Eusebio Leal: Martí fue un hombre sin odios

Sin embargo, Martí es un hombre sin odios, siendo un hombre de pasión, y de pasiones, un hombre con el que era difícil discutir, porque era un hombre de ganar, de convencer, de persuadir, refiere Leal Spengler

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Eusebio Leal: El pueblo cubano tiene en Martí la noción del bien. (Foto: Foto: Alexis Rodríguez)
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Eusebio Leal: El pueblo cubano tiene en Martí la noción del bien. (Foto: Foto: Alexis Rodríguez)

WILMER RODRÍGUEZ: Nos encontramos en los estudios de Habana Radio, para conversar con un hombre que toda Cuba lo quiere y lo venera. Un martiano convencido, un fidelista profundo. Por eso le estamos dando la bienvenida al Doctor Eusebio Leal Spengler. Buenas noches doctor.

EUSEBIO LEAL: Buenas noches, muchas gracias.

WILMER RODRÍGUEZ: Doctor, el aniversario 167 del natalicio de José Martí, el más universal de los cubanos, un hombre que ha marcado la ruta con su herencia de la nacionalidad cubana. Un Martí que nació en La Habana, un niño que nació en esta ciudad. ¿Cómo pudiera usted imaginar aquel Martí de niño, por estas calles de La Habana Vieja?

EUSEBIO LEAL: Imaginarse un poco ese tiempo. Fue un tiempo muy violento. Los años 49, 50, 51 fueron los años de las conspiraciones anexionistas, fueron los años en que debutan en La Habana los cuerpos de voluntarios para enfrentar el movimiento de Narciso López, es la ejecución de Ramón Pintó. Son años muy complicados. Es al mismo tiempo los años donde llega a la crisis el sistema esclavista, está al borde del colapso, y al mismo tiempo a él le corresponde nacer en un hogar de inmigrantes pobres, que tiene la connotación, para mí que conozco los lugares, he estado allí, de que tanto en Canarias, en Tenerife, donde nació su madre, como en Valencia, en la calle de Cordelet, donde nació el padre, la naturaleza de la gente es muy parecida, es muy entrañable, es muy amable; y me imagino que ellos aquí trataron de adaptarse, en medio de condiciones económicas muy difíciles. Independientemente de esos retratos bonitos que aparecen del padre y de la madre, y que generalmente eran retratos cuyos ropajes eran suministrados en el estudio fotográfico, quiere decir, que ellos debieron ser personas de muy modesta condición.

Segundo, un hogar de niñas, donde el único varón es Pepe, el único varón es él. Eso tiene una connotación en esa época, una connotación económica futura para la familia; una expectativa del padre con relación a su destino, para ayudarle; un padre que era hombre de pocas luces pero de sentimientos inmensos; una madre buena y generosa, que como toda madre es absolutamente amor; pero una madre que tiene que lavar para ocho, que tiene que lavar para la calle, que tiene que cocinar, que tiene que hacer mil acciones para vivir.

Hoy, la casa natal nos parece una cosa preciosa, pitada, arreglada, cuidada, pero es una casa de los arrabales, a 50 metros de la muralla, una casa de periferia, una casa en la cual ellos ocupaban en la planta alta un pequeño espacio.

Si hay algo que me llama la atención de la casa de Martí es la cocina, apenas cabe una persona para poder trabajar en la pequeña cocinita de la casa. Quiere decir que esa humildad y esa modestia, y esa pobreza, y la fragilidad de la salud del padre y de algunas de las niñas, marcaron un poco el destino de su niñez.

WILMER RODRÍGUEZ: Y ese destino de su niñez, de su vida, ¿iba a ser Cuba, Doctor?

EUSEBIO LEAL: Sí, sobre todo porque el papel del maestro es muy importante. Tanto José Sixto Casado, por ejemplo, que se menciona poco, como el gran maestro Rafael María de Mendive, o el contacto posible allí en el colegio de Prado, con Anselmo Suárez y Romero, y otros profesores de categoría que le dieron un sentido profundamente cubano a su naturaleza. Yo no sé por qué, me lo he preguntado muchas veces, los hijos de españoles aquí nacían ya con una forma de expresión y una forma de vida diferente, era una cosa asombrosa. Yo conozco ancianos ahora, aquí, en la Habana Vieja, que llevan 80 años en Cuba y conservan todavía el acento español, como virtud, y sin embargo los que ya nacían en Cuba nacían con el hablar cubano, y particularmente con el hablar habanero, que fue el hablar de Martí.

