La esquina de Escambray: Un ajiaco de identidad

Si algo debemos exhibir con orgullo los cubanos es nuestra cultura, que no tiene que pedirle prestado nada a ninguna otra

El reconocido intelectual Carlo Figueroa retoma su habitual podcast en las plataformas de Escambray.

Hace solo unos días celebramos el Día de la Cultura Cubana. El 20 de octubre es una fecha que no pasa por alto en una nación como la nuestra, fundada por nativos, supuestos conquistadores, esclavos, emigrantes que en el más sabroso de los procesos de integración y mezcla lograron conformar la identidad humanista, noble, guerrera y única que nos define.

El mes de octubre siempre tiene la carga simbólica de la rebelión de Carlos Manuel de Céspedes y el canto por primera vez del Himno Nacional, que nos llama desde su fuerza y lirismo a venerar la tierra que nos vio nacer, enaltecer la luz que emana de las entrañas de la tierra que siempre va a contemplar orgullosa nuestras acciones individuales o colectivas, honestas, justas, nunca traidoras.

Lo más hermoso que tiene la celebración es la comunión de la savia de aquí o allá que nos hace únicos en un mundo cada vez más alineado a un pensamiento occidental que no ve en la memoria histórica un puerto seguro y menos la oportunidad de crecer. Es más oportuno hacer borrón y cuenta nueva porque, como dice cierta canción romántica: ya lo pasado, pasado fue.

Tampoco es bueno aferrarse, estar atados a ciertos momentos, acaso por la velocidad que nos impone el lógico desarrollo espiritual de la gente y porque en términos culturales dos más dos no es exactamente cuatro. El mismo camino que vamos transitando día a día crea, funda, deconstruye y levanta valores y comportamientos éticos, convicciones que las mismas circunstancias socioeconómicas, políticas y culturales van sazonando en el ajiaco cubano, que ya algunos sustituyen por caldosa, pero en esencia es casi lo mismo.

En la víspera del 20 de octubre, el destacado intelectual cubano y espirituano raigal Juan Eduardo Bernal Echemendía —el Juanelo de todos— publicaba en las redes sociales: “Desde el discurso de lo popular, nuestra cultura se salva y salva, a pesar de seguros malabares del olvido, que no excluyen la disposición de ofrecer nuestra poética hacia el perfil definido de la nación cubana”. Esa breve reflexión reconoce que, a pesar de errores, distorsión, contraposiciones e imposición de conceptos sobre lo que realmente es la Cultura cubana, ella nos va a seguir salvando y a su torrente sanguíneo tenemos la obligación de ir a transfundirnos una y otra vez para jamás olvidar de dónde venimos, qué nos hace fuertes.

Es lógica básica que los sabores, olores, comportamientos sociales, las redes sociales, las tensiones económicas y energéticas, las tecnologías, la inteligencia artificial y hasta los ritmos que se cantan y bailan en estos días van a determinar la visión que tendrán muchos cubanos sobre su cultura en un futuro, pero negar el nacimiento y formación de la identidad nacional es una aberración que no se debe ni puede darse el lujo de borrar de un plumazo por la obra y gracia del desconocimiento y la ignorancia.

Si algo debemos exhibir con orgullo los cubanos es nuestra cultura, que no tiene que pedirle prestado nada a ninguna otra. Desde el Himno que cantamos, la bandera que veneramos, las batallas que libramos desde el 10 de octubre de 1868, hasta el sabor de los frijoles, el ritmo de nuestros gestos, la cadencia y estilos lingüísticos de una región u otra del país, la religiosidad, el color del cielo y el calor eterno del Caribe muestran a toda hora quiénes somos.

Carlo Figueroa

Texto de Carlo Figueroa

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