Cuando Yolanda Felicita Rodríguez Toledo mira su obra por el retrovisor de los recuerdos se encuentra frente a los muchos libros regalados por la abuela, la bisabuela y el abuelo. Apenas fueron a un aula, pero sabían que con cada lectura la pequeña crecía.
“Me obligaban a leer y hoy lo agradezco muchísimo —cuenta y la memoria se pierde al intentar hojear cada uno de los textos legados—. Eso me hizo mejorar la percepción que tengo de la redacción y del estilo, así como poseer una excelente ortografía. Mi bisabuela cantaba décimas y me narraba historias que encontré luego en la literatura universal y, otras se las inventaba. Gracias a ese entorno, a mis padres y mis hermanos, la lectura y la literatura, soy hoy esta mujer, creadora y escritora”.
Con ese sustancial “abono”, con poco más de ocho años, la niñita aceptó la invitación en su escuela primaria y se atrevió a cruzar el umbral de la Casa de Cultura Osvaldo Mursulí, del municipio de Sancti Spíritus. Quiso cantar y cantó.
“Me interesaron muchos los coros. Formé parte de uno. Pero, justo en ese lugar, descubrí las artes plásticas. Conocí a seres maravillosos: Juan Andrés Rodríguez (El Monje), Remberto Lamadrid, Mario Félix Bernal… Los niños dibujaban tan bonito que me interesó asistir a esos talleres”, refiere mientras deja escapar la añoranza por no cumplir el sueño de ser bailarina. La naturaleza —dice— se empeñó en no regalarle las condiciones físicas ideales para materializarlo.
“Mi talla siempre fue bajita y gordita”, añade con una sonrisa que disipa toda nostalgia.
Entre ensayos y trazos en colores transcurrieron muchas de las mejores horas infantiles de Yolanda Felicita Rodríguez Toledo. Una tarde, otra vez, la curiosidad encendió la chispa por descubrir nuevos mundos. Una acción que fusionó a las artes visuales con la literatura fue suficiente para que su vida encontrara el rumbo más directo.
“Me colaba de vez en cuando en los talleres literarios solo a escuchar porque me daba tremenda pena leer en alta voz lo que escribía con poco más de 10 años. Creía que era lo más grande y ni versos eran”.
¿Por qué no has podido desligarte de ese binomio inicial?
“Creo que el mundo escrito quien mejor lo entiende es su propio autor. Lo primero que me atreví a ilustrar fueron unas décimas de José Antonio Eirín que andan por ahí en unos boletines. Entonces, me los celebraron, hoy me doy cuenta de que no son tan hermosos. Pero sí hasta esta fecha me apasiona mucho unir ambas manifestaciones del arte porque la ilustración tiene una base en la literatura”.
De ese amor irremediable, recientemente se disfrutó en la sede del Comité Provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) de Sancti Spíritus, cuando Yolanda Felicita compartió en la Sala Fayad Jamís las ilustraciones de su libro El canto de los caballos, publicado por la Universidad de Bogotá, Colombia.
“Ya como escritora tengo muchos retos a la hora de enfrentarme al papel en blanco, sobre todo por ser mujer. Procedo de una familia humilde y mi madre no me aplaudió que escogiera ese camino porque entendía que no se gana dinero. Me repetía mucho que siempre andaba en una nube. Y es cierto: no recibo remuneración económica significativa, pero sí gano en espíritu. Se lo he tenido que enseñar. Espiritualmente estoy muy bien. Me siento muy bien pagada, muy recompensada y ahora ya entiende. Ve mis libros y me los aplaude”.
Ha sido fruto de una carrera in crescendo. Poesía, narrativa, investigaciones… dan fe de la estatura de esta espirituana como escritora.
“Me siento muy cómoda con la literatura para niños. Nace de una voz que me dicta. Tiene que ver con que mis años más felices están, precisamente, en esa etapa. Y también me resulta más fácil la poesía porque me ayuda a sacar cosas, a comunicarme con otros, me hace tener una vida más lírica en medio de este complejo contexto”.
Y cuando pudiera pensarse que es ese el punto final de su labor profesional, vuelve a sorprender con más hojas en su currículo: promotora cultural, líder natural y apasionada de los estudios científicos.
“Considero vital la labor de transmitir experiencias culturales porque es una manera de salvarnos. Precisamente, inicié mi mundo laboral como promotora en la Casa del Joven Creador, de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), organización en la que fui jefa de sección de Literatura y su vicepresidenta en la provincia.
“A fin de encontrar mejoras salariales, volví a las raíces de mis estudios porque me gradué de técnico de nivel medio en Agronomía. Laboré en la Agricultura, pero sin perder mis vínculos con el sector cultural. Siempre digo que soy animalista, amante del cuidado y protección del medio ambiente. En ese período me licencié en Estudios Socioculturales, soy máster en Ciencias Agrícolas y ahora emprendo la recta final del doctorado en esa misma rama. Además de mis responsabilidades en el Centro Provincial de Casas de Cultura, laboro en el Gobierno municipal, en el área de ciencia e innovación. Mis dos mundos se entrelazan porque es la cultura de la tierra con la cultura del arte”.
Imparable, dicen unos. Apasionada, la califican otros. Sentido de pertenencia, alega ella cuando busca los sostenes de tanto quehacer.
“Lo llevo todo en el corazón. En estos momentos, termino dos textos para niños que me martillan la cabeza. Uno es sobre poesía y el otro, una novela corta. Espero que salga para los días de la venidera Feria Internacional del Libro, Esteban no lo sabía, premio del Concurso Literario Hermanos Loynaz. Igualmente, preparo Coplas de abuela y la luna, Premio de la Ciudad”.
¿Por qué la aclaración de que ser mujer le otorga un valor agregado a tu labor como escritora?
“Ahora hay más facilidades para abrirles el camino a las mujeres porque, a pesar de los muchos procesos sociales del país, aún hay pensamientos machistas que no entienden que podemos ser lideresas, conducir procesos y capaces de emprender caminos y llegar a la meta con resultados. Pero si vamos a nuestra historia podemos decir que hemos sido el sostén de Cuba porque somos las madres de sus hijos es decir que se construye una historia de vida por contar”, concluye.
Escambray Periódico de Sancti Spíritus











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