Para los que llevamos muchos años en los medios de comunicación y la palabra es nuestra mejor arma, existen vocablos que lleva tiempo dominar: solidaridad es uno de esos. Al pronunciarlo siempre estás en la cuerda floja y no es cuestión de etimología o significado, es que cualquiera resbala y cae si no la has ejercitado lo suficiente.
La Real Academia Española define solidaridad como la adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros y es sinónimo de participación y apoyo, de ahí que no resulte difícil asociarla a esos gestos altruistas y humanistas que los seres humanos valoramos cuando existe la necesidad de ayudar, poner el hombro cuando el otro está en dificultades.
La vida diaria de cualquiera de nosotros tiene ejemplos que mostrar. Entre cubanos, compartir un poco de azúcar o sal, unir fuerzas colectivas en momentos de tensión social, económica o ante un desafío, un desastre natural…, es consecuencia de tener claridad del valor de la palabra, que se convierte en gesto de altruismo y amor.
Tras el paso del huracán Melissa por el Oriente de Cuba son cientos los que se han desplazado, dejando a un lado sus familias y ocupaciones para asistir a los miles de damnificados y colaborar en restablecer desde los servicios básicos de electricidad, agua o comunicaciones, hasta para llevar donaciones de alimentos, ropa, calzado, materiales de construcción. Otros aportan ayudas financieras, medicamentos, utensilios de cocina…
No es despreciable la asistencia de muchas naciones y organizaciones civiles, religiosas y tradicionalmente solidarias con nuestro país, de la comunidad cubana residente en otros países a pesar de la marcada presión para asegurar y convencer de no ejercer el humanista acto de hermandad si intervienen las instituciones estatales. Muchos prefieren el anonimato, no quieren show mediático, envían a sus familias, antiguos vecinos o personas que lo han perdido todo —o casi todo— dinero y artículos de primera necesidad.
¿Puede alguien separar al cubano de estos tiempos de la palabra solidaridad? ¿Interviene la presión oficial en el ejercicio natural de compartir lo poco que se tiene? En cualquier caso, la respuesta a ambas interrogantes es un No rotundo. Hemos sido formados con ejemplos y convicción en ayudar al más necesitado, en ofrecer desde el corazón para aliviar el dolor ajeno, despojarnos de individualismo y egoísmos banales. Los cubanos que emigran se llevan en la maleta esos principios éticos y hasta morales, porque alguna vez tuvieron una mano vecina que le acercó un poco de caldo o un medicamento que escasea, porque entienden mejor que otros lo que significa dar sin esperar nada a cambio.
En estos días la prensa cubana y las redes sociales siguen inundadas de muestras de solidaridad real, de historias que conmueven y hasta te hacen valorar mejor la fragilidad humana ante los desastres naturales o las enfermedades como el dengue, el chikungunya o el oropuche que se han expandido por todo el país. Más allá de las políticas sociales, de la atención a las vulnerabilidades colectivas e individuales, están las manos de cientos de hermanos de aquí o de allá que no escatiman, abrazan, colaboran, están al pie del conflicto dando batalla sin importar apagones ni inflación, solo por el sentido justo de la solidaridad, palabra y gesto hermoso, aunque a veces sea difícil de pronunciar.
Escambray Periódico de Sancti Spíritus











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