Panchito Gómez Toro: héroe por derecho propio (+fotos)

Nacido el 11 de marzo de 1876 en la finca La Reforma, Jatibonico, Sancti Spíritus, el cuarto de los hijos de Máximo Gómez y Bernarda Toro figura por derecho propio en la historia de Cuba Rumorea la brisa sobre los altos mangos, aguacates,  y otros gigantes maderables en el extenso

Nacido el 11 de marzo de 1876 en la finca La Reforma, Jatibonico, Sancti Spíritus, el cuarto de los hijos de Máximo Gómez y Bernarda Toro figura por derecho propio en la historia de Cuba

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Rumorea la brisa sobre los altos mangos, aguacates,  y otros gigantes maderables en el extenso bosque que a trechos matizaba la zona de La Reforma, cruzada por arroyuelos y cañadas, en una de cuyas cercanías se levanta un típico bohío donde una mujer, Bernarda Toro Pelegrín, sufre los clásicos dolores del alumbramiento.

Manana —así la llaman—  acaba de traer al mundo el 11 de marzo al cuarto de los hijos de su matrimonio con el dominicano Máximo Gómez, y siente, junto con la alegría por el prodigio de otra vez ser madre, la amargura de no poder tener a su lado al esposo amante, ocupado, quien sabe dónde, en los afanes de la guerra.

Ayudada por una fiel mucama, la madre atiende al niño, que será saludable, noble y virtuoso, ya desde la misma cuna, la que ocuparon antes Margarita, Andresito y Clemencita, en ese orden, pero Francisco, tal fue el nombre escogido —que de inmediato derivó a Panchito— estaba permeado de un espíritu superior, y desde sus primeros años brilló con luz propia.

A La Reforma acudiría el padre a conocer al nuevo vástago y dar vuelta a la prole y a la fiel Manana, llevándose la imagen de aquella floresta rumorosa, y el rústico bohío bajo los mangos, guayabos y ciruelos, donde los misterios de la psiquis permearon de tal forma el alma del guerrero que, andando el tiempo —y en otra guerra—, convertiría sus contornos en sitios de evocación y de combate.

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OBLIGADO PEREGRINAR

A poco, la familia se ve obligada a emigrar. La madre y sus pequeños, que son cubanos, salen vía Jamaica forzados por la dinámica de la guerra. El padre, dominicano, queda por algún tiempo en esta tierra que lo ha hecho —por su valía— la principal figura militar del ejército insurrecto, y no será hasta 1878, después de la paz forzada del Zanjón, que ya bajo otros cielos logran reunirse de nuevo los Gómez Toro.

De Jamaica a Honduras, de allí a Estados Unidos y finalmente se radican en Haití, donde permanecen un tiempo, hasta que en 1888 arriban a Santo Domingo, la patria paterna, estableciéndose finalmente en una finca que, por caprichos de la casualidad  — ¿o la causalidad?— también se nombra La Reforma.

Recuerdos y anécdotas familiares describen la diligencia sobresaliente de Panchito, al asumir de buena gana las tareas del hogar en medio de la lucha cotidiana por la existencia, rodeada de penurias económicas y de otro tipo, pues se arrastra el dolor de la patria esclava y la pérdida de Andresito, que ha muerto el 16 de febrero de 1882 en Honduras, y de Margarita, quien falleció el 15 de mayo de 1884 en el mismo país de Centroamérica.

UN DESTINO GLORIOSO

Panchito Gómez Toro y José Martí se conocieron en septiembre de 1892 en  Montecristi. Martí lo fue a buscar a su trabajo en un comercio llamado La Casa Jimérnez, para que lo condujera ante su padre con quien quería tratar acerca de los preparativos de la Guerra Necesaria. El muchacho de apenas 16 años lo impresionó vivamente, algo que luego plasmaría en su correspondencia.

