La Revolución es el mayor tributo a Fidel

Hace cinco años los cubanos sufrimos la orfandad más dolorosa con la partida física de Fidel Alejandro Castro Ruz, el hombre, el dirigente, el líder que por casi seis décadas rigió los destinos de Cuba

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Fidel fue y sigue siendo guía indiscutible de esta Revolución. (Foto: Juventud Rebelde)

Nunca olvidaremos aquel viernes 25 de noviembre de hace exactamente un lustro cuando, al filo de aquella triste medianoche, el General de Ejército Raúl Castro Ruz compareció oficialmente para anunciar la partida física de Fidel, su hermano y compañero de juegos de la infancia, pero también su jefe y guía, que llevó a nuestro pueblo al triunfo del primero de enero de 1959 al frente de la Revolución cubana.

Aunque la edad y achaques de la vejez permitían intuir la dolorosa cercanía de tal evento aciago, al conocer el deceso de nuestro líder histórico los cubanos revolucionarios fuimos sacudidos por un cataclismo de emociones donde predominaron la amargura, el dolor y el llanto en una cascada de sucesos que se extendieron por muchos días hasta las exequias de sus ilustres cenizas en Santa Ifigenia, la necrópolis que atesora, asimismo, los restos gloriosos de Céspedes y Martí, entre otros excelsos patriotas.

Rodeado de símbolos, y símbolo él mismo, Fidel entró en la eternidad el día que se cumplían 60 años de la partida de la expedición del Granma desde el puerto mexicano de Tuxpan, donde consumó la primera parte de su promesa-compromiso-vaticinio: “Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo”, que siguió a otra que hizo antes, la cual expresa: “En 1956 seremos libres o seremos mártires”.

Y aunque la liberación tardaría 25 meses, desde el 2 de diciembre de aquel año, fecha del azaroso desembarco, Fidel y un pequeño grupo de sus seguidores fueron libres en las montañas orientales, compartiendo su suerte con los campesinos y bañándose en los arroyos de la sierra, mientras libraban desigual contienda frente a miles de soldados del tirano.

No se trata de repetir cronológicamente en estas líneas todos los momentos culminantes de la epopeya fidelista, sino de destacar algunos hitos que bastan para evidenciar la excepcionalidad del hombre que, con un puñado de valientes, asaltó la segunda fortaleza militar de Cuba el 26 de julio de 1953; del hombre que, solo frente al tribunal que lo juzgó por aquellos hechos y rodeado de guardias armados, tuvo la valentía de convertir en acusados a los acusadores y de fustigar al dictador en los más duros términos.  

De Fidel tenemos todo el derecho del mundo a sentirnos orgullosos y agradecidos los cubanos, porque, siendo rico de cuna renunció al patrimonio paterno para dedicarse al ideal de la libertad de su patria, porque cumplió y superó las promesas hechas en su alegato de defensa en el citado juicio, devenido Programa del Moncada; porque siempre defendió las causas justas, porque inició la Revolución y la llevó a la victoria, porque puso a Cuba en el mapa político del mundo, y por mil razones más. 

Un repaso sucinto de la trayectoria del héroe nacido en Birán, Oriente, el 13 de agosto de 1926, muestra un récord impresionante e inigualable de victorias acumuladas a lo largo de más de medio siglo, sin claudicar nunca a sus principios, victorias tanto más meritorias cuanto que las obtuvo en la mayoría aplastante de los casos frente a la superpotencia estadounidense, dada a lograr sus propósitos por medio de presiones, chantajes, agresiones y asesinatos, cuando no del soborno. 

Fidel marcó en este continente los límites del poder de ese imperio todopoderoso y prepotente, y puede decirse que se acostumbró a derrotarlo como en la Lucha Contra Bandidos, Girón, la Crisis de Octubre y otras incontables batallas. Fue igualmente un vencedor excepcional al sobrevivir a 638 planes de asesinato.

Porque si Washington hizo todo en esta parte del mundo por asfixiar a la Revolución cubana, aislándola de las hermanas naciones latinoamericanas y caribeñas con sus presiones en el seno de la desprestigiada OEA, Cuba, bajo el liderazgo insuperable de Fidel, le respondió con creces aquí y en otras latitudes, directa o indirectamente, como ocurrió en la tierra de los anamitas, país que recibió ayuda masiva de la pequeña nación insular en su desigual enfrentamiento con Estados Unidos, coronado en victoria.

Quizá de igual o superior calibre fue la contribución cubana a la liberación de Angola y de Namibia y la caída del apartheid en Sudáfrica, así como a la preservación de la integridad territorial de Etiopía, campañas exitosas en tierras africanas cuyo mayor valor fue su carácter solidario internacionalista, donde no medió en absoluto el interés mezquino que marcó allí las acciones de colonialistas y capitalistas a lo largo de siglos.  

Ese es Fidel, nuestro Fidel, impulsor de la Reforma Agraria, de la Campaña de Alfabetización, la educación, la salud, la cultura y el deporte en nuestro país; artífice de la voluntad hidráulica y la revolución energética, propulsor de la lucha contra el cambio climático, de la Batalla de Ideas y de la promoción de las ciencias, cuyos mayores logros los tenemos en esos días con la creación de cinco vacunas cubanas contra la covid que nos dan soberanía y contribuyen a preservar la Revolución en la salud del pueblo. 

Hoy no cabe mayor tributo al hombre que prohibió todo culto en torno a su persona que preservar su legado histórico con la pervivencia y progreso de su obra cumbre: la Revolución cubana.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

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