Sancti Spíritus tiene parte de mi alma (+fotos)

Triunfos y despedidas se entremezclan en la vida de Liuba María Hevia. Algunos capítulos imprescindibles fueron escritos en esta villa   He vivido tantas vidas que no sé explicar,/ cuánto espacio se transforma cuando miro atrás,/ he cruzado con la muerte más de una señal,/ no le temo a su

musica cubana, cuba, liuba maria hevia, sancti spiritusTriunfos y despedidas se entremezclan en la vida de Liuba María Hevia. Algunos capítulos imprescindibles fueron escritos en esta villa

 

He vivido tantas vidas que no sé explicar,/ cuánto espacio se transforma cuando miro atrás,/ he cruzado con la muerte más de una señal,/ no le temo a su implacable flecha universal./, escribió Liuba María Hevia, tal vez en un intento de resumir en versos una vida signada por melodías, ovaciones, pérdidas, soledades, felicidad; una vida con la guitarra al hombro, cantando siempre.

Cierta vez confesó que le atemorizaba cuando la niña que lleva dentro abría las alas para volar. Hoy, sin embargo, no es una pequeña quien conversa, sino una mujer recién llegada de ver el mar, “una de mis fascinaciones, al punto de que todos los días viajo por la ruta del malecón cuando voy para los ensayos con mi grupo”.

Los espíritus de un antiguo palacete en Trinidad la descubren removiendo una taza de té, y al filo del ocaso presencian la confesión de cómo recaló en Sancti Spíritus con 19 años, mientras trabajaba en el conjunto artístico de las FAR. Desde entonces parte de sus esencias yace unida a estos parajes.

“Estuve en roce constante con esta provincia porque iba a Tierra Fría, en Encrucijada, Villa Clara, donde vive mi familia paterna; eso no queda muy lejos de Sancti Spíritus. Pero cuando llegué a Jarahueca fue que se estrechó el vínculo afectivo. Visitaba Iguará, la ciudad cabecera y otros lugares. No recuerdo exactamente la fecha, pero sí puedo decirte que desde ese momento Sancti Spíritus se convirtió en un regalo para mi profesión”.

¿Cómo una habanera conecta con estos lares?

Será porque di con gente de campo, que casi siempre suelen ser las más bondadosas, nobles y sacrificadas. Nací en La Habana, pero mi alma es guajira. En mi casa guajiro era una palabra de vuelo mayor. Había una mirada de respeto, de luz hacia esas personas. Las décimas, los puntos de parranda… eran algo sagrado. La familia de Ada (Elba Pérez) es gente campesina y mi madre era una guajira de Bolondrón, Matanzas.

A lo mejor también fue por las famosas tonadas espirituanas, y yo soy una apasionada de ese tipo de música. Cuando visité Islas Canarias —ahí vivía una hermana de mi bisabuela paterna— noté que buena parte de esa cultura está asentada aquí. Todos esos poquitos me hicieron reverenciar este lugar y poder decir, al cabo de tantos años, que Sancti Spíritus tiene una parte de mi alma.

NOSTALGIAS

Al llegar a Jarahueca las musas de Liuba tomaron rienda suelta. Durante cuatro años nacieron melodías y composiciones en medio de aquellas estampas bucólicas.

“Fue una juventud luminosa, llena de creación, que nos sorprendió a Ada y a mí con mil coincidencias. Eran visitas breves, pero intensas. Íbamos a una escuela donde trabajaba una prima de ella y cantábamos ahí, en la casa o en un lugarcito muy modesto que es donde ahora se realiza el evento bienal en su honor porque quién iba a decir que Ada moriría con 30 años en un accidente absurdo.

“Llevábamos los casetes grabados en Radio Progreso y lo que era una visita familiar se convertía en un encuentro con decimistas y poetas. Uno experimenta sensaciones así si la belleza se resume a las personas y la naturaleza de sitios tan humildes. ¡Qué más belleza que eso! Lo que vale es el espíritu, todo cuanto te llevas de un lugar; eso se lo debo a mi madre”.

Luego de la muerte de Ada ha regresado a Jarahueca. ¿Cómo lidiar con los recuerdos?

Gracias a ese pueblito de Yaguajay tuve una familia para siempre, un duende que se metió en mi casa y trajo lo mejor de la poesía. Jarahueca tomó una connotación distinta después de la partida de Ada. Ella era la muchacha que escribía versos, tocaba la guitarra de oído, caminaba casi un kilómetro en busca de un tocadiscos para escuchar el álbum de Serrat que le regalaron. Después fue la escultora, graduada de Artes Plásticas; una mujer con una sensibilidad a toda prueba.

Existen seres tocados por una gracia muy particular, fugaces en su estancia en la Tierra, pero dejan tanta luz, incluso después de irse, que empiezas a redescubrirlos y encontrarles nuevos matices. Ada era uno de ellos. Eso es lo que ocurre en cada edición de la bienal: el pueblo se reencuentra, se pintan las casas… Es regresar a disfrutar de la sombra del árbol invisible legado por Ada, que es Jarahueca misma. El dolor transforma cosas, hace crecer muchos campos. Ese lugar creció por dolor, por respeto a Ada.