WILMER RODRÍGUEZ: A Martí a veces los cubanos lo vemos como hijo de toda Cuba, pero Martí es un hijo de La Habana, es herencia de aquella Habana del siglo XIX y que se va formando en aquel contexto. Ya usted decía, el colegio de San Pablo, con la formación de Rafael María de Mendive, y aquel adolescente se va convirtiendo en un joven de ideas.

EUSEBIO LEAL: Date cuenta que Mendive, como casi toda su generación de intelectuales, habían sido discípulos de Félix Varela, habían formado parte de aquella juventud que se había formado bajo la sombra de los grandes maestros del Colegio Seminario San Carlos y San Ambrosio, del propio padre Varela, de Saco, del Monte, que habían tenido la posibilidad de oír hablar de los tiempos gloriosos del Obispo de Espada, que tenían una visión de Cuba ya mucho más ilustrada, que se apartaba de los libros de texto y buscaba ansiosamente en la palabra viva de los viejos maestros la esencia de la cuestión.

Vivió poco tiempo en La Habana, apenas 16 años, interrumpidos brutalmente por el presidio, que fue no solamente dolor, sino lección y motivo de acercamiento profundo con aquel que fue el que más influyó en él; porque hay que darle su lugar al padre de Martí. El padre de Martí tiene un papel esencial, porque el padre de Martí lo entendió con trabajo, con dolor. Supo pensar en su destino, eso está claro. “Mi padre ha muerto, y con él parte de mi vida”, estas palabras de Martí años después lo resumen todo. Con mucho esfuerzo lo lleva a los Estados Unidos durante su exilio. Mantiene con el padre una relación intensa.

El padre, fíjate, que era un soldado de profesión, y sin embargo no fue voluntario. Estando ya retirado habría sido un sargento de voluntarios, un subteniente de voluntarios. Tenía relaciones, todos esos españoles emigrados eran sus amigos, y sin embargo no. Fue el celador del barrio del Templete, le pudo mostrar a Martí, de la mano, la ceiba bajo cuya sombra nació La Habana; jugó Martí seguramente en la Plaza de Armas, caminó por la calle de los Oficios, se detuvo ante la misteriosa iglesia de San Francisco, en aquella época un lugar oscuro y desacralizado.

Quiere decir ese concepto de habaneridad vivido en el andar en los barrios de La Habana, el carácter del padre, el carácter de la madre, tan austero. Todo el mundo ahí se trata de usted. Usted es el trato de la madre. Usted, es el trato de él para el padre, un trato muy reverente, no distante, y que en Cuba se suele otorgar, cuando en cierta madurez de la vida los adolescentes reconocen en los ancianos personas que deben venerar.

Por ejemplo, mis hijos le llamaron siempre a mi mamá usted; y nosotros, cuando queremos exaltar a una gran mujer cubana, le damos el muy español título de Doña, así es Doña Mariana, por ejemplo, así es la madre de nuestro querido y amado héroe Abel Santamaría, doña, y es el signo de una devoción, de un respeto, de una cultura.

WILMER RODRÍGUEZ: Una cultura que tenía José Martí, por supuesto, en aquellos primeros años en La Habana. Ya decía usted que solo vivió 16, después fue a Isla de Pinos, después fue a España, un hombre que vivió mucho tiempo fuera de Cuba y que nunca perdió la cubanidad.

EUSEBIO LEAL: Lo que asombra a los maestros en el primer tiempo de su vida es esa letra perfecta, es esa aplicación a todas las asignaturas. Ahí están los resultados, en el expediente, están los resultados de su escolaridad.

Cuando llega a España, doloroso, descubre dos cosas que para él son fascinantes, la gran ciudad de Santander, por ejemplo, en la cual tuvo amigos y benefactores, y después Madrid, donde sufre las consecuencias de la enfermedad adquirida en el Presidio, quiere decir, los roces de la cadena con el testículo, con la pierna, con la cadera, era un niño muy delgado.

