Las mentiras con piernas cortas de EE. UU. hacia Cuba

El intento desesperado del presidente Donald Trump y los suyos por desacreditar el sistema de salud cubano y la solidaridad de la isla antillana con otros países, choca a cada momento con la realidad

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Patraña sobre patraña, Donald Trump miente con saña.
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Patraña sobre patraña, Donald Trump miente con saña.

Sí, amigo lector, se trata de un caso manifiesto de malas intenciones y de deseos de hacer daño en que incurren en Washington y en algunos de sus países vasallos con el propósito de desacreditar la ayuda médica cubana al exterior y denigrar una de las acciones más nobles de Cuba en la arena internacional, porque no pueden aceptar que un país bloqueado como la patria de José Martí y Fidel Castro tenga todavía fuerzas para ayudar a otros. 

Para llevar adelante esta campaña, en medio de la actual pandemia de COVID-19, que los tiene contra la pared, el presidente Donald Trump y su equipo parten del supuesto de la ignorancia consuetudinaria de las personas a lo largo y ancho del mundo, campo de cultivo óptimo para difundir sus fake news, porque los ignorantes suelen ser muy crédulos, ya que no cuentan con los conocimientos que les sirvan de antídoto contra la mentira en cualquiera de sus manifestaciones.

Cada mentiroso oficial —como Donald Trump y su entorno— sueña con que sus mentiras e infundios encuentren blancos receptivos en personas capaces de creerse sus bulos, que muchas veces equivalen a tomaduras de pelo. Todavía en esta isla se recuerda como en 1961, por los días de la invasión de Girón, entes al servicio del imperio difundieron la especie de que fuerzas de invasión estaban desembarcando por Placetas.

Algunos se alarmaron, hasta que personas con mayor instrucción y raciocinio les recordaron que era imposible por la sencilla razón de que los barcos no navegan por tierra y, además, Placetas no es un puerto de mar, lo que confirma que “la mentira tiene piernas cortas”. 

No debería extrañarnos de esos mentirosos redomados, quienes en 1960 llevaron a cabo la tristemente célebre Operación Peter Pan, bajo los infundios de que el Estado cubano preparaba una ley —cuyo texto apócrifo hicieron circular— para quitarles a los padres la patria potestad sobre sus hijos menores y adolescentes, con el propósito de llevarlos luego para la Unión Soviética, de donde regresarían en latas de carne en conserva. 

Aquella patraña que podía ser risible, no pudo serlo porque se tradujo en incontables sufrimientos y ríos de lágrimas, ya que se saldó con la separación definitiva de su patria y del calor de los suyos, de más de 14 000 infantes que luego vagaron sin consuelo por el territorio de la Unión, traumatizados y desesperados, en una peregrinación plagada de abusos y maltratos de todo tipo.

Ante esa vocación irrefrenable de mentir, de nuestros adversarios ideológicos, debemos estar curados con el antivirus de la racionalidad y la lógica, conscientes de que detrás de cada infundio se esconde la malsana intención de hacer daño, como, por ejemplo, cuando en diciembre de 1956, tras el desembarco del Granma, agencias noticiosas yanquis difundieron que Fidel Castro estaba muerto.  

Así las cosas, vale la pena detenerse hoy en el blanco predilecto de una de las mentiras de moda en Washington DC: la colaboración médica cubana con el exterior. Algunos piensan que este resquemor es reciente; otros señalan que se originó sobre todo en los días del terremoto de Haití, hace una década, cuando los médicos cubanos que ya estaban allí en número próximo a 700, fueron reforzados con otros centenares de galenos para ayudar a paliar los daños terribles de la catástrofe.

¿Y qué tiene que ver eso con los Estados Unidos?, se preguntarán algunos. Tiene mucho que ver, afirmamos nosotros, porque es el caso que ese país, carente de personal médico idóneo, porque allá la salud es privada, al verse sin la posibilidad de enviar galenos, mandó soldados que llegaron rápidamente por vía aérea y marítima.

Así, los que arribaron en aviones se adueñaron del aeropuerto capitalino y se tomaron la facultad de distribuir la ayuda internacional que llegaba de forma creciente a Puerto Príncipe, no poca de ella procedente de Cuba y Venezuela. Los que vinieron por mar, lo hicieron mayormente en un portaaviones yanqui que se adueñó de la rada local.

