Con el Che del Escambray al Congo

Natural del Escambray, donde combatió contra las bandas armadas, Andrés Avelino Arteaga Martínez recibió en 1964 una misión que lo transportaría a casi 10 000 kilómetros de su terruño, donde compartiría con el Che Andrés Avelino Arteaga Martínez no puede calcular los kilómetros que corrió detrás de los bandidos en

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Che-Tatu con Mbili (José María Martínez Tamayo) y otros combatientes en el campamento a orillas del lago Tanganica.

Natural del Escambray, donde combatió contra las bandas armadas, Andrés Avelino Arteaga Martínez recibió en 1964 una misión que lo transportaría a casi 10 000 kilómetros de su terruño, donde compartiría con el Che

Andrés Avelino Arteaga Martínez no puede calcular los kilómetros que corrió detrás de los bandidos en el Escambray en los años 1961 y 1962, monte arriba y monte abajo, en medio de las lomas que le vieron nacer, pero aquello, como tendría ocasión de comprobarlo luego, no era más que una bicoca comparado con lo que vendría después.

Todo empezó en 1964, cuando a Avelino le pidieron su disposición para ir a cumplir una misión muy importante, cuya preparación previa sería en Pinar del Río. El joven miliciano, oriundo de Sipiabo y activista político de un pelotón de la LCB, partió al lugar indicado sin imaginar siquiera su destino final.

Más de 10 lustros después, el espigado internacionalista recuerda en la tranquilidad de la sala hogareña, allá en Fomento: “En Pinar del Río tuvimos una preparación bastante intensiva en uno de los campamentos que llamaban Los Pitys”. Allí, en el campamento, el jefe era el Comandante Víctor Dreke, y a él se subordinaban todos, sin sospechar que un combatiente de aspecto “un poco raro” era el verdadero regidor de aquel proyecto.

Ya en los entrenamientos, muy rigurosos y acompañados de consejos prácticos e instrucciones sobre las características del lugar donde les correspondería operar —sin decirles el país—, Andrés Avelino, que nunca había viajado fuera de su terruño, constató que entraba en un mundo desconocido para él y que sería trasportado a miles de kilómetros a participar en una empresa incierta, en un escenario geográfico diferente, entre personas que le resultaban totalmente ignotas.   

Entonces no sabía que el Che, a quien no tuvo oportunidad de conocer en el Escambray, estaba particularmente enfadado con el oprobio del colonialismo que todavía practicaban en África ciertas potencias europeas y cuyo último y más execrable acto había sido el asesinato en el Congo Leopoldville —luego Kinchasa— del líder revolucionario Patricio Lumumba, por quien sentía una gran admiración. Al llamado Congo belga irían para ayudar al movimiento de liberación de aquel país contra las tropas títeres nativas con auspicio europeo y los mercenarios blancos.

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Andrés Avelino: “Juramos responder de su vida con las nuestras”.

EL FIN DEL MUNDO COMO DESTINO

África no queda tan lejos de Cuba como Asia u Oceanía, pero las vueltas que tuvieron que dar los distintos grupos de cubanos para llegar a su objetivo, sin despertar sospechas ni delatar la misión propuesta, les hizo deambular entre Europa y el llamado continente negro, sumando cientos o miles de kilómetros adicionales al itinerario, con la última parada previa en Tanzania, país vecino y “puerta trasera” de su meta final en el Congo.

Como un caleidoscopio vienen la memoria de este curtido combatiente las imágenes de la breve estancia en la embajada cubana en Dar es Salam en medio de un gran secreto, y el traslado al lago Tanganica, cuya travesía hicieron de noche, así como la opresión en el pecho cuando en medio de aquel mar de agua dulce a la lancha en que viajaban se le paró el motor y quedaron al pairo, con el fondo a kilómetro y medio de la quilla, hasta que la maestría de un operario logró subsanar la avería y llegaron al punto de desembarque a las tres de la madrugada, con más de dos horas de atraso.

“Cuando se hizo de día, me percaté de que del lago habíamos pasado directamente a una zona abrupta de montañas y selva cerrada  —refiere Arteaga—. Él Che, que había llegado semanas antes que nosotros, se había ocupado de organizar las condiciones mínimas en un campamento al lado del Tanganica, y creado otro a 2 000 metros de altura, al que llamaban La Base, donde se hizo una choza, un aula para dar clases a los combatientes y un pequeño hospital.

“Cuando vi al Comandante Guevara, eso fue muy emocionante, una figura tan importante como él, allí entre nosotros, compartiendo todo tipo de dificultades y privaciones. Era un contraste en medio de la apatía de los guerrilleros congoleses, sin preparación militar ni política, que en su desconfianza y prejuicios solo veían en él a un blanco, como aquellos que tanto daño habían ocasionado a su país. La tarea de capacitarlos era ardua y, por diversas causas, nunca se pudo completar”.

CHE, PARADIGMA DE EXCEPCIONAL

En los primeros tiempos, de trabajos y acciones constantes, Andrés Avelino no pudo intimar con el Che, el que, según el idioma swahili, le puso a Dreke, el sobrenombre de Moja, que significa uno; a José María Martínez Tamayo, Mbili, que quiere decir dos, y adoptó para él el seudónimo de Tatu; tres, “aunque todos sabíamos que allí el jefe verdadero era él. A mí, que hacía el número 35, me nombró Aga.

“Primero me tocó hacer una gran caminata de reconocimiento con él, formando parte de una escuadra de guerrilleros y, poco después, cuando caí herido por un morterazo en el combate de Fort de Forces, fui evacuado al campamento principal para reponerme, bajo la atención de un doctor congolés, Kumi, y del Che.

“La atención a los heridos y a los enfermos era para el Guerrillero Heroico primordial y, en lo personal, puedo decir que su trato era muy bueno. Fueron algo más de 30 días los que necesité para sanar y volver a los combates. Pero el Che no solo nos atendió a nosotros, los cubanos, sino que trató como médico a los aldeanos del lugar. 

“Estando allá, el Comandante en Jefe nos hizo llegar el encargo especial de cuidar al Che sin que él lo supiera, y así lo hicimos, pues juramos responder de su vida con las nuestras”.

Andrés Arteaga Martínez, que ha hablado sin prisa durante más de media hora, hace un alto en su emotiva exposición, mira al cielo por la ventana como intentando resumir sus palabras y comenta: “Alguna gente habla del fracaso de aquella empresa, pero debían destacar también el ejemplo insuperable de un hombre, como el Che, dispuesto a sacrificarse por los demás en aquel lugar del fin del mundo, sin pedir nada a cambio”.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

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