Adelantaba este redactor en la parte anterior del presente comentario la hipótesis de que, primero, “Estados Unidos está en una posición muy parecida a la de la Unión Soviética cuando comenzaron las reformas lideradas bajo la administración de Mijail Gorbachov entre 1985 y 1991”.
En segundo lugar y por increíble que parezca, avizoro que “Donald Trump, el presidente 45 y 47 de la Unión americana, convencido de los problemas estructurales, económicos, sociales y de otro tipo que laceran a su país, está asumiendo un grupo de políticas y reformas que, a su manera, persiguen salvar el sistema en USA y que se le pueden salir de control, como ocurrió con el último secretario general del PCUS”.
De un tiempo a esta parte, Estados Unidos ha tenido que interactuar en un mundo donde la multipolaridad se abre paso de la mano de un grupo de potencias emergentes, como Rusia, China, la India, Brasil y Sudáfrica, entre otras, integrantes del Grupo BRICS (surgido el 16 de junio de 2009).
En la carrera por el dominio mundial se ha evidenciado en los últimos años que el Imperio estadounidense y sus socios-competidores europeos no tienen nada que ofrecer a los países emergentes, y que solo les queda el recurso de la fuerza, pues solo sobre la base del intercambio desigual pueden mantener sus privilegios.
El punto álgido de la presente situación bien pudo ser la derrota bochornosa de EE. UU. y la OTAN en la guerra afgana y la “idea genial” del entonces presidente Joe Biden de preparar como compensación una trampa mortal a Rusia en Ucrania, provocando a Moscú con amenazas a su seguridad para que no le quedara otra opción que lanzar su Operación Militar Especial contra Kiev, iniciada el 24 de febrero de 2022.
Esta iniciativa de un presidente en plena senectud tenía varias premisas, empezando por la colaboración incondicional del líder ucraniano Bolodimir Zelenski, quien desespera por entrar en la Unión Europea y en la OTAN y vendería su alma al diablo con ese objetivo.
Las otras serían en orden aleatorio la campaña mundial de descrédito y condena hacia Rusia y una lluvia de sanciones a la patria de Pushkin, para provocar su implosión económica, la caída de Putin y el desmembramiento de la Federación Rusa en ocho grandes regiones que luego serian repartidas entre las principales transnacionales norteamericanas y europeas como parte del botín. En resumen, un nuevo Plan Barbarroja.
Pero las cosas no salieron como pensaban: Rusia no pudo ser aislada y el boicot petrolero y gasístico destinado a quebrar la economía de Moscú ha resultado un bumerán, toda vez que el gas y el crudo dejado de comprar por la Europa comunitaria ha sido adquirido por China, la India, Paquistán y otras naciones, a precios competitivos.
La pérdida de esas fuentes de energía barata por parte de Europa, que ahora se la tiene que comprar a Estados Unidos a precios hasta un 70 por ciento más altos, puso fin a la prosperidad del Viejo Continente y lo abocó a la recesión y la crisis social que ahora atraviesa
Si las consecuencias económicas están siendo destructivas para Europa y sus socios estadounidenses, las secuelas políticas y de otro tipo son peores, pues han cimentado la alianza estratégica de Rusia con China, Irán y Corea del Norte, en coaliciones que se tejen y bifurcan en lo económico, político o militar, como el Grupo de Shanghai, la Comunidad de Estados Independientes (CEI), la Comunidad Euroasiática y los BRICS, a los que recientemente se unieron varios países importantes como Egipto y Arabia Saudita.
La agudización de los problemas internos en Estados Unidos propició que un populista de derecha como Donald Trump ganara las elecciones de noviembre de 2024 para un segundo periodo presidencial, en un momento en que las contradicciones internas y los problemas estructurales acosan a la superpotencia norteña.
Lo anterior, sumado a las derrotas progresivas en Ucrania, las críticas generalizadas de la comunidad internacional por el respaldo de Washington a las masacres de Israel en Gaza, los avances políticos y económicos de China y Rusia en África, la expansión de los BRICS… ha venido conformando un escenario adverso para el imperio y sus vasallos.
