Su aula, un mar de imágenes vívidas, más vívidas que el texto más preciso. Niñas y niños la rodean, algunos para preguntarle del microbio hasta la nube, como diría Martí; otros para que su mano se pose en la cabeza y le desordene el pelo y se lo vuelva a peinar. Durante 25 años, Yunaica García Peraza ha sido eso: una educadora de afectos y lecciones.
La maestra del grupo 1 de quinto grado de la Escuela Primaria Julio Antonio Mella, de Sancti Spíritus, escribe en el pizarrón las primeras letras del día y hace que vibren, porque cada clase debe ser, según los viejos educadores, un arcoíris donde quepa la vida.
¿Quién trazó sus caminos iniciales en la Pedagogía?
Mi maestra de segundo grado, Neysi Yanes Fernández. Siempre quise ser como ella. En el aula era alegre, aunque tuviera algún problema personal; se las ingeniaba y cada día nos enseñaba algo nuevo, nos acariciaba, nos llevaba a las acampadas. Cuando veía que nos esforzábamos, nos elogiaba mucho, nos motivaba, y eso fue suficiente para que me decidiera a ser maestra.
Y no cambié de idea, hice la Secundaria y luego, estudié tres años en el IPVC Pedagógico Marcelo Salado y finalicé en el 2006 la Licenciatura en Maestro Primario en el entonces Instituto Superior Pedagógico Capitán Silverio Blanco Núñez. La necesidad de superarme también me hizo cursar la Maestría en Ciencias Sociales de la Educación.

¿Qué otros maestros abrieron puertas y, además, fueron guía para usted?
En la primaria, Daimí, Ángel Ríos, Bello. En la secundaria tuve profesores muy buenos, también; y en el pre, recuerdo a Gilberto Izquierdo, Carmen Delia, Fefi; en el Pedagógico, Aliuska Cabrera, Anaibis Bonachea, José Lin, en fin, son muchas las personas a quienes agradezco la formación que me dieron.
Usted llega a la Escuela Primaria Julio Antonio Mella con 18 años, ¿cuántas vidas ha tocado desde entonces?
Calcula: desde el año 2000 hasta hoy, y son alrededor de más de 30 niños en el aula en cada curso. Cuando llegué a la Mella solo tenía 18 años y comenzaba, entonces, la carrera. La práctica docente la inicié aquí porque los mejores promedios los mandaron para este centro.
Me ubicaron en un grupo de quinto grado y por primera vez me enfrentaba sola a un aula, tenía mis temores; pero con preparación, que ha sido básica, y la ayuda de mis colegas de experiencia, enfrenté aquel reto y aquí estoy, tengo 25 años como maestra y, siempre ha sido aquí.

Hay quienes sostienen que el magisterio es una labor demasiado sacrificada.
Es muy sacrificada, no obstante, vale la pena el sacrificio. Ser maestro tiene un gran mérito, porque es el segundo padre, la segunda familia del niño, el paño de lágrimas, el motor impulsor; también puede ser el baúl de alegría que ellos pueden llevar a sus casas. El maestro es todo.
Para algunos padres, la educación descansa únicamente en la escuela. ¿Qué criterios le merece tal opinión?
Muchas veces cometemos el error de decirle al niño, la escuela es la culpable porque no te enseña esto o lo otro, y no es así, la escuela es un complemento, es una institución educativa donde el niño viene a estudiar y a prepararse para el futuro; pero en esta no debe recaer toda la responsabilidad de la formación. Si todos los padres lograran comprender la verdadera importancia de la escuela, sería un logro, un triunfo.
¿Mantener motivados a los padres es un desafío?
Es difícil alcanzarlo, y lo primero que hago es brindarles mi confianza, mi apoyo incondicional, hacerlos que visiten la escuela, que asistan a las reuniones de padres, que se preocupen si los niños avanzan, que se unan en este propósito que no es solo del maestro, es de los padres y de la familia. El maestro solo no puede.

¿Qué actitudes humanas le incomodan más?
No me gustan el maltrato, la mentira, que mis alumnos vengan sucios. Disfruto que vengan bien uniformados, que lleguen temprano a la escuela. Todo eso se enseña en casa, porque es allí donde duermen, donde se levantan, y es válido recordar que la escuela es la segunda casa, no la primera.
Los maestros son espejos, ¿qué imagen suya cuida ante sus alumnos?
Mi lenguaje, la forma de vestir. En mi aula no se grita, no se dicen malas palabras, no se juega de manos, no se dicen nombretes. Me cuido de no traer mala cara a la escuela, cargar para acá los problemas personales que pueda yo tener. Ahora, en tiempos de apagones y de circunstancias difíciles Yunaica llega a esta aula con la expresión mejor que tengo. Hoy la corriente vino a las tres de la mañana en mi casa y aquí estoy casi sin dormir, frente a la pizarra y a mis alumnos.
He tenido diferentes grupos, ninguno es igual al otro, ningún niño es igual a otro, y en eso está lo mejor, porque de cada grupo me he llevado una enseñanza y en cada niño he visto a un hijo, a un amigo. Mis alumnos son mis amigos, los padres de mis alumnos son mis amigos.
La mirada inocente y al mismo tiempo aguda de las niñas y niños los hacen sinceros. ¿Qué reflexiones nacidas de ellos la han puesto a pensar más de una vez?
El aula es un reflejo de lo que el niño aprende en su casa. A diario nos tropezamos con diferentes problemas que nosotros, los maestros, a través del estudio de la Psicología, hemos tenido que enfrentar y hacer que esa carita que viene triste a las 8 menos 10 de la mañana, se vaya un poco alegre a las 4 de la tarde.
¿Ha tenido que convertirse en madre confidente algunas veces?
He tenido situaciones difíciles, por ejemplo, una niña que no asistía a la escuela y yo tenía que ir a buscarla a su casa, traerla, muchas veces llevarla a las cuatro y veinte de la tarde de vuelta. Una vez tuve que ir hasta la Feria Delio Luna Echemendía a sacarla de allí. A veces iba a altas horas de la noche y ella todavía estaba ahí. Costó trabajo, pero con amor, con paciencia, logré que se convirtiera en una niña de bien y no se fuera por el mal camino.
El magisterio salva…
El educador es un formador de seres humanos. El maestro forma al médico, al abogado, al periodista, al barrendero, al jardinero. Mis primeros alumnos, algunos tienen 34 años y todavía me recuerdan. Hoy mismo, ha venido hasta aquí, a saludarme, casi media aula de estudiantes que iniciaron este curso la secundaria, y vienen y me abrazan como si todavía no quisieran irse de mi lado.

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