Alfarera de una estirpe (+fotos)

Dos décadas consagradas al universo del barro signan el camino de Neydis Mesa (Coki) Santander, primera mujer del linaje trinitario dedicada a estas labores   El aire del mediodía mueve suavemente los sonajeros de barro que penden de las columnas. En las paredes, platos, cantimploras, llaves, goznes nacidos de la

artes plasticas, arfareria, santander, trinidadDos décadas consagradas al universo del barro signan el camino de Neydis Mesa (Coki) Santander, primera mujer del linaje trinitario dedicada a estas labores

 

El aire del mediodía mueve suavemente los sonajeros de barro que penden de las columnas. En las paredes, platos, cantimploras, llaves, goznes nacidos de la tierra… trastocan la fisonomía de una vivienda en la calle Gutiérrez, en Trinidad, en una suerte de reino de la alfarería.

La casita del barro, reza el cartel de la entrada, tal vez para advertir a quienes se aventuren a cruzar el umbral que, una vez dentro, solo hay sitio para presenciar los milagros emergidos de la arcilla.

En la esquina, una mujer de pelo alborotado —tan alborotado como su carácter— acaba de convertir la masa en una vasija con la facilidad que dan los años y la constancia. Mas, ahora apaga el torno y se acomoda en la silla que una vez perteneció a Rafelito Tiemblatierra, el rey de las labores con guano en la villa, y rodeada de sus mismas creaciones se dispone a dejarse moldear por un mar de interrogantes.

“Me llamo Neydis Mesa Santander, pero desde niña me dicen Coki. Todo lo que soy se lo debo a mi abuelo. Él fue, es y será mi paradigma. Ahora es que podemos empezar a contar mi historia”.

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GÉNESIS

Sin más sueños que ganarse la vida, aquel día de 1892 Modesto Santander construyó un rudimentario torno de madera para inaugurar una incipiente fábrica para hacer ladrillos, tubos para desagüe, entre otros elementos de construcción en Los Hornos de Cal, barrio localizado en la periferia trinitaria. Luego, al aprender el arte de la alfarería, comenzó a moldear porrones, tinajas, vasijas para paella, macetas… iniciando, sin proponérselo, una dinastía marcada por el barro.

Más tarde, lo que empezó como medio de subsistencia floreció con Rogelio Secundino Santander Ortega, su hijo, “mi bisabuelo, quien hizo próspera la alfarería en Trinidad entre los años 20 y 30 del siglo pasado”, recuerda Coki. El bisabuelo enseñó a su descendiente, Rogelio Santander Durán, quien vaticinó, apenas nació Coki, que ella, su nieta, sería la primera alfarera de la familia.

“Después de hacer las tareas, yo estaría en segundo o tercer grado, iba directo a la fábrica, que ya por esos años se llamaba El Alfarero, para ver a mi abuelo en el torno. Contemplarlo era un momento sagrado.

“Él era artesano, una persona muy ruda, tosca, pero tenía manos de artista. Fue el único que tuvo la dedicación que ninguno de mis tíos mostró al verme con una pelotica de barro en las manos para enseñarme a trabajar la arcilla. ‘Ánimo, tú puedes. Ponle corazón, Coki. Tú serás alfarera aunque seas mujer’, me repetía. Ahí empezó todo hasta los días de hoy”.

Pero la alfarería era una labor muy menospreciada…

De hecho, todavía muchos manejan el término de que la cerámica es la Cenicienta de las Artes Plásticas, y la alfarería sufre aún más discriminación. Mi abuelo sobrevivía, nunca fue rico. Trabajaba muchísimo, desde las cinco de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Hacía 69 tinajas, de 40 pulgadas de alto, dándole al torno con el pie todo el tiempo porque cuando aquello los tornos no eran eléctricos”.

¿Cómo reaccionaron al ver a la niña de la familia jugar con barro?

Al principio fue un poco difícil porque, tradicionalmente, ese era un oficio de hombres. Muchos me decían: ‘Acabas de llegar de la escuela, ¿ya te vas a embarrar de barro?’, ‘ Si te gustan las artes plásticas, hazte pintora, pero no alfarera’. Era algo superior a mí. Yo me llevaba una bolita de arcilla en la mochila. A veces la maestra le daba las quejas a mi mamá de que yo jugaba con barro dentro del aula. Había niñas que me seguían, pero a otras no les gustaban mis manos sucias. Eso sí: yo era muy correctica en la escuela, lo que pasaba era que el barro era más fuerte y como mis padres lo entendían, con eso bastaba”.

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 MODELADO DE UNA ARTISTA

Con ocho años, Coki dejó atrás los ingenuos lagartos, jicoteas y mariposas nacidos de su imaginación. De modo que aquella tarde, guiada por su mentor, “hice lo que identifiqué como mi primera pieza seria: un cestico con asa para guardar gomas y otros objetos escolares. Como yo no llegaba, mi abuelo hacía girar el torno con el pedal y yo le daba la forma a la masa. A partir de ese día, mi papá me fabricó un torno de madera a mi tamaño y lo puso en el patio de mi casa”.

