Marlety López Pérez: La doctora del millón de pesos

La joven galena de El Cacahual, a los pies del Escambray en el municipio de Sancti Spíritus, vive con el desvelo de ofrecer la mejor atención a los pobladores “Ella vale un millón de pesos. Cuando se vaya voy a llorar más que un vejigo”, dice Luis Luna Cruz sentado

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La joven doctora no tiene horarios para atender al que lo necesite. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

La joven galena de El Cacahual, a los pies del Escambray en el municipio de Sancti Spíritus, vive con el desvelo de ofrecer la mejor atención a los pobladores

“Ella vale un millón de pesos. Cuando se vaya voy a llorar más que un vejigo”, dice Luis Luna Cruz sentado en el portal del consultorio No. 1 del médico de la familia y con 93 años y experiencia en el arte  de subir y bajar lomas con un montón de yaguas en las manos.

“Déjame atender a una paciente que me avisaron tiene un ataque de epilepsia”, dice a El Arriero Marlety López Pérez, a quien el título de oro después de seis años de estudio llegó fruto de noches de desvelo frente a los libros. El servicio social en El Cacahual desde septiembre del 2015 la “ha domado” en estar fuera de casa en la ciudad de Sancti Spíritus.

Al rato, la bata blanca delata desde lejos su proximidad, a su lado, Milda Chinea Abreu, curtida en el arte de la enfermería por 30 años y para quien una compañera así garantiza el trabajo que todos esperan y necesitan.

¿Cómo se gana el respeto de la gente en poco tiempo?

Son personas maravillosas, pero el respeto lo he ganado. Sí me costó mucho trabajo porque al venir de una preparación y enfrentarte aquí, algunos términos no los entendían. Tienes que explicarles cuando le vas a escribir el método y después ir a la casa: “¿Lo estas cumpliendo, estás haciendo esto, lo otro?”. Por la mañana voy a ver a los pacientes que más me preocupan, que en el día anterior se sentían mal o tenían alguna dolencia. Hay que trabajar las 24 horas, hasta las cinco de la tarde en el consultorio. Después de esa hora eres médico, pero estás haciendo tu vida diaria. A la hora que tocan la puerta una los atiende. Hago también guardia en Banao tres veces al mes.

¿Por qué Médico General Integral (MGI) cuando muchos apuestan por otras especialidades?

Roté pero siempre me llamó la atención del MGI ese cariño del médico por el paciente, y de que él sabía lo que le pasaba a las personas. No me llamaba la atención estar en un hospital y un día verte y ya no más. Me gusta este contacto diario, conocer a la población, por eso en sexto año de la carrera lo decidí. En octubre termino la especialidad.

¿La conocen de otra manera?

Me tratan con cariño. Al principio era la doctora, después solo Marlety. Tengo una paciente que me dice madrina; otra me dice hija porque así me considera, aparte de las que tiene. Tengo otros que me han dado platos de comida o cosas para llevar a la casa cuando salgo de pase cada 24 días por seis de descanso.

¿Y cómo es la interacción con los choferes de la guagua que sale de aquí?

Todos me conocen. Los oficiales de la unidad militar —Escuela Provincial de Preparación para la Defensa— me ayudan mucho, en su guagua monto con prioridad cuando voy para Sancti Spíritus. Además, en la de pasaje de aquí, ¡por favor! Siempre que me ven en la parada me recogen y me llevan a dónde sea, sin problemas.

Las deudas que aún quedan…

Hay veces que llega un paciente y dice: “Tengo un dolor”. ¡Imagínate tú, que será eso! Una no es adivina. Hay veces que le digo: “Vamos a mandarte un chequeo”, porque realmente no sé lo que tiene, pero hasta ahora todos se han ido complacidos. En la Medicina dos por dos no es cuatro, muchas veces diagnostico algo y cuando se hacen los análisis sale otra cosa.

Su madre, Ania Pérez Cortés, quien estaba de paso “para darle un beso” sugirió indirectamente en sus comentarios otra pregunta.

¿Y el miedo a los animales?, porque nunca antes estuvo fuera de la casa o becada.

“Me he topado de todo, les he perdido el miedo excepto a las ranas y a los majás. Trabajo me costó porque hay muchos animales y me han llamado a las dos de la madrugada a ver gente lejos de aquí. Al principio solo me acompañaba un perrito, ahora es diferente porque estoy casada. Imagínate los tipos de animales que me encontraba por el camino. ¡Sí, sí tenía miedo!”

Si le digo montar a caballo.

Cuando llegué aquí no sabía montar a caballo, porque antes me había caído de uno. Le dije al delegado: ‘¿Allí me voy a ir?’. Su respuesta: ‘Tenemos que subir esas lomas, y son como dos kilómetros y a pie no va a ser’. Sola no subo, acompañada sí.  

¿Qué experiencias se lleva?

Tenemos grupos de hipertensos, asmáticos, el clima y esta zona montañosa propicia que salgan estas enfermedades. La población aquí está muy envejecida, generalmente los ancianos toman medicamentos de por vida. Existen unos que viven en zonas muy apartadas y vamos allí. En septiembre termino mi servicio social. Voy a extrañar mucho El Cacahual porque por acá me quieren y los quiero. Digo que vienen otros tiempos y otras experiencias, pero esta primera nunca la voy a olvidar.

¿Y cuándo hay tiempo para la diversión?

No solo por trabajo he subido a las lomas, también a comer maíz, a hacer fiesta. Hemos entrado a cuevas con dos, tres, cuatro metros de altura porque esta doctora también es campista.

Lauris María Henriquez

Texto de Lauris María Henriquez
Reportera de Escambray especializada en temas sociales.

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