En busca del Santiago primigenio

Este domingo cierran las puertas de un Santiago Espirituano que ha puesto nuevamente en solfa el histórico debate sobre las tradiciones marchitas. Sin mercaderes invadiendo la Avenida de los Mártires, sin áreas bailables ni pipas de cerveza en los alrededores del parque Serafín Sánchez y con férreas regulaciones para la

Este domingo cierran las puertas de un Santiago Espirituano que ha puesto nuevamente en solfa el histórico debate sobre las tradiciones marchitas.

Sin mercaderes invadiendo la Avenida de los Mártires, sin áreas bailables ni pipas de cerveza en los alrededores del parque Serafín Sánchez y con férreas regulaciones para la venta de bebidas y alimentos, el Santiago Espirituano 2013 ha venido dibujándose a imagen y semejanza de los tiempos que corren, los de la disciplina y la austeridad.

Tal vez por ello la vox pópuli, tan humilde como implacable en materia de crítica, ha empleado disímiles adjetivos para calificar la jornada, pero no ha sido demasiado pródiga en halagos: que el programa artístico no se ha divulgado lo suficiente, que una comparsa emblemática del territorio se quedó en casa por falta de apoyo, que a cierta agrupación invitada nadie la recuerda, que algunas áreas bailables han tenido que mudar sus bártulos, y un larguísimo etcétera de opiniones penden por estos días sobre la fiesta popular de más largo aliento en predios del Yayabo.

Y no les falta razón. No por gusto sucesivas generaciones de espirituanos han reconfigurado una y otra vez la fisonomía de una festividad que comenzó en el siglo XVIII como parte de la tradición católica y fue despojándose de toda connotación religiosa hasta desembocar en lo que es hoy; de modo que no sería lícito adulterar sus rasgos, ya sean epidérmicos o esenciales, sin contar con el concurso de quienes han de ser sus actores principales.

Tampoco se trata de mantener a ultranza tradiciones ya desfasadas por el mero hecho de preservarlas en una urna de cristal. Si así hubiese sido, aún se andarían reproduciendo al pie de la letra las bromas de mal gusto que se dispensaban en los carnavales de antaño y las carrozas se reducirían a la indumentaria que cabe sobre un coche tirado por caballos. Otras costumbres, lamentablemente, no se ven amenazadas por la falta de entusiasmo sino por la crónica estrechez del presupuesto.

De ahí que resulte impostergable regresar a la esencia del Santiago primigenio, esa jornada de júbilo popular que se gestaba desde la comunidad y en la que participaba buena parte del pueblo, más como protagonista que como mero espectador.

La imagen pudiera parecer ingenua, es cierto, pero redundaría en una participación más activa del espirituano en sus festejos y, por ende, en el rescate de las motivaciones y el sentido de pertenencia que no viven precisamente su época de gloria.

Más allá de los avatares económicos que mantuvieron en vilo a la Comisión Organizadora del Santiago hasta el último momento, las actividades concebidas en el programa se han venido sucediendo: las presentaciones para el público infantil han ocupado la plataforma erigida frente al parque Serafín Sánchez; la guayabera gigante desfiló por las arterias de la ciudad; el Platanal de Bartolo acoge a quienes prefieren los ritmos campesinos y la descarga de repentistas, aun cuando el Ranchón Don Criollo no satisface del todo a los seguidores de ese espacio típico.

Punto y aparte merece la iniciativa de crear escenarios para, incluso en plena vorágine del carnaval, promover lo mejor de la herencia musical de por estos lares, loable propósito que se concreta con la actuación de agrupaciones como la Parranda Típica Espirituana, el Coro de Clave, Los Toledos y aficionados del taller de Lamas en las tardes tradicionales planificadas en el parque.

Esa propia plaza está reservada hoy para la celebración del Santiaguito infantil, espectáculo en el que sesionará un concurso de disfraces, se presentarán proyectos musicales y de las Artes Escénicas, así como la comparsa Los Pinos Nuevos, cuyos integrantes prueban la vitalidad de ese rasgo identitario de los yayaberos.

