mi vida.
¿Cómo llega a usted el magisterio?
El magisterio llegó a mí por azar, por eso siempre digo que no creo en vocaciones. Comencé la escuela con nueve años, pero la profesora de mi hermano mayor ya me había enseñado a leer y escribir, y siempre estuve muy ávida de conocimiento y, aún sin ir a la escuela, leía revistas y novelas rusas que mi papá traía cuando iba al pueblo.
Luego, cuando comencé la secundaria mi profesora María O’ Farrill me pidió que fuese maestra popular; eso fue en una etapa donde la Campaña de Alfabetización estaba muy reciente, y participar en esa tarea era el sueño de todos los muchachos.
Primero alfabeticé a un vecino muy joven y, más tarde, con 14 años, fui profesora en un aula de educación obrero-campesina. Ese fue un gran reto, pues enseñaba en el comedor de mi casa a hombres y mujeres del campo, entre ellos mi papá, para alcanzar el sexto grado. Eran personas que se sacrificaban mucho para asistir a las clases, superarse y trabajar muy temprano al otro día.
Por eso, siento tanta admiración por los alumnos del campo; yo sé en carne propia todo lo que sacrifican y el esfuerzo que hacen para estudiar.
¿Cómo recuerda su paso por la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas?
En la universidad viví los mejores años de mi vida, para una guajirita fue imponente llegar a un lugar tan grande y enfrentarme a esa vida sola. Pero lo logré gracias al grupo maravilloso de compañeros y profesores que tuve.
De hecho, todavía nos comunicamos, siempre estamos pendientes y nos apoyamos cuando tenemos problemas. Pues, más que compañeros, somos una familia, que en noviembre celebrará 60 años de graduada.
¿Qué vino después de terminar la universidad?
Cuando me gradué en 1970 me ubicaron a trabajar en la Escuela Provincial de Cuadros de Placetas, allí estuve hasta que me casé y me mudé a Cabaiguán, donde impartí clases en la Facultad Obrera, institución que llegué a dirigir, y luego en la Filial Pedagógica.
En 1983 comencé a trabajar en el Instituto Superior Pedagógico de Sancti Spíritus del que fui decana hasta 1990. También fui jefa del Departamento de Matemática y asesora del vicerrector hasta el 2008, cuando me jubilé.
Luego de mi jubilación me contraté en la universidad para dar Metodología de la Investigación, más tarde fui a enseñar al pedagógico Carlos de la Torre, y ahora mismo soy profesora en el IPVCE Eusebio Olivera, de Sancti Spíritus”.
Aunque siempre me gustó más la Física, un buen día tuve que impartir clases de Matemática y me enamoré de esa ciencia, pues implica razonamiento e interpretación, además de su utilidad práctica y aplicación diaria en nuestras vidas.

¿Qué es lo que más disfruta de su trabajo?
Enseñar a pensar y razonar a mis estudiantes, contribuir a su formación y superación, no sólo profesional, sino también personal. Me hace muy feliz saber que, de una u otra forma, yo ayudé a formar una persona de bien y provechosa para la sociedad.
Y, claro, para un maestro es motivo de orgullo que sus alumnos en la calle lo reconozcan, lo llamen para saludarlo y se sientan agradecidos por los saberes compartidos.
¿Qué cualidades debe tener un buen educador?
El maestro siempre tiene que estar estudiando, leyendo, buscando una forma de llegar al alumno. Sobre todo, en el caso de la Matemática, donde hay que ser creativos a la hora de formular los ejercicios, para que los estudiantes nos comprendan mejor, ser insistentes a la hora de explicarlos y si el alumno no los entiende seguir hasta que sus dudas queden satisfechas.
Pero, siempre enseñar para aprender y formar, no para aprobar. Enseñar al alumno a pensar y no a reproducir.
Teniendo en cuenta la deprimida cobertura docente en Sancti Spíritus, ¿qué importancia le atribuye usted a la formación pedagógica en la actualidad?
Los estudiantes de estas carreras son muy valiosos. Me duele mucho como, a veces, minimizan las carreras de ese corte. Hay muchos estudiantes brillantes que se formaron en esos centros y que hoy son un ejemplo por el excelente trabajo que realizan.
También, creo que hay que continuar perfeccionando la formación de los docentes y priorizar que quienes llegan a formarse a nuestras escuelas pedagógicas sean muchachos con buenas calificaciones, que tengan mucho para aportar a sus futuros estudiantes.
Luego de tantos años dedicada a la profesión, ¿siente nervios, todavía, al llegar al aula?
Cuando llego por primera vez a un aula me da miedo cómo me van a percibir los alumnos; pero, poco a poco, me voy comunicando y viendo cómo los ayudo. Al final me voy feliz cuando veo que están comprendiendo la Matemática.
La enseñanza que más disfruto es la media, pues siento que tener a los estudiantes desde muy jóvenes te permite moldear su carácter y crear en ellos buenos hábitos, algo que no sucede igual con los adultos.
¿Por qué sigue en el aula?
Al llegar al aula y pararme delante de mis alumnos me impregno de felicidad, optimismo y orgullo, me siento útil. Y, al terminar el día, me voy feliz de saber que contribuyo a la formación de nuevos profesionales y personas de bien.
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