Vine a la plaza porque soy patriota

Un anciano bajo los cuidados de un asilo, al borde de sus 91 años, cuenta las razones que lo llevaron a desfilar este Primero de Mayo Camina delante, justo cuando nos dispersamos tras el paso de nuestro sindicato frente a la tribuna. Por detrás parece un anciano desvalido. Uno de

Un anciano bajo los cuidados de un asilo, al borde de sus 91 años, cuenta las razones que lo llevaron a desfilar este Primero de Mayo

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Urbano Hernández Hernández estuvo entre los miles de espirituanos que desfilaron por la plaza este 1 ro de mayo. (Foto: Aracelia del Valle/ Escambray)

Camina delante, justo cuando nos dispersamos tras el paso de nuestro sindicato frente a la tribuna. Por detrás parece un anciano desvalido. Uno de sus zapatos está desacordonado, pero marcha feliz, no sin aparente fatiga, y lleva en sus manos una bandera cubana de papel.

Conmino a mi colega a fotografiarlo, me le acerco y entablamos la plática. Está recluido, me dice, en el Hogar de Ancianos del municipio cabecera. “Salí temprano, no encontré a los demás y desfilé solo, lo importante era estar aquí”, explica con leve sonrisa. “¿Y por qué vino usted al desfile?”, le espeto a riesgo de revelarme como la curiosa que soy. “Porque soy patriota”, dispara sin dilación. Y cuenta, luego de cada pregunta, pasajes de su vida, la que comparte desde hace 40 años con su esposa. “Ese es el amor más lindo que hay en Cuba y ella, la mujer más hermosa que jamás se haya visto”, explica, entusiasmado, como midiendo cada palabra.

Nos abrimos paso por la calle Carlos Roloff, entre los trabajadores que aguardan su turno en el desfile. Yo, colgada de su brazo, como para protegerlo cuando en verdad él me protege a mí. “Puedo andar leguas caminando, una vez fui a pie de Cabaiguán a Placetas”, precisa ante mi asombro por su agilidad. Y narra acerca del trance que lo llevó al asilo donde se encuentra hace ya casi un año: “Un sobrino de mi mujer le consiguió la plaza ahí, ya no podía valerse por sí sola. Yo vine a acompañarla, hasta que se adaptara, porque ella nunca ha querido separarse de mi. Y terminé quedándome. No, juntos con nadie, en un apartadito ahí al lado del cuarto de las enfermeras, arrimamos las dos camas. Yo hoy tuve que esperar a que una asistente llegara para poder venir”.

“Bien, bien”, comenta acerca del trato que reciben en la casa de cuidados. Y lo cuqueo para que amplíe los motivos de su presencia en la plaza Serafín Sánchez esta mañana. “Tú sabes cuál es mi gallo de pelea ahora? Raúl. Antes lo fue Fidel. Mucha alcantarilla que tuve que cuidar cada vez que en La Habana había un Congreso o algo importante. En Punta Diamante, donde tengo mi casa, yo era persona de confianza. Nací en El Purial, por allá por Cabaiguán”.

Integró el Ejército Juvenil del Trabajo y cortó caña, mucha caña. “Mil arrobas en la zafra del 70 me tocó cortar”, precisa. Y no habla mucho más, porque no es hombre de andar proclamándose a los cuatro vientos. No sabe que me recuerda a mi padre, sobre todo cuando me dice que el próximo 15 de junio cumplirá 91 años. “Ese día es también el cumpleaños de la muchacha que nos corta las uñas allá en el asilo”, agrega. Lo encamino para que siga rumbo hacia su destino. Paramos en la Avenida de los Mártires y tomamos un jugo de tamarindo, que acepta medio receloso, porque insisto en pagar.

Le indico por dónde se llega a la redacción de Escambray y no quiero perderlo de vista entre la multitud antes de saber cómo presentarlo en estas páginas. “Urbano Hernández Hernández, para servirle, pero me dicen El Machazo”, informa mientras esboza una sonrisa pícara. No me juega el apodo con la persona, así que solicito argumentos. Y él me los ofrece. Cierto día, hará seis o siete años, precisó de una operación urgente para extraerle lo que resultaron ser “como diez cálculos en la vejiga que parecían huevos de paloma”. En el “Camilo Cienfuegos” no había camas. Apareció una, pero en una sala destinada a mujeres. “Entonces hubo quien cuestionó aquello y yo me sentí medio incómodo, hasta que una de las mujeres dijo en alta voz: déjenlo aquí, que él es El Machazo de esta sala”. Después no he conseguido que me llamen de otra forma”.

Los 20 minutos de caminata me han rendido como por dos horas. En medio de la charla, volvimos a ver a Aracelia, la colega que lo había fotografiado solo. Esta vez cuento con la anuencia de mi interlocutor para que ella nos tome una foto juntos. Y le doy mi bandera, que a diferencia de la suya tiene su asta y quizás le sirva en el próximo desfile. Pero una última duda me asalta. ¿Cómo es que se nos apareció así de pronto en el camino? Indago nuevamente y una mezcla de asombro con orgullo se instala en mi estado de ánimo, como para colorear este Día del Proletariado Mundial: “Yo me le pegué a la gente de Cultura”.

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

Comentario

  1. Muy lindo el ejemplo que nos deja este señor, me gustó el titular… Lo primero es amar a tu patria, no como una consigna, no como lema, sino como a una madre, como a la vida misma…..

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