Nunca lavé tanto en mi vida

María Teresa Calero Linares gasta manos y energías desinfectando la ropa del centro de aislamiento La Playita, en el municipio espirituano de Jatibonico

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Entre todos tenemos que contribuir para detener la pandemia, aseveró María Teresa. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)
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Entre todos tenemos que contribuir para detener la pandemia, aseveró María Teresa. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

Arropada de pies a cabeza, solo le queda un portillo para mirar ese paisaje de sobrecogimiento y tensión; es como si se asomara a una ventana por la que divisa el peligro y hasta le permite imaginar los rostros de esos pacientes que se guarecen cabaña adentro, aislados de todo contacto; al otro lado de la línea roja, ella reparte alegría, gasta sus manos y energías por tal de procurarles siempre ropa limpia y segura.

María Teresa Calero Linares no repara en su altruismo laboral, capaz de convertirla en una pieza clave del centro de aislamiento La Playita, en Jatobonico; tal vez el miedo que le perdió a la      COVID-19 sí la atrapó cuando tuvo delante la grabadora y cámara fotográfica, como si la humildad de su trabajo jamás mereciera el protagonismo.

“Nunca lavé tanto en mi vida”, dijo y sus palabras pasaron la barrera del nasobuco y se colaron por los huecos de la malla perimetral, que también marcó la distancia en el diálogo; detrás, las tendederas de ropa verde por doquier aseveran la confesión.

Aun por debajo del ropaje destila laboriosidad; como suponer sus títulos de maestra primaria y técnico de nivel medio en Agronomía Integral; mucho menos esa ocupación de custodio en la escuela primaria del caserío El Cinco, a orillas de Jatibonico; hasta sorprende cuando asegura: “Me considero una mujer instruida, sobre todo, soy una gente muy humana, siento mucho por las personas”.

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Cuenta María Teresa que muchas veces les coge las dos de la madrugada y a las siete de la mañana ya están lavando otra vez. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

Los sentimientos traspasan la bata y sobrebata; se delatan cuando la humedad invade sus ojos y revela que llegó allí el 30 de junio. Desde entonces para María Teresa no hay horas ni días, sino montañas de ropa que van y vienen en un ciclo interminable. “Ni yo misma sé de dónde saco fuerzas para lavar tanto, hacer las guardias en la escuelita cada dos noches y estar pendiente de mi casa; pero siempre alegre y cuidándome”.

En dos lavadoras, María Teresa y otra compañera en igual función lavan casi toda la ropa asociada al enfrentamiento a la pandemia en ese municipio, proceso que al compás del rebrote de la enfermedad amplió su magnitud; “muchas veces nos coge las dos de la madrugada y a las siete de la mañana estamos lavando otra vez”, dice.

¿Acaso su labor se asemeja al lavado rutinario de la casa?

Ni pensarlo, mi trabajo aquí es grande; primero recoger toda la ropa que sale de la llamada zona roja, después de que la introducen en un tanque con hipoclorito donde se desinfecta; esa ropa permanece dos o tres horas en esa vasija, luego la sacamos, la llevamos para la lavandería, allí se le hace otra vez el proceso con cloro, detergente, jabolina, se enjuaga y se lleva a la secadora que tenemos aquí. Esa ropa cuando la vuelve a usar el paciente y el personal médico va segura.

En un centro como este hay riesgo, ¿no le acosa el temor?

Hasta ahora no he tenido contagio, me han hecho PCR y nos exigen mucho, uso botas, batas, dos pares de guantes, la mascarilla, el gorro… Las personas tienen miedo de venir a trabajar aquí, pero solo hay que respetar al detalle cada medida y los protocolos.

Aquí nos cuidan mucho, lo mismo la administración que la jefa del centro, hasta el médico se preocupa por nosotras. Las reglas están claras, ellos me dicen: ‘No puedes tocar esto, de aquí para allá no puedes pasar; uno tiene límites y se trata de cumplir eso al pie de la letra.

¿Por qué esa montaña de ropa a diario?

La gente no es capaz de imaginar la cantidad de ropa que se lava aquí en un día; a todos los que están aislados se les cambia diariamente la ropa, pero la mayor rotación de vestuario es la del personal médico; cuando pasan a llevarles los alimentos varias veces en el día y a chequearlos, cada vez que salen de una cabaña se cambia toda la ropa y se pone limpia.

¿Se puede permanecer en un trabajo tan exigente?

Hoy por la mañana lloré muchísimo, porque aquí cada quien está en su área y el administrador de La Playita me mandó un mensaje a mi celular con saludos para las dos que estamos en la lavandería, diciéndonos que admiraba nuestro trabajo porque él ve el sacrificio que estamos haciendo en un momento de mucho riesgo; también nos pedía que nos cuidemos, que ya habrá tiempo para reconocer y celebrar tanto trabajo; me sentí muy emocionada.

A lo mejor no me lo creen, pero me gusta lo que estoy haciendo, es un trabajo necesario; claro, esto no es un juego, hay que extremar las medidas sanitarias, por eso he aprendido mucho de protocolos, normas, procedimientos; pero esta ropa hay que lavarla y entre todos tenemos que contribuir para detener la pandemia; conmigo pueden contar, seguiré aquí el tiempo que haga falta.

José Luis Camellón

Texto de José Luis Camellón
Reportero de Escambray por más de 15 años. Especializado en temas económicos.

Comentario

  1. Muy sacrificado su trabajo bajo el peligro de contagiarse aun con las medidas que se tomen , basta con una pequeña dosis de mala suerte para asi llamarlo y contraer la enfermedad la cual una vez contraída no importa para entonces las estadisticas a nivel mundial creo que a esa hora la única estadística que piensa el pasiente es cuanto por ciento existe de agravar o no y en el peor de los casos sobrevivir. Mi admiración para esa persona que cada dia se enfrenta a la posibilidad de la presecia de la covid. Y me llama la atencion que aun prestando servicio en la linea roja tenga que continuar ejerciendo el trabajo de custodio para obtener su ingreso salarial

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