Tan es así que cuando el doctor Valencia reconoce su cadáver, en Oriente, después de la muerte, dice que se notaba en el pie una huella como el que ha llevado grillo mucho tiempo, quiere decir que él fue lacerado en el cuerpo y en el alma.

Sin embargo Martí es un hombre sin odios, siendo un hombre de pasión, y de pasiones, un hombre con el que era difícil discutir, porque era un hombre de ganar, de convencer, de persuadir. Era un hombre que poseía eso que los griegos llaman el carisma, quiere decir, una luz capaz de deslumbrar a los demás y que tiene una virtud en él y es que no habla solo… Yo, por ejemplo, que he tenido el privilegio de conocer grandes intelectuales, conversar, por ejemplo, con José Lezama Lima, tú hablabas con Lezama Lima y necesitabas un bagaje de conocimiento para poder acceder a las metáforas de Lezama; sin embargo, Martí es capaz de ser entendido, y fue mayoritariamente entendido por una multitud iletrada, de trabajadores. Y era también entendido por los intelectuales, y por los españoles que lo escuchaban, era un hombre de corazón, del convencimiento, de la persuasión.

Martí fue algo extraño, de ahí que dijera el propio Lezama, ya mencionado, que era un misterio que nos acompaña, y es verdad, es un misterio que nos acompaña.

WILMER RODRÍGUEZ: Ya usted hablaba ahorita de la marca del grillete cuando murió, pero también hubo marcas espirituales en la vida de Martí, un hombre que sufrió en la lucha por la independencia de Cuba, por la libertad.

ESUSEBIO LEAL: En su escrito redactado en España, El Presidio Político en Cuba, está volcado todo su dolor, todo su sufrimiento. Sin embargo, recuerda con cariño a la familia del señor Gironella, el catalán que lo recibe en El Abra, por las gestiones del padre. Reconoce y estima, por ejemplo, a bordo de su largo viaje, al general español Pierrá, al cual probablemente se debe su ingreso temprano en la masonería.

Es un hombre capaz de perdonar, sin olvidar, que es lo más importante. Él no olvida y, por tanto, en qué radica el perdón. El perdón radica en que no se podrá decir como Kaifaz: “Que su sangre caiga sobre nuestras cabezas y sobre la de nuestros hijos”. Él no fue un predicador del odio, él fue un predicador de la construcción de una nación nueva basada en principios de justicia, de toda la justicia posible, pensando siempre, quizá alucinado por el recuerdo de sus padres, en que era también una patria para los españoles que entendieran el destino de Cuba y que tantos lucharon por la independencia de Cuba. Es más, te puedo decir que después del contingente cubano que lucha por la independencia, de los que podemos llamar hoy internacionalistas, los que más luchan son españoles, porque son trabajadores, porque son mineros arrebatados a la mina, porque son campesinos, como sus padres, que cuando vieron a Cuba confraternizaron con el dolor del pueblo cubano y cuando llegó el momento de la independencia, lucharon con ellos.

WILMER RODRÍGUEZ: Doctor, la vida de Martí también está marcada, ya hablábamos de los sufrimientos, pero también por la incomprensión. ¿Fue incomprendido en su época?

EUSEBIO LEAL: Claro, en primer lugar en la familia. Cuando tú lees las cartas de la madre, la madre para uno es sagrada, como sea. Cuando en Cuba decimos una grosería de las peores es para uno que no tiene madre, porque la madre es todo. Yo siempre he dicho que el hombre envejece, aunque tenga 80 años, el día en que muere su madre, deja de ser un niño para ser un hombre.

La madre no entiende nada, en las cartas le escribe: “Pepe, hasta que usted no deje tanto periodismo, tanta política, usted no tendrá donde reclinar su cabeza”.

Hay un momento en que Martí piensa, y lo dice así y lo escribe. Joven, adolescente, que ha llegado a pensar en el suicidio si no lo dejan estudiar, por ejemplo, que era lo que él debía hacer, y que era su destino. Sin embargo, al final de la historia vamos a ver la imagen dolorosa de Leonor Pérez Cabrera cubierta con hábito negro, como una viuda luctuosa, han muerto casi todos sus hijos, pero sobre todo, murió Pepe, a los 42 años, que era su esperanza, el padre de su nieto, José Francisco.

