Un pacto con la mirada (+fotos)

Con más de 40 años de servicio, casi todos dedicados a los niños, Adaly López Farías continúa consagrada a una profesión que volvería a escoger con los ojos cerrados

Tras 40 años atendiendo a infantes, Adaly conserva el mismo amor y la misma paciencia del comienzo. (Fotos: Delia Proenza/Escambray)

Sus raíces campesinas no se perciben en el hablar pausado, ni mientras gesticula suavemente. Pero hay en ella una ternura y un amor que solo germinan en los seres auténticos, sencillos y libres, como el ambiente de aquella finca donde jugaba a los escondidos al anochecer, sin corriente eléctrica, o se empinaba el vaso de leche espumosa, acabada de extraer por su abuelo de la ubre de la vaca.

De Bacuino, el lugar donde fue feliz hasta los ocho años, allá en territorio del municipio de La Sierpe, solo quedan los recuerdos y la tierra sepultada por las aguas de la presa Zaza, mas agradece todo lo aprendido primero en aquellos parajes y luego en San Carlos, donde la honestidad y la necesidad de ser útil sobresalían, por encima de todo.

Adaly López Farías no se obsesionó con ninguna profesión; más bien, al terminar el noveno grado, le atrajo aquella idea de graduar la vista a otras personas y optó por la carrera definida en la lista de ofertas como técnico de Oftalmología, que se estudiaba en un centro politécnico de La Habana.

Una vez graduada, en 1983, comenzó a laborar en el Hospital Provincial Camilo Cienfuegos, donde solo se mantuvo hasta que alrededor de año y medio después el respetable doctor Alfredo Palmero, entonces jefe del servicio de la especialidad (ya fallecido), le propuso trasladarse al pediátrico José Martí, donde necesitaban optometristas y se inició en 1985, tras una capacitación en Villa Clara.

De entonces a la fecha ha sido una especie de pacto con la mirada de los pacientes más pequeños, que llegan a ella muchas veces incluso antes de cumplir el primer año de vida y egresan, como regla, ya siendo adolescentes.

Si tuviera que escoger nuevamente una carrera sería la Optometría, y para ejercerla siempre con niños, asegura Adaly.

Todavía se los encuentra por ahí y escucha, perpleja, los testimonios de gratitud, como el de aquel joven agente policial que no hace mucho la detuvo en la calle y le hizo recordar cuánto había hecho ella por sus ojos, hoy al servicio de toda la ciudadanía.

Adaly es toda dulzura, suavidad, comprensión. Investiga constantemente acerca de las novedades de su oficio, hurga en los libros y materiales audiovisuales, en busca de argumentos que le permitan mantener entretenidos a sus pacientes mientras ella indaga por las imágenes que ven en el proyector. Entonces les canta canciones muy conocidas por ellos, o les cuenta breves historias con las que empatizan, como la de ese teléfono diminuto que el niño de turno identifica ahora mismo, muy similar, le cuenta ella, al que usaba su abuela, o la de otros objetos que los remiten a disímiles cuentos o aventuras infantiles.

También se siente contrariada en ocasiones la optometrista de blanca tez y ojos azules. Sucede cuando los niños no hacen más que mirar la pantalla de su celular mientras esperan por la consulta, porque le consta el daño que hace a la vista el uso indiscriminado de esos objetos, generalmente con la venia de los padres. Sostiene, con estadísticas que lo ilustran, que la fiebre de los teléfonos móviles ha disparado sensiblemente los casos de déficit visual. Y esgrime, para eso, una única recomendación: procurar para ellos entretenimientos más sanos, como algunas manualidades de utilidad: recortar, pegar, armar; la lectura, el juego pasivo. “A veces los padres, con tal de que estén tranquilos, los dejan durante horas delante de las pantallas, sin calcular el enorme perjuicio que les causan. Resulta muy necesario limitar ese tiempo”, afirma.

No se conformó con los conocimientos que tenía: se hizo licenciada en Optometría y Óptica, carrera inexistente antes, que estudió por dirigido y concluyó en 2011, en la Universidad de Ciencias Médicas de Sancti Spíritus. En un local del área de Consulta Externa del hospital pediátrico José Martí y Pérez puede hallársele, entregada por completo a su tarea. Simultanea ese trabajo con el servicio que presta en la escuela especial Abel Santamaría, próxima a la heladería Coppelia. Allí, varios meses al año, desde mediados de los 80 asume no solo las graduaciones de la vista, sino también la rehabilitación de los alumnos, algunos de ellos tras ser sometidos a cirugías, mayormente aquejados de estrabismo, ambliopía y otros padecimientos oftalmológicos.