Para el domingo está prevista la noche de premiaciones, momento idóneo para estimular a los ganadores de los concursos convocados, aunque la participación no sea por estos días ni sombra de lo que fue; y para agasajar a las carrozas y comparsas más auténticas.

Pero que conste: independientemente de la carroza y la comparsa que se lleve el gato al agua, ha de analizarse la salud de ambas manifestaciones de la cultura popular en las últimas ediciones del Santiago, porque la carencia de recursos las obliga a vestuarios y decorados sin demasiadas “lucecitas para escena”; y, sobre todo, porque evolucionan únicamente frente al jurado, privando del espectáculo a quienes no consiguen asiento en las tribunas.

La máxima aspiración del resto de los asistentes es, entonces, que los comparseros les pasen por el lado sin bailar y con los faroles al hombro, o ver a los jóvenes de las carrozas moviéndose a ritmo de reguetón. Nada que ver con aquellas fiestas en las que Serapio encargó: “Tú le dices que hoy no me espere, que yo con Pueblo Nuevo me voy a echar un pie”.

De semejante legado, sin embargo, los espirituanos se niegan a desentenderse, seguros como están de que el suyo no es un carnaval más, transido del exceso de mercantilismo que amenaza con homogeneizar nuestras fiestas populares, sino una joya del patrimonio intangible que singulariza a Sancti Spíritus en el entramado cultural de la isla y, por tanto, merece ser defendida con vehemencia.

Gisselle Morales

Texto de Gisselle Morales
Periodista y editora web de Escambray. Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año (2016). Autora del blog Cuba profunda.

2 comentarios

  1. Giselle, tú como siempre, sigue así ,a pesar de que eres de Sagua llevas muy adentro a Sancti Spiritus. Gracias por tus excelentes comentarios

  2. Estoy totalmente de acuerdo con la periodista, también pienso que hay que buscar la forma para que los festejos en la Plataforma Central puedan ser disfrutados por más público, más graderío, no sé, cuando se quiere se puede, la gran mayoría se lo pierde por no estar parado tanto tiempo o lo disfruta a medias por lo mismo, además de que las coreografías tienen una duración exagerada, evaluarlos un menor tiempo y en varios puntos de la ciudad podría ser una solución, para que puedan ser disfrutados con toda la elegancia que el pueblo merece. He estado en carnavales de otras provincias y el espectáculo no gusta tanto como acá además de que son de menor calidad desde un punto de vista integral. He estado en lugares donde no es nada difícil sentarse a verlo, entonces si tenemos lo más importante: calidad aceptable y mucho público deseoso de acceder, no puede ser la falta de espacios lo que lo impida, habrá que buscarlos o crearlos allí mismo, hay que hallar soluciones, repito, si se quiere se puede, nuestras autoridades relacionadas tendrán que pensar más en eso.
    Para tomar cerveza no hace falta que hayan carnavales, todos lo sabemos, la comida no es más que un apoyo. Los entretenimientos diversos, mayormente para niños y a pesar de las críticas principalmente por los precios, en mi opinión es algo bueno de estos tiempos, ellos también tienen derecho a disfrutar aunque no distingan a ningún festejo en particular, son más o menos los mismos por todo el país. Que una orquesta mueva mucho público tampoco es exclusivo de un santiago. En fin, que hace o haría muy especiales las fiestas aquí: el espectáculo en la Plataforma Central, que hay que hacerlo más llegable al pueblo, es de los componentes más tradicionales y distintivos de las fiestas; rescatar el adorno de ocasión aunque sea en algunas calles, bien por el Platanal de Bartolo, la guayabera gigante, la oportuna coincidencia con la Feria del Cebú Cubano en una provincia de tradiciones ganaderas como la nuestra… en resumen, dentro de los lógicos matices modernos, sobre todo hay que salvar que nuestro santiago siga estando presente y siendo un santiago espirituano.
    Angel

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