WILMER RODRÍGUEZ: Y no solo incomprendido no solo por su familia, sino también por los que luchaban con él.

EUSEBIO LEAL: Incomprendido por su esposa, por ejemplo. Yo no la culpo, porque sería injusto. Cuando uno lee el libro de amor de ambos, es imposible pensar… Primero, fue la mujer de la cual él se enamoró. “El infeliz que la manera ignore de alzarse bien y caminar con brío, que de una virgen celeste se enamore”. Está dicho, está enamorado profundamente, pero como muchos matrimonios, no coinciden en ciertas cuestiones; ella había sido criada de una familia diferente, su padre le había dado otra educación. Ella soñaba con el hogar tranquilo, él no tuvo tranquilidad nunca. Ella soñaba con estar en Cuba en Camagüey, en Nueva York, y él soñaba con estar en San José de Costa Rica, en Jamaica, en Tampa donde estuvo probadamente más de 17 veces. Entonces no hubo posibilidad, no la hubo.

Y políticamente, entre los propios compañeros de armas, que pensaron que los sacrificios del presidio y los dolores del exilio no eran suficiente justificación para que adquiriese Martí lo que lentamente va adquiriendo. Tú vas viendo, por ejemplo, en las tarjetas de invitación a Nueva York, de las oratorias, del 10 de octubre, del 27 de noviembre, cómo va pasando Martí de ser un orador al principal orador. Y como algunos de sus discursos, son sobrecogedores: “Los Pinos Nuevos”, “Con Todos y para el bien de todos”. Cuando tú lees eso tú sientes que hay como un volcán encendido en todo eso.

Y algunos no entendieron, costó trabajo, hubo discrepancias profundas, aún entre Martí y los dos grandes líderes de la Revolución, Antonio Maceo y Máximo Gómez.

WILMER RODRÍGUEZ: El primer encuentro entre Gómez y Martí no fue nada positivo.

EUSEBIO LEAL: El encuentro de Nueva York, figúrate tú.

WILMER RODRÍGUEZ: Está el diario de Gómez, con lo que escribe Gómez en su diario.

EUSEBIO LEAL: Bueno, pero es lógico, eran seres humanos. Por favor, hemos convertido en divinidades a los patriotas y les pedimos que no pueden cometer errores, les pedimos que tienen que ser perfectos. Decimos que no se pueden decir ciertas cosas porque no estamos preparados para escucharlas, aquí lo que hay que hablar de la historia, de la Patria, con la cabeza descubierta. Y yo te digo a ti que cuando he leído cartas de Martí, o leo lo que está escrito en su diario, o leo a Gómez, o leo a Maceo, en algunos momentos de tensión moral para mí, preparándome para un trabajo, o una clase, leo esas cosas y me saltan lágrimas del corazón. Y recuerdo a Fidel el 15 de marzo del 78, recordando la Protesta de Baraguá, cuando dice que hay que entrar a la historia con la cabeza descubierta.

No se puede entrar con la soberbia señoril de los que no han sido capaces de disparar un tiro, ni se han visto nunca en los horrores de la guerra, en el hambre de la manigua, ver muriendo a tus hijos, como vio morir Máximo Gómez a los suyos, Maceo a los suyos, ver eso para lograr humanizar, vulgarizar. Adoro a los que aman, y aborrezco a los que tratan de vulgarizar la historia para hacerla comprensible. Todo cubano está preparado hoy para entenderlo todo, sino mañana no entenderán nada del hoy, que es el más grande peligro, y del ayer. Porque tú eres demasiado joven, ¿qué edad tienes?

WILMER RODRÍGUEZ: 35 años doctor.

EUSEBIO LEAL: Te podrás imaginar. Entonces yo, que tengo mucho más que tú, y que tú naciste en medio del apogeo de la Revolución. Yo solamente no conocí a Camilo y al Che personalmente, la mano de todos los demás dirigentes de la Revolución me arden todavía en la mano. Todavía me arden en la mano la mano de Montané, de René Rodríguez, de Manuel Piñeiro, de Celia, de Calixto García, de Juan Almeida, tú te podrás imaginar. Todavía me arde en la mano, la mano de Fidel. Cómo entonces explicaremos mañana la historia. Yo, que los he visto también de cerca, como hombres, nunca como dioses.

