Nunca se escribe demasiado o en exceso, cuando sobran razones para hacerlo.
Volví a convencerme de esa gran verdad horas atrás, cuando, concentrados junto a la «pata» de la elevada chimenea, directivos y trabajadores del central Melanio Hernández meditaron acerca de lo hecho; pero, sobre todo, en torno a lo que tienen por delante ya.
Y he ahí el insorteable motivo de estos apuntes: luego de concluir (otra vez) una prolongada e intensa contienda de 187 jornadas, hasta el 30 de junio, los trabajadores de esa industria vuelven a donar 15 días de sus muy merecidas vacaciones, para dedicarlos «con todo» a los preparativos de una zafra que se han programado comenzar este mismo año, a más tardar en la última decena de diciembre.
Decirlo, escribirlo, puede resultar fácil. No tanto, en cambio, para quienes en el basculador, los molinos, las calderas, la centrífuga, el área de generación… libraron un combate realmente colosal, sin tregua, agotador, contra montones de adversidades, desde el 26 de diciembre pasado hasta el último día de junio.
Sería una desconsideración periodística no decirle a Cuba que esos mismos hombres y mujeres son los que se proponen terminar, este 12 de agosto, la norma técnica 52 (limpieza, conservación y diagnóstico de la maquinaria industrial), mientras ya tienen «listos para la pelea» un tercio de los equipos que intervendrán en la molida.
Afortunadamente, asuntos como las mazas no constituyen preocupación (están ahí, pidiendo espacio); hay con qué meterle al cambio de tuberías, de algunos filtros, a un colector rotatorio…, aunque nada de ello resta valor a los milagros que volverán a hacer los innovadores, racionalizadores y todo el que tiene y pone al servicio del ingenio su «genio» creativo en la búsqueda de soluciones.
Antonio Viamontes, director de la empresa azucarera, ha sido muy claro al afirmar que, por su complejidad, esta contienda no se va a diferenciar de la anterior: realidad que, dicho sea de paso, no sorprende, no atemoriza, ni rinde a nadie.
Tampoco sería justo desconocer la falta de una caña que obliga a traer gramínea desde plantaciones asentadas en áreas del aún inactivo coloso Uruguay, en Jatibonico, e incluso desde zonas pertenecientes a Villa Clara y a Ciego de Ávila.
Ese problema, desde luego, no es exclusivo de la empresa azucarera espirituana: perjudica, ¡y de qué modo!, en mayor o menor grado, a todo el país. Y urge solucionarlo, progresivamente, si en verdad queremos producir –al menos– el azúcar que demandamos como país, no tener que comprarla en el exterior y volver a tener ingresos económicos por concepto de su exportación.
De todo ello están muy claros los trabajadores del Melanio. Y tal vez la más sensible y hermosa evidencia esté en la sencillez con que vuelven a renunciar a 15 días de sus vacaciones, en plena etapa estival, para asegurar la próxima arrancada.

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