Béisbol cubano pierde a unos de sus íconos: Conrado Marrero

Marrero ostentaba el récord de ser el exjugador de Grandes Ligas más longevo. Acumuló un total de 367 victorias, fue integrante de equipos Cuba ganadores de Campeonatos Mundiales. Había que verlo, y oírlo, sempiterno tabaco agarrado entre sus dedos, las volutas de humo subiendo en espiral, los ojos semicerrados concentrado

En 2001 Conrado Marrero fue seleccionado entre los 100 mejores deportistas cubanos del siglo XX.Marrero ostentaba el récord de ser el exjugador de Grandes Ligas más longevo. Acumuló un total de 367 victorias, fue integrante de equipos Cuba ganadores de Campeonatos Mundiales.

Había que verlo, y oírlo, sempiterno tabaco agarrado entre sus dedos, las volutas de humo subiendo en espiral, los ojos semicerrados concentrado en sus recuerdos, mientras su voz ronca  repetía una y otra vez cómo les lanzó a los Yankees cuando les ganó en una ocasión: “a Mickey Mantle le tiré una “curvita afuera”…a Berra, ese c… era bateador de bolas malas, muy difícil”.

Conrado Eugenio Marrero Ramos, nacido en Laberinto, Sagua la Grande, el 25 de abril de 1911, dejó de respirar este miércoles, casi a los 103 años de vida, que lo convirtieron en el exjugador de Grandes Ligas vivo de mayor edad durante un buen tiempo.

Cubano de pura cepa, nunca perdió su característico buen humor. Cuando lo entrevisté en ocasión de su 99 cumpleaños, me respondió al preguntarle que cómo se sentía: “Chico, cómo tú crees que me sienta después de haber dado tantas vueltas en casi 100 años. Solo me queda esperar por la Parca”.
El Premier o “Connie”, como le decían cuando llegó a las Grandes Ligas, fue un ejemplo de tenacidad, constancia y consagración.

En 1950 entró en la nómina de los Se-nadores de Washington, un equipo sotanero cuyo lema era todo un canto a la prepotencia yanqui: “Washington, primero en la guerra, primero en la paz…y último en la Liga Americana”, la única verdad de toda la frase. Una anécdota —nunca confirmada—, afirma que cuando llegó al campo de entrenamiento el mentor Bucky Harris, exclamó: “¡yo pedí que me trajeran un pitcher, no un carga bate!”.

Era bajito, aproximadamente cinco pies y medio, envuelto en unas 160 libras, con brazos cortos y manos pequeñas. No tenía ni por asomo físico de atleta. “Parecía más un tendero o un campesino que un pelotero”, según un reporte de la época.

Pero hay cualidades que no pueden verse a simple vista. A Marrero le sobraba corazón y habilidad. Corazón para enfrentarse en el box a los grandes bateadores de aquella época (Williams, Mantle, Al Kaline) sin asomo de temor, dependiendo fundamentalmente de su control. “Era un guajiro “pícaro”, capaz de lanzar un juego tirando curvas y sliders, casi sin utilizar la recta, poniendo la bola donde quería”, afirmó en una oportunidad Andrés Fleitas, quien fuera su receptor en tres Campeonatos Mundiales Amateurs.

Tenía habilidad para no repetir lanzamientos y para no dejar que lo dirigieran cuando estaba en el box. “A mí nunca nadie me dirigió, el catcher y yo llevábamos el juego. El pitcher tiene que tener memoria y recordar con qué lanzamiento le dieron un batazo y no repetirlo cuando llegaba de nuevo ese bateador. Yo recordaba siempre con qué lanzamiento me daban un batazo”, dijo en más de una ocasión.

Su paso por el amateurismo fue brillante, siempre con el equipo Cienfuegos. Ganó 128 juegos, perdió 41 y en siete temporadas consecutivas su promedio fue inferior a las dos carreras limpias, con destaque para lo conseguido en 1945, cuando sumó 22 éxitos y solo 5 fracasos, con 1,21 de promedio.

Semejante labor lo catapultó al profesionalismo, debutando en México con los Indios de Juárez y llevándose el crédito de la victoria en 24 ocasiones. A partir de 1947, Marrero simultaneó dos torneos distintos al año, uno en la Liga Profesional Cubana y otro en Estados Unidos, primero con los Havana Cubans y a partir de 1950 con los Senadores de Washington. Con estos últimos ganó 39 juegos, perdió 40 y en 1951 —a los 40 años de edad—, fue seleccionado en el equipo Todos Estrellas de la Liga Americana.

Su último año como lanzador activo fue 1958, en Nicaragua con el equipo León. En total ganó 367 juegos y su promedio de carreras limpias fue de 2, 22, toda una hazaña para un hombre que lanzó más de 4 500 entradas en sus dos décadas de labor.

A partir del triunfo de la Revolución comenzó una nueva carrera, la de entrenador de varios elencos de la Serie Nacional, especialmente los de la región oriental, repitiendo una y otra vez su frase favorita: “pitcher sin control no es pitcher”.

Sufrió adversidades —varios de sus seres más queridos emigraron hacia Estados Unidos—, pero él siempre permaneció fiel a su país, a sus costumbres, a fumarse tabaco tras tabaco mientras hablaba de pelota.

Cubano de nacimiento, orgulloso de serlo, fue reconocido como Héroe del Trabajo de la República de Cuba en 1999. Con su desaparición Cuba pierde una gloria… pero gana una leyenda. A los hombres como él no se les dice adiós. Solo un ¡hasta siempre!

Periódico Granma

Texto de Periódico Granma
Órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba

3 comentarios

  1. Que grande son los cubanos, en el deporte y en muchas cosas mas Conrado Marrero es el ejemplo de esa tenacidad y amor a su patria. Que descanse en paz .

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