Tras nuevos encuentros con el Maestro en tierra quisqueyana, Panchito va a Nueva York junto a su padre y allá se queda con Martí. Sería su brazo derecho en lo adelante, en un trabajo febril de organización y agitación proselitista. Recorren tenaces la Unión americana, de ciudad en ciudad, entre comunidades de cubanos. Luego se van al Caribe y a la América Central. Allí se relaciona con Maceo, siempre en íntima comunión con el Maestro.

Los acontecimientos se suceden. Pronto tendrán que separarse. A Montecristi se irá Pancho mientras su tutor queda en Manhattan, pero por poco tiempo. El 7 de enero de 1895 llegó Martí a Montecristi y se reúnen de nuevo por un período mayor, mientras Gómez y el Delegado se mueven incansables por Santo Domingo buscando apoyo para la guerra en Cuba, que se torna inminente.

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EL TODO POR EL TODO

Llega por fin el duro instante de la separación. Parten hacia Cuba el Generalísimo, Martí, César Salas y Paquito Borrero y Ángel Guerra… Panchito no quiere quedarse y protesta de forma vehemente, pero no puede ni desea llegar a la desobediencia.

Solo Martí logra convencerlo a medias de la necesidad de que quede en Quisqueya para ejercer tareas de soporte a la Revolución. Allí se ocupará del apoyo pecuniario a la causa, colectando recursos de guerra, atendiendo el destino de dos goletas compradas por el Partido para el envío de hombres y pertrechos a la manigua insurrecta; recibiendo la correspondencia y dirigiendo el periódico Las Albricias, de franca filiación separatista.

Pero hay una promesa pendiente y para fines de 1895 Gómez lo manda a buscar con el también espirituano César Salas. Dificultades de todo género se atravesarían en el camino de ambos pinos nuevos, hasta que al cabo de incontables peripecias, César y Panchito logran embarcar hacia Cuba en el yate Three Friends —Tres Amigos—, al mando del general Rius Rivera, de origen puertorriqueño, de quien el segundo fue nombrado ayudante.

Ya en tierra, resiste la sed, el peligro y el duro peregrinar por más de 20 leguas hasta encontrarse con el General Maceo, quien lo recibe con alegría y cariño. Con otro espirituano, el General Pedro Díaz gana en los primeros lances los grados de capitán. Maceo lo nombra su ayudante y le confía su correspondencia personal. Panchito le demuestra lealtad y diligencia. Su experiencia militar es mínima pero posee el valor de un aguerrido veterano.

Junto a Maceo, cruza en un bote la trocha de Mariel a Majana, y cuando se produce el fatídico combate de Punta Brava, allí está él, valiente como un león, batiéndose a muerte por salvar al Titán. Nunca podría concretar su sueño de reunirse con su padre ni visitar la tumba del Maestro, pero su gesto inmarcesible inscribió para siempre al joven héroe en el altar sublime de la Patria.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

2 comentarios

  1. A todas luces, un artículo conmovedor, dinámico y cargado de la misma pólvora que enquistaba el alma de estos hombres bravíos.Moldeados con lo mejor y en los momentos esos, donde la entereza es probada con los óbices más amargos de la gesta libertadora. Admirables todos, dignos de gratitud y amor infinitos. Mi tía me dijo una vez que hombres como estos, ya no nacen.¿ Habremos cambiado el cóctel genético, que engendraba maravillas en vientres prodigiosos? Y de esos vientres hubo tantos…….Agramonte, Maceo,Zayas, Delgado y otros tantos que se desconocen… Gracias miles por el recordatorio. Hay hombres que no deben olvidarse, la amnesia no esta hecha para ellos.

  2. Oportuno el artículo en tiempos en que se debate con tanto apremio el papel de laj uventud en la construcción de la patria nueva.
    Pastor Guzmán ya nos tiene acostumbrados a estos artículos que siempre promueven la reflexión y que destacan a la Historia de Cuba por la bravura de sus hombresy el anhelo y desenfado de los que nos enseñaron que un mundo mejor es posible.
    Gracias Pastor.
    Y Coca

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