Siempre le han gustado los niños. “Porque son muy sinceros. El niño si no ve dice que no ve, agradece todo, en el sentido de que son muy moldeables, su organismo asimila bien los tratamientos, evolucionan como regla hacia la mejoría”, argumenta.

¿Cómo se las ingenia para saber qué cristales le van a cada uno, cuando se trata, incluso, de bebés que no cooperan al momento de la consulta?, indaga la reportera, quien es a la vez madre de dos gemelas atendidas por Adaly desde el primer año de vida. Entonces ella se sumerge en explicaciones sobre los defectos refractivos y la esquiascopía, proceder que permite ver dentro del ojo las sombras que indican el déficit visual, y recomendar unos u otros cristales.

Las familias de los pacientes agradecen el trabajo de esta optometrista, considerada por muchos un referente de la especialidad.

El aparato que se emplea, detalla, es el retinoscopio.

Los jóvenes se van mucho por el autorefracto, que es un aparato más moderno y define la refracción del paciente sin la intervención del especialista, comenta, pero a su juicio resulta mucho más confiable seguir apostando por la esquiascopía y por el ojo de quien la realiza.

¿Qué satisfacciones le ha reportado su desempeño laboral durante más de 40 años?, pregunta Escambray.

“Verlos sin limitación, reincorporados a la sociedad; comprobar que pudieron cumplir sus sueños, estudiar lo que deseaban, sin que el defecto refractivo que los trajo a nosotros sea obstáculo”, responde.

También le regocija haber cumplido misión internacionalista en el estado de Vargas, Venezuela, entre 2007 y 2010, y haber visto de cerca a Fidel, quien departió con ellos antes de la salida del avión. Luego regresó en 2011 y hasta 2014 laboró en Caracas, en la dirección nacional de la misión, donde se desempeñó como funcionaria en el Departamento de Ópticas. Todavía conserva en el hermano país amistades de aquellos años, “gente con grandes valores”, dice.

No se ha jubilado, porque no soportaría estar sin trabajar. Se deprime de tan solo imaginarlo y asegura que seguirá en funciones mientras la salud y las capacidades le alcancen. Y las familias de los niños necesitados de sus servicios que la conocen saben el gran tesoro que es esta mujer, madre de dos hijas doctoras que, según sus palabras, “estudiaron Medicina gracias a que se criaron en el hospital”.

Un nieto que ya cumplió 11 años le cambió la vida para mejor, y desde entonces las energías se le multiplican, a pesar de las adversidades de la vida, que la golpean, como a muchos, pero su espíritu y optimismo le permiten ver siempre el vaso de agua medio lleno.

Cuando habla de su profesión su rostro se ilumina. Sin dudarlo ni un segundo volvería a escoger la misma carrera, los mismos pacientes, ahora convencida de que la Optometría y los niños son el mejor de los mundos por explorar y al cual dedicarse en cuerpo y alma.

Semanas atrás, Radio Sancti Spíritus publicó una entrevista que puso a Adaly en la palestra pública y fueron muchas las muestras de gratitud y cariño ofrecidas por quienes han compartido con ella o recibido sus servicios. Entre las opiniones vertidas en la red social Facebook Escambray recogió las siguientes: “Excelente profesional, he tenido el placer de conocerla y el privilegio de que atienda a mi hijo, maravillosa”. “Excelentísima en su trabajo y como persona es un amor. También he sido su paciente desde muy pequeña y hasta el presente. Felicitaciones, muy merecido reconocimiento”. “Magnífica en lo suyo, muy buena profesora y muy linda persona… felicidades”. “Profesional de una entrega inexorable, su dedicación y pasión por lo que hace ha devuelto a muchos infantes la alegría de vivir con una visión mejorada”. “Excelente, llena de amor y dulzura en el trabajo de rehabilitación de los niños y niñas con ambliopía y estrabismo de la escuelita Abel Santamaría, los trabajadores y familias agradecemos el derroche de amor por los que más lo necesitan”. “Trató a mi hijo desde pequeño, nunca una mala cara, tan dulce Adaly, merecido reconocimiento”. “Adaly es una persona maravillosa, un ser excepcional, realmente es una bendición llegar a su consulta y encontrar allí toda la seguridad y paz en cada refracción”. “Ojalá existieran muchas personas como ella”. “Orgullo de la Optometría en Sancti Spíritus. Ejemplo a seguir por todos los profesionales de la salud”. 

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

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