Travesía hacia la eternidad

Hace nueve años desapareció físicamente el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro; hecho que estremeció a Cuba
y a buena parte del mundo

El paso de la caravana con los restos del Comandante en Jefe, el primero de diciembre del 2016, estremeció los cimientos de Sancti Spíritus. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

A esa hora de la madrugada, el sonido del teléfono, más que curiosidad, despertaba inquietud, preocupación. Del otro lado de la línea, Borrego, entonces director de Escambray, con la noticia, escoltada por el encargo periodístico.

—Raúl lo acaba de decir por la televisión.

El fundador de la Revolución, su hermano, había partido físicamente a las 10 y 29 de la noche del 25 de noviembre de 2016. Sesenta años antes, ambos habían zarpado, junto a otros 80 hombres, desde el puerto mexicano de Tuxpan. No venían en viaje de recreo a Cuba en aquel yate, exactamente; mejor, en aquella cáscara de nuez, que, al entrar en mar abierto, el oleaje y la tormenta trataron de engullirla, entre bandazo y bandazo.

Y en una de esas sacudidas, un lengüetazo de mar lanzó al agua a Roberto Roque Núñez, mientras este intentaba descubrir en la lejanía, subido en el palo del techo del barco, las luces intermitentes del faro de Cabo Cruz, dando señales de tierra.

—¡Hombre al agua!, gritó Juan Almeida Bosque.

De inmediato, Fidel ordenó apagar los motores del Granma. Además, dispuso encender los reflectores, que nunca encendieron. Y las linternas apenas fueron cocuyos en medio de la noche, hecha de pura tinta negra. Cuentan que el jefe de la expedición decidió tirarse al agua, también pura tinta negra; pero se lo impidieron.

—No nos vamos de aquí sin hallarlo, conminó Fidel.

Transcurrieron un cuarto de hora, media hora, una hora. Ni rastro del náufrago. El yate seguía dando vueltas alrededor del lugar de la caída. Y la orden de Fidel, inamovible. Pasadas dos horas, cuando la pérdida del expedicionario era casi una dolorosa certeza…

—¡Aquí, aquí!, gritó Roque, con lo que le quedaba de voz.

Ya a bordo nuevamente, balbuceó con lo único que le sobrevivía de voz: “¡Viva Cuba libre!”. A 69 años de este acto de salvación, aseguran que aquel pedazo de mar recuerda hoy las voces roncas y viriles de los 82 hombres cantando el Himno Nacional.

Difícil relatar ese estremecimiento, como el vivido por Cuba al escuchar el anuncio de Raúl hace nueve años, que me sacó de tirón de la cama y me puso frente a la pantalla en blanco de la computadora a esa hora de la madrugada, a solicitud de Borrego. Aquellas letras dieron a luz palabras; a palabras, hijas sinceras del alma y de la premura de toda noticia.

En tales circunstancias nació “Eterno Fidel”; luego, traje al mundo “Artesano del Sol”. Para esa fecha —2 de diciembre—, el líder iba de retorno a Santiago de Cuba. Su cuerpo, su inmenso cuerpo, convertido en cenizas, hacía la travesía en una pequeña urna de cedro, custodiada por la bandera cubana y las rosas blancas, cultivadas por Martí en memorables versos.

Amanecer del 4 de diciembre de 2016, cementerio de Santa Ifigenia. A escasos pasos de la roca que cobijará por siempre al Comandante, Raúl aguardaba por él. Su hermano tomó la urna entre sus manos y se la llevó hasta el pecho. Avanzó hasta la enorme piedra con la urna pegada al pecho. Y la depositó dentro de la roca. Por unos segundos, cubrió la urna con sus manos, también guerrilleras, y el estremecimiento llegó. Allí dejaba a su jefe, a su hermano.

Enrique Ojito

Texto de Enrique Ojito
Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la obra de la vida (2020). Máster en Ciencias de la Comunicación. Ganador de los más importantes concursos periodísticos del país.

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