Y las creaciones aumentaron en número y tamaño. Mas, la llegada de la Secundaria Básica apartó a Coki de su pasión. “A la par de la escuela, en las tardes estudiaba en la entonces Escuela Elemental de Artes Plásticas de Trinidad, pero estuve solo un año por la distancia entre ambos lugares —comenta—. En este tiempo dejé la alfarería, pero cuando llegué al preuniversitario no podía soportar esa ausencia. Ya no se trataba de gusto, sino de vocación”.

Así, se materializó aquella suerte de profecía eunciada por Rogelio Santander al ver a su nieta entregarse al barro. Y el patio de la casa de Coki, enclavada en la misma calle donde sus ancestros fundaron el linaje, devino el taller donde sobrinos y pequeños del barrio se daban cita para crear, jugar…; sitio que, con el paso del tiempo trasmutó en la sede del desaparecido proyecto Alfareros de Vizcaya, encaminado a despertar en los niños de la periferia el amor por dicho oficio.

Sin embargo, entre tantas alegrías, tuvo que enfrentar la partida definitiva de su abuelo.

Murió a los 80 y estuvo trabajando hasta cinco años antes. Ya ni vendía las cosas; al final hacía macetas y tinajas para regalarlas a los amigos. Despedir a un abuelo es terrible, pero cuando pierdes a la persona que te enseñó todo cuanto sabes, la que hizo por ti, es más complicado. Fue muy doloroso, pero como siempre va a ser mi ejemplo, prefiero recordarlo sentado en su torno, dándole al pie, no de otra manera.

Usted impartió conferencias en otros países, pero ha dicho que le cuesta crear fuera de Cuba. ¿Por qué?

Estuve en Dinamarca y Suecia. En ambos lugares me sorprendió la cantidad de mujeres ceramistas, y me di cuenta de la discriminación que hay en Cuba. En Bremen trabajé la porcelana, pero la sensación no era ni remotamente a la que experimento cuando toco el barro. No sé, caprichos o costumbres.

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¿Ceramista o alfarera?

Ceramista, porque creo objetos más cercanos a lo artístico, moldeo y quemo mis piezas, fusiono el barro con otros elementos, trabajo con los esmaltes y las pastas para decorar. Un ceramista es como un escultor-alfarero mezclado. Por su parte, el alfarero entrega la pieza cuando la termina para que otra persona la queme y le dé el tratamiento.

El apellido Santander goza de un prestigio internacional. ¿Cuánto beneficia y perjudica pertenecer a este linaje?

Me siento orgullosa de ser la primera mujer en la familia en demostrar que la alfarería no entiende de sexos, y creo que la ciudad lo aprecia. Pero lo malo es que tienden a encasillarte desde el punto de vista creativo

¿Todavía debe luchar contra los prejuicios?

Si me hubiese dejado llevar por el qué dirán, hoy estaría loca. Sin embargo, desde el punto de vista social todavía la batalla no ha terminado porque la gente no entiende que este quehacer no resta feminidad. Yo me siento mujer por encima de todo y estoy luchando para que las niñas lo vean igual. De hecho, nosotras tenemos una sensibilidad que enriquece las piezas. No es feminismo, es una realidad, aunque a muchos les cueste aceptarlo.

Últimamente se advierte un arte estereotipado en la ciudad en materia de alfarería. Usted ha sabido sortear los estereotipos. ¿Cómo logra que las demandas del turismo no frenen la creación?

En mi caso trato de encontrar el equilibrio entre la búsqueda de los frijoles y la realización espiritual. Sigo con mis animales, mis platos con pinturas precolombinas; pero, seamos realistas: tengo que fabricar también las tradicionales vasijas para tomar canchánchara, replicar la torre de Manaca Iznaga… para garantizar ‘el diario’, como se dice, pero evito que eso me consuma. Un verdadero artista debe imponerse y tener en cuenta que Trinidad también es visitada por especialistas extranjeros que, quizás, busquen una pieza con valores estéticos, más allá de lo comercial. No estás hablando con la superartista de la familia Santander, pero sí con una que ha tratado de desarrollar un estilo propio para marcar la diferencia. Me siento dichosa porque supe encontrar el camino, sin dejar de hacer la maceta y el jarrón de mi abuelo o la múcura de mi bisabuelo.

Trinidad sin alfarería…

Sería una ciudad muerta, triste, incompleta.

¿Alguien continuará su camino?

Eso parece. Mi sobrina, egresada de la UCI, está canalizando sus inquietudes artísticas. Yo la ayudo, como mi abuelo hizo conmigo.

Si tuviera la oportunidad de conversar con su abuelo ahora mismo, ¿qué le diría?

Yo todos los días pienso en mi abuelo cuando enciendo el torno y a cada rato le digo, porque yo sé que él me escucha: ¡Ay, abuelo, gracias por tu insistencia! Por ti estoy aquí, tú nunca te equivocaste. ¿Viste?, lo logramos.

Carlos Luis Sotolongo Puig

Texto de Carlos Luis Sotolongo Puig
Autor del blog Isla nuestra de cada día. Especializado en temas de patrimonio cultural.

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