Ese es el panorama que avizoró Donald Trump desde mucho antes de regresar a la Casa Blanca en enero de 2025. Todo parece indicar que, ante ese más que preocupante escenario, el multimillonario neoyorquino decidió que, para que Estados Unidos retome el camino de la prosperidad y restaure su influencia política y económica cada vez más mermada en el mundo, debe ser reseteado sobre bases nuevas, reorganizado desde dentro.
El magnate presidente intenta obligar a las empresas norteamericanas radicadas en el exterior, principalmente en China, a regresar a la Unión americana para restablecer puestos de trabajo y reactivar la economía, así como lograr acuerdos más ventajosos en el comercio exterior, que hasta ahora muestra déficits insostenibles que hacen crecer la deuda externa a niveles críticos.
Trump está pretendiendo someter a su país enfermo a una “cura de caballo” y a ello responde su lema de “Hacer a Estados Unidos grande de nuevo”. Esto explica las medidas radicales que está adoptando. Al parecer quiere someter a su país y al mundo a un electroshock, crear una mega crisis con el uso indiscriminado del arma de los aranceles, para reorganizarlo todo sobre nuevas bases, netamente favorables a su nación.
Ahora mismo Estados Unidos se debate en grandes contradicciones internas y externas mientras la inflación avanza, los productos escasean, el diferendo con Canadá provoca interrupciones en el suministro de petróleo y electricidad por parte de su vecino norteño, y el choque con China debido a la guerra económica hizo que Beijing respondiera con aranceles casi equivalentes.
Pero, además, Beijing dejó de comprar importantes volúmenes de mercancías estadounidenses, cesó el suministro de tierras raras a ese país y dio por terminada la adquisición de petróleo yanqui y de aviones comerciales de la Boeing por miles de millones de dólares.
En todo esto eso se están pareciendo los Estados Unidos actuales a la crisis que acabó entre 1989 y 1991 con la Unión Soviética. Se ha comparado a Trump con Putin, y se alega que la yanqui envidia al ruso por su autoritarismo y alta dosis de poder, por su actitud unipersonal, su mano dura, su carisma, y porque ha logrado hacer a Rusia grande de nuevo.
Pero, en el contexto actual, este redactor observa que, pese a su voluntad contraria, EE. UU. y Trump se encuentran más o menos en el lugar de la URSS y Gorbachov hace algo más de tres décadas.
Gorbachov sabía que a la Unión Soviética había que reformarla, reconstruirla sobre nuevas bases, que sus inmensos problemas internos había que encararlos con nuevas fórmulas y concibió para ello la Perestroika y la Glasnost, pero los radicales cambios económicos, políticos, sociales y de otro tipo se les fueron de las manos y provocaron una reacción en cadena que ya no se pudo atajar en forma alguna.
A la desmoralización por la derrota en Afganistán, orquestada por EE. UU. y sus títeres, vino a sumarse la crisis económica acelerada por la carrera armamentista que supuso enfrentar a la IDE de Ronald Reagan y ya sabemos como terminó todo.
Hoy Estados Unidos está abocado al desastre. La rivalidad entre demócratas y republicanos y el encono entre políticos de los dos partidos y entre las bases, se está agudizando llevada de la mano de los apremios en la economía y la baja en el nivel de vida del pueblo estadounidense.
La casi desaparición de la clase media y el enriquecimiento acentuado del uno por ciento más rico, sobre el 99 por ciento de los 315 millones de estadounidenses crean un coctel explosivo. Basados en esa realidad, muchos analistas sugieren la posibilidad de una segunda guerra civil como la que azoló el país entre 1862 y 1865.
Entretanto, el presidente anaranjado se está batiendo con sus métodos poco ortodoxos, tratando de salvar lo que parece insalvable. Así las cosas, Trump se me sigue pareciendo menos a Putin que al hombre que vio morir bajo su batuta a la Unión Soviética. Hoy Donald Trump es una especie de versión de Gorbachov, que espera desesperadamente un milagro… Y cree poder contribuir a provocarlo.
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