WILMER RODRÍGUEZ: Como seres humanos, doctor.

EUSEBIO LEAL: Como seres humanos capaces de errar y de acertar.

WILMER RODRÍGUEZ: Y Martí era un ser humano

EUSEBIO LEAL: Martí era un ser humano superior, como Fidel. Era un ser humano superior, con una capacidad enorme de síntesis, con una capacidad de elaboración de ideas, con una capacidad de ir a un objetivo. Tú tomas el discurso de Martí y es una elipsis, él viene buscando el resultado, viene buscando, y de pronto parece que hay una digresión larga, que de pronto encuentra nuevamente su lectura y concluye dejándote exhausto.

WILMER RODRÍGUEZ: Doctor, el 24 de febrero de 1895 inicia la guerra organizada por Martí. Era Martí un hombre bueno, pacífico, esto se lo he escuchado en varias ocasiones, entonces ¿por qué se lanza a la guerra?

EUSEBIO LEAL: Consideró a la guerra inevitable. Antes de considerarla necesaria y redentora, la considera inevitable. Con lágrimas del corazón él se ve obligado, ante el fracaso absoluto, ante la incomprensión total, ante los caminos equivocados de los reformistas y de los que buscaban soluciones a medias. Para él no hay más camino, después de conocer la historia del mundo, América, de Bolívar, de San Martín, que no hay más remedio que luchar, y que el pasaporte de identidad del pueblo cubano será firmado por España con letras de sangre. Reconocerá España a Cuba como independiente con el dolor de su propia sangre. Piensa tú que en la primera guerra, en la de los 10 años, cuando el capitán general Joaquín de Jovellar se dirige al pueblo de Cuba, dice que 90 000 madres españolas lloran la pérdida de sus hijos. En la segunda guerra vinieron más soldados a combatir contra la independencia que en todas las guerras latinoamericanas juntas, incluyendo el Ejército Británico en los Estados Unidos. Hay un momento que hay en Cuba entre civiles armados, fuerzas paralelas como voluntarios y ejército regular más de un cuarto de millón de soldados contra un levantamiento de un pueblo que avanza armado del Oriente a Occidente, y cuyo camino de allá para acá es un camino de fuego.

“¿Qué queremos?”, pregunta el general Gómez en un momento. “¿Una Cuba libre, soberana de verdad? ¿O queremos continuar en la servidumbre y la esclavitud?” Cuando llega al ingenio aquel, listo para comenzar la zafra y parado en la escalerilla de la casa ve a los guajiros que llegan sucios, con los niños cargados, famélicos. Y pregunta: “¿Y la escuela dónde está?”. Le responden: “Nunca la hubo”. No había nada limpio allí, no había justicia y ordena inmediatamente que se destruya el ingenio. Fuego. Fuego. Y mañana todo el que vaya a cortar caña que se le incite a luchar, y si no, que sea pasado por las armas. ¿Y qué quiere decir eso? Que la guerra era terrible, que era la última razón de ser. Y él no puede huir de lo que él mismo ha convocado, y contra todo pronóstico y contra toda negativa, que las hubo, se decide a venir.

Y esa noche, ese bote tirado a la bartola a las diez de la noche, moviéndose el mar encrespado, separándose, como dice Gómez, nunca vio separarse un barco grande de una barquichuela en que venían cinco hombres. Se pierde el timón. Hay que improvisarlo. Y finalmente, después de mucha lucha, llegar a ese lugar misterioso, bello e impresionante de Cuba, en el que tuve el honor de estar con Fidel la noche en que se cumplían 100 años de la llegada de Martí. Y Fidel entró a las 10 de la noche en el agua, hasta la bota, con la bandera cubana y la movió al norte, al sur, al este y al oeste, ante un grupo de pocos testigos, no llegábamos a diez los que vimos aquella escena sobrecogedora. Y te voy a decir, era oscura como la noche del 10 de abril de 1895, pero de pronto apareció la luna y se iluminó el mar e iluminó la estrella radiante de Cuba.