El citado barco, de propulsión nuclear, producía cada día más de medio millón de litros de agua potable, que los marinos envasaban en recipientes plásticos de cinco y diez litros para luego ser cargados en helicópteros y suministrados a los pobladores en y en torno a la capital haitiana. Pero he aquí que, por desidia o para ganar tiempo, no pocas veces los tripulantes tiraban los galones sobre las cabezas de la multitud con lo cual causaron no pocas víctimas por traumatismo.

El mando de la todopoderosa US Navy en la zona pasó por el trago amargo de tener que trasladar en esos mismos medios de transporte aéreo, a médicos cubanos a las áreas más necesitadas de auxilio, lo que, sin duda, tuvo que causar no pocas ronchas.

Si se mira bien, eso de lanzarles la ayuda por la cabeza a sus destinatarios, está en sintonía con la imagen del presidente Donald Trump en Puerto Rico —devastado a raíz del paso del Huracán María—, tirándoles paquetes de papel sanitario por la cabeza, a damnificados que apenas tenían que comer.

Pero volvamos a la cascada de calumnias contra Cuba en el terreno de la contribución médica con el exterior. Esta no es nueva, sino que data de décadas atrás, cuando EE. UU. puso en práctica el programa de Parolee con el propósito de provocar la deserción de personal médico cubano en el transcurso de sus misiones en otros países.

Por entonces, determinado número de médicos de la isla dieron la espalda a su juramento de graduados y a su deber ante el pueblo de la nación en la cual prestaban servicios, para irse a la tierra prometida donde el Estado no les brindó ninguna ayuda por su condición de doctores y terminaron lavando platos en restaurantes, limpiando pisos y cuidando ancianos, entre otras actividades, porque, en su autosuficiencia galopante, Estados Unidos no reconoce títulos que otorgan universidades extranjeras.

 ¿Entonces, para qué se los llevaron?, se preguntarán algunos. La respuesta es simple: para hacer daño, para desprestigiar al sistema sanitario de la isla, porque en Washington no aceptan que Cuba siga siendo libre después de haberse gastado cientos de millones de dólares en desestabilizarla y haber lanzado contra ella todo tipo de agresiones sin haber logrado la destrucción de la Revolución cubana.

 El 25 de marzo pasado, la embajada de Estados Unidos en La Habana difundió un mensaje en el cual se acusaba a Cuba de “retener la mayor parte del salario que ganan sus médicos y enfermeras mientras sirven en sus misiones médicas internacionales y los expone a condiciones laborales atroces. Los países anfitriones que buscan la ayuda de Cuba para COVID-19 deberían analizar los acuerdos y poner fin a los abusos laborales”.

En respuesta a tan venenosa calumnia, acompañada de la intención de sabotear la colaboración cubana con países de Europa, el Caribe y África, Cuba dobló su apuesta enviando nuevas brigadas solidarias a Italia, Angola y otras naciones. Vale señalar que no existen quejas de personal médico cubano por la supuesta explotación, porque lo cierto es que en la isla se les sigue pagando su salario —recientemente incrementado—, y, además, el dinero que les aporta el cumplimiento de estas misiones, les permite resolver importantes carencias.

Cuba corre con los gastos de formación de miles de médicos cada año —cubanos y extranjeros— en sus escuelas, universidades y laboratorios, los cuales reciben estipendio del Estado hasta que se gradúan. El dinero que aportan las misiones de este capital humano en el exterior, se dedica a mejorar el sistema sanitario del país en medio del feroz bloqueo, y a aumentar su ayuda a naciones con graves problema de salud. Entretanto, Estados Unidos choca con la contradicción de que los hijos de los millonarios son pocos y no quieren estudiar Medicina, mientras los vástagos de familias pobres y de clase media no disponen de los $300 000 dólares que les costaría pagar una carrera. Entonces, esos alumnos adquieren créditos bancarios con altos intereses que después estarán amortizando prácticamente toda la vida. Esa es la dura verdad que tanto les duele, contradicción que no han podido ni podrán resolver mientras sean un imperio. Por eso disponen de muchos soldados para invadir y sojuzgar naciones, pero muy pocos médicos para curar personas.  

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

2 comentarios

  1. Tiene usted toda la razón pero quiero agregar algo más y es que al principio de la pandemia cuando se detectaron los primeros casos en Cuba aquí en EU (Yo vivo aquí) las redes sociales se llenaron de comentarios insidiosos de cubanos residentes aquí sobre una supuesta debacle en Cuba pero cuando vieron que el gobierno cubano actuó como se debe hay un silencio total pues tuvieron que callarse y guardar su odio y frustración

    • Creo que el costo de carrera en Estados Unidos es mas que $300 mil, en constraste, no conozco ningún médico que sea pobre.

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