La vocación por el magisterio le nació a Manuel Crespo Cruz desde la infancia. Dentro de la propia familia y en sus profesores de la Enseñanza Secundaria Básica encontró el resorte indispensable para enamorarse de la pedagogía.
Quizás por ello, no lo pensó dos veces para sumarse al llamado de un grupo de profesionales de la otrora escuela de formación de maestros de Tarará, para forjarse como educadores. Mas, debido a la necesidad de maestros rurales en el antiguo municipio Venegas, se trasladó a la escuela pedagógica Deisy Machado, de Remedios.
En las aulas del referido plantel recibió un curso de preparación emergente y, más tarde, efectuó sus prácticas docentes en el asentamiento de Bellamota. Fue en este lugar, y en el aula de primer grado, donde Manolo, como todos lo conocen en estos predios, acentuó su pasión por el aprendizaje, y el trabajo con los infantes en las edades tempranas.
Manolo tenía apenas 16 años cuando comenzó a dar clases, tomó de la mano la tiza y el pizarrón, y aprendió a educar, más que a enseñar. Desde entonces no ha hecho otra cosa que entregarse a la pedagogía, vivir por la escuela y sus estudiantes.
“Los alumnos de aquella época eran niños campesinos con muchos deseos de aprender, descubrir, investigar, comunicarse… Recuerdo que compraba libros de cuentos y en los horarios de recreo compartía esas historias y los motivaba con ese modo de enseñar”, destaca Crespo Cruz.
Y aunque estos fueron los primeros pasos del pedagogo, un poco más tarde, en la comunidad La Quinta, a cuatro kilómetros de Venegas, arrancó la trayectoria profesional de Manolo. “Tuve que enfrentarme a una escuela con una matrícula de 36 estudiantes, donde se impartían clases de primero a sexto grados. Por el mediodía me trasladaba a caballo hacia la escuela de Hondones. Allí había maestros de experiencia, quienes me guiaron y me orientaron en el trabajo con los diferentes grados escolares. Aquí se curtió mi preferencia por el primer año de la enseñanza”, refiere.
Antes de llegar a la Escuela Primaria Antonio Maceo, de Venegas, centro educativo en el que labora desde el año 1975, Manolo transitó por otras instalaciones. Sin embargo, una vez asentado en este plantel, prefirió consagrarse a él y, desde aquí, disfrutar su gran pasión: dar clases en un aula de primer grado.
“Se necesita paz y amor para trabajar con los estudiantes, disfrutar la alegría, desarrollar la imaginación de los niños, vincularlos con la realidad objetiva y, sobre todo, persuadir con la palabra y acariciar con la mirada”, recalca el maestro.

A su paso por el sector educacional en Yaguajay Manolo también laboró durante un año en el Departamento de Metodología, de la Dirección Municipal de Educación. Eso sin contar que fungió como jefe de ciclo: “Para tener éxito como directivo hay que apelar a la responsabilidad, la preparación, el amor al trabajo, y a la actualización. Hay que escuchar las preocupaciones de las personas, observar los problemas y resolverlos con ética, así como persuadir y guiar al colectivo pedagógico”, señala.
El aula es un lugar sagrado para el educador. Dentro de ese espacio fragua saberes y contribuye a la instrucción de los infantes. Para Manolo no existe mérito mayor que el aprendizaje de los alumnos. No por gusto siempre está ahí, pendiente a cada trazo, lectura, o cálculo. Y en ese afán no encuentra obstáculos.
La prueba de su valía está en el compromiso con el acto de educar. Por eso, cuando uno de sus alumnos no pudo asistir a clases debido al período de recuperación tras una operación de la vista, Manolo llegaba hasta su casa tres veces a la semana y le llevaba el contenido de forma oral. Mas, según cuenta, un día el niño le dijo: “Maestro, hable, que yo lo escucho aunque no lo vea”. Hoy ese niño es un hombre y se forma como instructor de arte. Siempre que tiene la oportunidad lo visita o va al aula y lo saluda, gesto que agradece el docente.
Si hoy Manolo es brújala para la pedagogía en el territorio se debe a su entrega. “Hay que sentir amor por lo que se hace, tener profesionalidad y superarse constantemente porque el maestro nunca termina. Disfruto mucho el primer grado, porque en esta primera etapa, de articulación, exploro las habilidades y conocimientos de los niños, y les voy dando herramientas para cuando comiencen a leer y a escribir”, puntualiza.
Manolo tiene 69 años y no le abrió las puertas a la jubilación. A pesar de su edad, decidió reincorporarse al ajetreo del aula. Es ahí donde se siente vivo. Por ello, a quienes apuestan hoy por el magisterio los insta a “prepararse, escuchar, estudiar mucha psicología y pedagogía, y que se pongan a la par del tiempo que les tocó vivir, sin perder la ternura. Es importante el respeto hacia los estudiantes, además del amor y el sacrificio a esta profesión”, concluye.

Escambray Periódico de Sancti Spíritus









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