WILMER RODRÍGUEZ: Decía usted que hubo negativas para que Martí regresara a Cuba.

EUSEBIO LEAL: Claro que sí. Fueron algunos falsos amigos o admiradores con rabia. Sabes que siempre hay quien te admira, pero con rabia. Él también tenía detractores. Le decían el capitán araña, todo lo imaginable se dijo de él, todo tipo de calumnias. Y segundo, el momento crucial: Fernandina, todo se pierde. Porque él confía en un hombre inconfiable, pero no lo sabe. Un error, un error humano lo hace perder todo. Todo se pierde. Y después la carrera por sacar de la cárcel a los marineros, al capitán, y allí están las tres naves confiscadas, bajo cuyos aperos de labranzas venían los fusiles comprados por los obreros y las armas, para tocar tres puntos de Cuba, que era su objetivo. Quería una guerra pronta, justa, ejecutiva que impida la movilización española y la intervención norteamericana. Está claro que para él ya lo español está pasando a un segundo plano que el gran peligro que aparece delante es la intervención militar de Estados Unidos, que se ve clara cuando él se entrevista con el periodista norteamericano Eugenio Brison y este le dice: “Vengo de La Habana, y Martínez Campos me ha dicho que antes de ceder a los cubanos, pactan con los yanquis”. Eso ya es terrible.

Y por último, las discrepancias ya en tierra en cuanto a la dirección de la guerra. Vuelven a salir los fantasmas del pasado. Porque algunos, aún los más lúcidos, valientes, esforzados no se dan cuenta que la garantía de que no iba a suceder lo del pasado era él, Martí, que era el equilibrio, el sentido justo, que jamás veríamos a un Martí dirigiendo operaciones militares. Eso no era lo suyo. No. Martí era el político, era como le empezó a llamar la gente: Presidente. Y el temor de Gómez, expresado en sus palabras aquel día en una discusión de campamento: “No me le digan presidente, que él no lo es todavía. Díganle general”. Era el alejamiento de la realidad, que ya eso se vio en el drama de Céspedes y la Cámara, que era el pasado.

Y por último, lo inesperado, la muerte. Era el destino. Hay quien cree, hay quien no. La divina providencia, como dice Gómez. Su propio karma, su propia señal de vida está escrita en cartas, en versos: “Mi verso crecerá bajo la tierra y yo también creceré”, “siento dentro de mí un cántico que no puede ser otro que el de la muerte”.

Y por último Cuba. Trescientos y tantos de kilómetros caminados desde Playitas por las montañas.

WILMER RODRÍGUEZ: Eso nadie lo imagina doctor. Martí con una mochila a cuesta por esas montañas.

EUSEBIO LEAL: Una mochila con 100 tiros, medicamentos, libros, un Winchester 44, un revolver, zapatos desechos, ropa de campaña a mal traer, su propia ropa llevada a cuesta, trescientos y tantos de kilómetros. Por eso hay que leer bien delante de su tumba los hitos que van marcando los campamentos hasta llegar a Dos Ríos. Hace muy poco que fui a ese lugar. Desde que me fui acercando y vi el río Contramaestre sentí una emoción indescriptible. Entonces llegué al lugar, y veo el monumento y veo el triángulo de los ríos, y el espacio.

Cuentan que al sentir el tiroteo de una columna española Gómez ordena a salir inmediatamente y le dice a Martí cuando lo ve tan dispuesto: “Apártese Martí, apártese”, como diciéndole, ese no es su lugar, espere, quédese, nosotros volveremos. Y esa fue la tapa del pomo. Porque también en la mesa de comida en La Mejorana le habían dicho esto, y también fue muy probable que en la entrevista de La Mejorana la decisión de los dos grandes generales fuera: “Más hace usted allá que aquí, usted aquí no es tan necesario como allá. Nosotros vamos a hacernos cargo de esto”. Pero que va, él quería pasar a Camagüey, constituir el gobierno en Camagüey, donde tenía la certeza de lograr un gobierno equilibrado, con patriotas probados, con soldados e intelectuales de mérito, no un grupo decadente de letrados, ni de locuaces políticos incapaces, como se vio antes y se viera luego, y sería la causa de tanta desgracia para Cuba, entre ellos la muerte de Antonio Maceo. Ahí uno comprende el porqué de La Mejorana, las razones ocultas, íntimas de Antonio Maceo era el temor al pasado. Él había perdido mucho: su padre, la madre en el exilio, un hermano en los presidios de África y aun estando en Pinar del Río en campaña llega la noticia con Rius Rivera del último: José. Entonces, estamos viendo tres figuras colosales de la historia, con características distintas.

