La 64.ª Serie Nacional de Béisbol ha tenido un rival inesperado: la confiscación de partidos por el uso indebido de jugadores, un problema silencioso que ha golpeado al torneo y encendido un debate necesario.
El reglamento es claro y no admite ambigüedades: antes de cada desafío, los cuerpos de dirección deben declarar el listado de peloteros disponibles; cualquier violación de ese principio —alinear a un jugador no inscrito para ese juego—, implica la pérdida automática del encuentro.
No es una norma nueva, ni oculta, ni compleja; se trata, en teoría, de una de las reglas más elementales del andamiaje competitivo.
Sin embargo, la práctica ha demostrado otra cosa; más de la mitad de los equipos ha sufrido al menos una confiscación durante la temporada, algunos incluso de manera reiterada.
El resultado no solo altera tablas de posiciones y dinámicas deportivas, también erosiona la calidad del campeonato y deja una sensación amarga entre aficionados, jugadores y especialistas; el béisbol cubano, que ya carga con suficientes desafíos estructurales, no puede permitirse este tipo de grietas autoinfligidas.
La polémica ha puesto sobre la mesa un dilema incómodo; ¿debe mantenerse el rigor del reglamento aun cuando su aplicación desnude fallas reiteradas? ¿O habría que buscar fórmulas que mitiguen el impacto de estos errores administrativos?
El presidente de la Federación Cubana de Béisbol, Juan Reinaldo Pérez Pardo, ha sido claro en declaraciones a la Agencia Cubana de Noticias: el camino es cumplir las reglas, no por capricho, sino por coherencia con el béisbol internacional y por respeto al propio torneo; su postura es firme y, en esencia, irrefutable.
Porque más allá del castigo, el problema de fondo es la profesionalidad; un director técnico no puede permitirse desconocer qué jugadores están habilitados para actuar, pero tampoco todo el peso debe recaer solo sobre él; el atleta tiene responsabilidad individual: sabe si está inscrito o no para ese juego y debe advertirlo.
La cadena de errores revela una cultura de trabajo aún frágil, donde la improvisación sigue teniendo demasiado espacio.
Entre aficionados, analistas y protagonistas surgen posturas diversas; algunos piden flexibilizar el reglamento para evitar que el espectáculo se deteriore por errores administrativos; otros, con igual fuerza, exigen mano dura y rigor extremo para erradicar de una vez estas prácticas.
Ambos bandos tienen argumentos válidos, y ahí radica el verdadero conflicto: cómo crecer sin romper, cómo exigir sin destruir.
Lo cierto es que cada juego confiscado es una herida en el campeonato; no se trata solo de números en la tabla, sino de la imagen del béisbol cubano ante su gente y ante el mundo.
Si se aspira a competir con dignidad en escenarios internacionales, el orden, la disciplina y la responsabilidad no pueden ser opcionales.
La edición 64 de la Serie Nacional ha dejado una lección incómoda pero necesaria: el talento por sí solo no basta.
Sin profesionalidad, hasta el mejor juego se pierde en la mesa, y mientras no se asuma esa verdad con la seriedad que merece, el béisbol cubano seguirá jugándose también fuera del terreno, donde las derrotas pesan más y duelen distinto.
Escambray Periódico de Sancti Spíritus









Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.