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TANTAS VIDAS

Sobre la mesa, Liuba repasa capítulos de su existencia al hojear un libro. Tras cuatro años aunando archivos de prensa, mensajes, cartas, recuerdos… acaricia la portada de Tantas vidas, especie de crónica de viaje bajo el nombre de cancionero “donde comparto secretos con personas que tal vez no me conocerán nunca, poemas escritos por Ada en la voz de la actriz Verónica Lynn, los acordes de algunas canciones que han sido importantes en mi vida y cuentan quién soy, junto a una selección fotográfica donde muestro una faceta poco conocida: mi delirio por disfrazarme para convertirme en tantos personajes como pueda”.

¿No le da miedo desnudar tanto el alma?

Para nada. Si hago algo, pienso que puede ser lo último porque la vida es muy incierta, y tengo pruebas de ello. Me parece justo hacer esta especie de confesión para permitirle a la gente entrar en algunos momentos de mi vida.

El libro se titula Tantas vidas. Si tuviera la posibilidad de escribir su propia historia, ¿qué episodios no podrían faltar?

Mi infancia y el día que tuve mi primera guitarra gracias a una colecta de la familia materna. Me la regalaron a los 13 años, la compraron en Bejucal. Yo tocaba una que me prestaba una amiga y tenía otra de juguete, pero no afinaba bien porque las clavijas eran de madera. Fue un momento precioso porque mi familia descubrió que aquella niña desconcentrada en la escuela, con un rendimiento académico inferior al de mi hermana, tenía necesidad de expresarse a través de las cuerdas.

Incluiría haber acompañado a mi madre hasta el final, tener la madurez de saber que se iba para siempre y estar a su lado. Encarar un poco más la muerte a través de ella y constatar el valor de la vida. Conocer a Ada, a los amigos que tengo fuera y cantar para los niños en un hospital.

CUANDO REPOSA LA GUITARRA

Allá, en el escenario, el público aclama a quien confiesa tener “el misterio dulce del monte”, a un ser convencido de que alguien la espera “cuando la tierra se ha cansado (…) cuando ya nadie se sorprende”; los niños la ven al lado de Estela, granito de canela, manejando un tren por un ferrocarril de azúcar.

Mas, cuando cae el telón emerge la mujer menuda que este diciembre cumple medio siglo de andanza por el mundo, dueña de un perro llamado Tango Hevia, incapaz de inclinarse por un color “porque traicionaría a los demás. Me encanta bailar, aunque quizá no lo haga bien. Joaquín Sabina dice que bailar es soñar con los pies, y yo lo creo. Nadie calcula cuánto adoro la música popular, la latinoamericana —la brasileña me puede matar— y el jazz. Como de todo y soy la peor cocinera del mundo. Mi madre siempre decía que mi cocina era una ferretería porque todo estaba limpio, era de plástico o cristal; también que yo era una fiera para el descanso”.

Y habla de cómo sucumbe ante la narrativa de Isabel Allende, Saramago; se declara eterna enamorada de Martí “a quien los cubanos nunca llegaremos a conocer del todo porque siempre tendrá misterios por revelar”.

Sin embargo, cuesta creer que una persona con un universo tan sensible no tenga ningún ritual. “Ni siquiera tengo una creencia religiosa definida —admite—. Creo en la gente, el amor, en sentirme útil, que es lo más grande que puede experimentar el ser humano en cualquier oficio. Por ejemplo, cuando voy a trabajar para un niño en el Oncológico. A lo mejor, esos son mis rituales”.

Temores…

A no vivir lo que merece la vida, no tener la oportunidad de decir lo que necesito, no tener amigos que me critiquen por haber hecho algo mal y no encontrarme con la gente que quiero de alguna manera.

Siempre la respuesta a esa pregunta se enfoca desde lo subjetivo. Pero, ¿qué atemoriza a Liuba María Hevia?

Tengo pánico a las cucarachas. Puedo echar abajo un escaparate completo si veo una. Yo vivo en mi mundo, con mi guitarra, mis musas… y con veneno para cucarachas todo el tiempo.

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Su música nunca ha seguido los cánones de la moda y siempre ha triunfado. ¿A qué le atribuye esa fortuna?

El arte es un misterio, como el amor. Creo que se deba a que he tenido el alma metida en parte de la esencia de mucha gente, más de la que yo imaginaba. Por ejemplo, cantar una habanera, los ritmos guajiros… todavía tiene el misterio de conectar o crear algo que se mueve.

¿Por qué una persona que hechiza con los niños no se aventuró a la maternidad?

Es la primera vez que me lo preguntan. He dicho que me voy de este mundo sin sueños pendientes, pero ahora que lo pienso, quizá ese sea uno: no ser madre físicamente. Te confieso que pude haber tenido un hijo, pero por determinadas circunstancias no pudo ser, y después mi vida cambió.

Pese a ello, y a haber despedido a personas claves en su vida, ¿es feliz?

Muy feliz, pero lo soy hace muchos años, incluso cuando he tenido ausencias.

Carlos Luis Sotolongo Puig

Texto de Carlos Luis Sotolongo Puig
Autor del blog Isla nuestra de cada día. Especializado en temas de patrimonio cultural.

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