Dardos al corazón de Evelia

La última carta escrita por el alfabetizador Manuel Ascunce Domenech, asesinado el 26 de noviembre de 1961 por bandas contrarrevolucionarias, a su madre llegó a manos de ella cuando se encontraba ya ante el cadáver del hijo, en Santa Clara. Aquel 25 de enero de 1945 en Sagua la Grande,

Dardos al corazón de EveliaLa última carta escrita por el alfabetizador Manuel Ascunce Domenech, asesinado el 26 de noviembre de 1961 por bandas contrarrevolucionarias, a su madre llegó a manos de ella cuando se encontraba ya ante el cadáver del hijo, en Santa Clara.

Aquel 25 de enero de 1945 en Sagua la Grande, cuando Manuel estaba a punto de venir al mundo, Evelia Domenech sintió dolores tremendos, pero no tanto como esas punzadas terribles que golpearon su pecho a medida que leía, con ojos hinchados por el llanto, la carta escrita por su hijo tres días antes de morir.
Manolito, el muchacho noble, serio, desprendido y cariñoso a quien había criado con todo el amor del mundo, era ahora un cadáver y reposaba en un féretro ante ella, en la funeraria de Santa Clara, mientras se ultimaban detalles para su traslado a la capital cubana, donde se le daría sepultura junto a los restos del campesino a quien enseñaba en pleno corazón del Escambray.
“Querida vieja: estoy perfectamente en mi casa nueva aquí en Limones. Vieja, estoy ahora en casa de Pedro Lantigua, y queda muy para atrás, así que no puedes venir pues es muy lejos del camino. Queda bastante cerca de Limones y (es) una familia de las más buenas, y estoy de lo más contento pues creo que podré acabar el 30 de noviembre, a pesar de tener tres alumnos”, escribía Manolito con hermosa letra, adelantando la advertencia desde el propio comienzo de su última misiva.
Demasiados detalles para Evelia, desde las instrucciones para enviar un giro que estaría dirigido a “Gladys Martínez, que es la maestra, y lo pagan en Trinidad o en Condado creo”, el paquete que debía contener abundante almidón, “unas cuantas camisas y pantalones de papi o Pepe y el maletín”, hasta los comentarios sobre aquel medio indispensable de trabajo al que estaría ligado su recuerdo, y de nuevo la alerta sobre un peligro que no menciona, pero insinúa: “Mejor no vengas aquí pues es muy lejos del camino. Ya me dieron el farol hace como dos o tres semanas y trabajo de lo mejor, dile a papi que busque camisetas para el farol chino”.
Demasiadas palabras las de su querubín, insoportablemente amargas, ahora que prometía escribirle pronto a tía, enviaba besos y recuerdos para los muchachos y Pepe, y hasta solicitaba casi en la despedida: “cuéntame de Sagua y Arnaldito, dale recuerdos a papi y te quiere tu hijo Manolo”.
Eran las últimas caricias escritas por su niño, ya más alto que el padre, su niño del alma, que al final le colocaba una pregunta pícara: “¿Satisfecha?”, a sabiendas de cuánto esperaba ella cada palabra suya.
Era el mensaje entregado a Anaís, la otra maestra, la asesora manzanillera cuyo puesto Manuel se ofreció a cubrir justo para protegerla, en un lugar tan recóndito como la vivienda de los Lantigua. Era el depósito de confesiones que no llegó a viajar por el correo y que ella, temblorosa, hizo llegar a Evelia en aquel momento aciago, con la pesadumbre de quien siente culpa por la tragedia.
El día 26 de noviembre de 1961 no llegó a ser marcado en el breve almanaque de Manuel, donde antes de dormir su lápiz, cada noche, dibujaba una cruz. La última señal cubre el día de la jornada precedente.
Los dardos envueltos en aquel papel que Evelia apretó, como poseída por una locura, reposan ahora bajo una vitrina en la casa museo de Limones Cantero. Duelen todavía, cada vez que alguien los toca con los ojos, como duelen el “kepi”, la Medalla de la Alfabetización y la cinta de la corona enviada por los pioneros rebeldes de Luyanó.
El visitante siente un escozor extraño al ver el carné de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, el libro con discursos de Fidel en la ONU, las fotos de la infancia y de la escuela, los diplomas de Sobresaliente y Excelente Conducta. Duele todo Manuel, que no murió de forma equivocada, porque él mismo se encargó de aclarar: Yo soy el maestro. Manuel, solícito, pidiendo en otras cartas un cake helado para su alumna Neisa, de 15 años; cazando jutías junto al hombre que moriría a su lado, ahorcados los dos por bandidos enemigos de la Revolución Cubana; Manuel comiendo con una cuchara y rechazando el ofrecimiento materno de enviarle sus cubiertos, porque eso sería una humillación para la familia Colina; Manuel dando lo que tenía, amante de los animales, amoroso con la hermana; Manuel enseñando a leer y a escribir, a pensar, a vivir.

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

Comentario

  1. Tristes recuerdos pero grato el conocer de los extraordinarios valores y atributos de MAMUEL Y SU ALUMNO PEDRO el cual mantiene vigencia en mi al igual gue millones de cubanos para HONRA DE LA REVOLUCION por dar hijos de CALIDAD HUMANA INDESTRUCTIBLES hoy MANUEL Y PEDRO cobran relevancia y vigencia en todos los cooperantes cubanos gue estan prestando sus servicios solidarios en distintos paises del mundo y tambien en esos CINCO LUCHADORES INJUSTAMENTE encarcelados en LA USA y tambien en todos los HEROES de LAS RAZONES DE CUBA gue pusieron al descubierto las actividades de anticubanos y la SINA y como en el ESCAMBRAY aniguilaron a todos los BANDIDOS al servicio del IMPERIALISMO YANKI. Lazaro

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