Cruzan por el peor lugar, entre el fango, era el mes de mayo, había llovido, el río venía crecido y salen delante y se encuentran las formaciones españolas, y Martí no obedece. Ese carácter no era domesticable, y dice: “Vamos”. Y se encuentra a un niño que era un maestro de Holguín, Ángel de la Guarda, y le dice: “Joven, acompáñame”. Me recuerda la canción de Silvio, del ángel que no ve, que mira hacia otro lugar. Un ángel de la guarda que debe cuidar de él, su único compañero. Y el brioso caballo que le había regalado José Maceo que tanto lo admiraba. Y de pronto delante de él, el destino. Descarga cerrada. Caballo herido. Martí caído moribundo, el muchacho que lo ve trata de acercarse. No puede. Huye. Lleva la noticia. Dicen que fue un traidor cubano el que lo mató para mayor desgracia. Se acercó, estaba agonizante y le dio el último disparo. Estaba herido de muerte, pero había algo extraño ese día. No iba vestido con la ropa del soldado que usó todo el tiempo. Iba con ropa de civil, con chaqueta oscura, con camisa, con corbatín, con un pantalón blanco. Llevaba todo arriba. Las cintas que le habían regalado Clemencia, la hija de Máximo Gómez, el dinero para pagarlo todo, según la costumbre, el retrato de María Mantilla, su hija amada, quemado por el disparo. “Y si muero, llevaré tu retrato como un escudo en mi corazón”.

WILMER RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ: Un ser humano, un ser humano en toda su dimensión, hasta en el momento mismo de la muerte.

EUSEBIO LEAL: No se le puede divinizar, pero el pueblo cubano tiene en Martí la noción del bien. De ahí que todo agravio, toda afrenta a Martí sea insufrible. Martí no es para estar en lugares abandonados ni ya le corresponden rincones como en la República. Martí está en el centro. El primer monumento levantado en Cuba fue develado por Máximo Gómez y Salvador Cisneros en el Parque Central, el segundo en Matanzas, en Caibarién hay uno maravilloso y en todos los pueblos de Cuba está el sitio que le corresponde. Y en Santa Ifigenia, en esa tumba linda de Mario Santi, en la cual aparecen representados todos los valores de una nación: el rayo de sol que penetra, el día y la hora, la bandera, la tumba. Martí es inmancillable. Martí es el símbolo de la virtud. De ahí que no se pueda comprar la clemencia, te diría algo más, el rigor de la justicia revolucionaria, en todo su rigor, contra los que ultrajen de palabra o de obra a José Martí con ningún otro acto ocurrido en la historia de Cuba, porque es absolutamente incomparable, y representa a mi juicio, la decadencia de un grupo de cubanos que han perdido la esencia del ser. Por eso nuestra preocupación constante por aquellas palabras de Luz y Caballero con las cuales quisiera terminar: “Hombres recogerá quien siembre escuelas”. Quiere decir, en la familia y en la escuela está el destino.

WILMER RODRÍGUEZ: Muchas gracias doctor por esta entrevista. Ya Cuba se la está agradeciendo.

EUSEBIO LEAL: Gracias a ti.

LA HABANA, 27 DE ENERO DE 2020

Wilmer Rodríguez Fernández

Texto de Wilmer Rodríguez Fernández

Comentario

  1. Eduardo Hernández Martín

    Sigo admirando a Eusebio Leal, desde aquellos programas de TV «Andar La Habana», que nivel cultural y como a dedicado esfuerzos a restaurar a La Habana Vieja.
    Por desgracia lo he visto con un aspecto que denota alguna enfermedad, no sé cuál es, le deseo una recuperación.

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