Cuando el cuartel de Yaguajay se convirtió en una ratonera (+fotos)

Hace 64 años caía en manos del Frente Norte de Las Villas, bajo el mando de Camilo Cienfuegos, esta fortaleza militar luego de 11 días de contienda bélica

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El Dragón Ifue capaz de resistir fuego de fusil y ametralladoras. (Fotos: Perfecto Romero)

Cuando pasadas las cuatro de la tarde del 31 de diciembre de 1958 los dos suboficiales, enviados por el capitán batistiano Alfredo Abón Lee, autoridad máxima del Escuadrón 37, de Yaguajay, se aproximaban a Camilo Cienfuegos para solicitarle una tercera tregua, vieron retratada la respuesta en la cara del Comandante de las fuerzas rebeldes.

—No tengo nada que hablar con ustedes; únicamente lo haré con su jefe.

A escasos minutos, con rostro grave y ojeras al borde de las mejillas, Abón Lee estaba frente al Señor de la Vanguardia planteándole la urgencia de retirar a los muertos y los heridos de la fortaleza militar a la vuelta de 11 días de combate.

—No hay tregua que valga. Si no se rinden ahora mismo, les derrumbamos el cuartel sobre sus cabezas.

Camilo no pecaba de alardoso; lo sostenía con firmeza por una razón: desde las dos de la tarde de ese día ya contaban con el mortero de 81 milímetros y la bazuca antitanque, enviados desde Santa Clara por Ernesto Che Guevara, al mando del Frente de Las Villas.

Antes de que el fuego artillero se concentrara sobre la fortaleza enemiga, el morterista conminó a los sitiados a rendirse, desde el altoparlante montado debajo del puente sobre el río Máximo.

—Acábense de rendir, lo tienen ya todo perdido.

Era el primer teniente Reinaldo Pérez Valencia, otrora jefe del cuartel de Fomento, que, al caer en poder de las fuerzas del Che, determinó sumarse a estas; justamente, el Comandante rebelde le ordenó acudir a Yaguajay, donde se vio ante un dilema: entre las huestes adversarias se hallaba su hermano Isidro.

Esa es la realidad de la guerra, advierten los historiadores Osiris Quintero y Gerónimo Besánguiz, quienes han destacado la coordinación con que actuaron el Che y Camilo para darle el tiro de gracia a la tiranía en suelo villareño a finales de 1958.

Los días de la batalla constituyeron expresión de las virtudes de Camilo como estratega militar.

Al respecto, los historiadores manifiestan que el Comandante de la Columna No. 8 Ciro Redondo visitó Yaguajay en tres oportunidades; en específico, los días 23, 25 y 30; en la última intercambió con Camilo en el central Narcisa, donde este puso al tanto a Ernesto Guevara de la marcha de las acciones combativas y de la terquedad del capitán batistiano de no deponer las armas.

—Te voy a prestar mi boina; vas para el cuartel y cuando el Chino te vea, verás que se rinde enseguida, le dijo el Che en tono distendido.

—Eso mismo voy a hacer yo; te presto mi sombrero, te presentas en el Regimiento Leoncio Vidal, y cuando ellos te vean con mi sombrero, seguro que se rinden, le ripostó Camilo con la gracia cubanísima que lo hacía un singular Comandante del Ejército Rebelde.

Independientemente de ese pasaje, que corrió de boca en boca entre los pobladores del norteño municipio espirituano, a los dos líderes guerrilleros les asistía una certeza: a esa altura de la batalla, el enemigo —encabezado por Abón Lee, quien asumió la jefatura del Escuadrón 37 al poner pies en polvorosa el día 22 el mayor Roger Rojas Lavernia— estaba en una ratonera, consecuencia de acontecimientos registrados en cadena.

Todo inició el domingo 21 de diciembre con el estrechamiento del cerco a la cabecera municipal a cargo de las tropas dirigidas por el Comandante Félix Torres y el capitán William Gálvez; una vez ocupados los ingenios Vitoria y Narcisa durante la jornada siguiente, comenzó el hostigamiento al adversario dentro del poblado.

El día 24 las propias fuerzas del Frente Norte tomaron el hotel Plaza, el Ayuntamiento, la estación de Policía y la planta eléctrica, acciones que le costaron 18 bajas al contrario (tres muertos, seis heridos y nueve prisioneros ilesos); el resto marchó en estampida en busca de la fortificación, ubicada a las afueras del poblado, la cual desde antes del 31 de diciembre —alegan Quintero y Besánguiz— se había tornado un callejón sin salida.

INFIERNO EN LA GUARNICIÓN

Como si hubieran recorrido palmo a palmo la fortaleza cercada, los historiadores yaguajayenses fotografiaron con palabras el infierno que vivían unos 350 hombres dentro del cuartel.

Las moscas verdes lo cubrieron todo —describen los estudiosos—, atraídas por los muertos sepultados casi a ras de tierra, el más de medio centenar de animales en estado de descomposición y de los excrementos humanos, diseminados por doquier. Al colapsar las tasas sanitarias, hacían las necesidades fisiológicas en el piso y, como apuntara William Gálvez en su libro Camilo, Señor de la Vanguardia, aquellas emanaciones irritaban los ojos y producían un lagrimeo constante, así como arqueadas en los sitiados.

Agotados los medicamentos, no quedó otra elección que curar a los heridos con vinagre; circunstancia que carcomió la ya frágil moral combativa, pues era la única opción que les aguardaba a las posibles víctimas del ataque rebelde.

Como es de suponer, en medio de aquel panorama el agua se puso a cuentagotas, en lo fundamental a partir del 23 de diciembre, cuando la plaza enemiga quedó sin servicio eléctrico, vital para el funcionamiento de la turbina destinada a la extracción del líquido del pozo; adonde debían llegar arrastrándose ahora los sitiados a sacarlo manualmente, a merced de las balas.

Asimismo, el hambre fue llenando los estómagos con más hambre; ello explica —según los mencionados historiadores espirituanos— la decisión el día 30 del soldado y herrero de la fortaleza militar, Miguel Fernández, conocido por el Mulo, de ir a la cuadra para traer algún puerco.

—¡Te volviste loco pa’l carajo! Eso es muy peligroso, le alertaron.

Pero el hambre pudo más que la advertencia. Un disparo le cortó el paso en seco en el intento de atravesar el patio. Ya en la barraca, quiso que le permitieran salir para que lo intervinieran quirúrgicamente; sin embargo, apenas encontró oídos sordos entre los oficiales. Así, compañeros de armas lo llevaron también a la tumba.

El Escuadrón 37 después de la rendición el 31 de diciembre de 1958.

RENDICIÓN: CRITERIOS DIVIDIDOS

Amanecía el 31 de diciembre. El cuartel del Escuadrón 37 semejaba una olla de presión, puesta al rojo vivo del fuego durante 10 días. Los soldados batistianos se negaban a salir del dormitorio para ocupar sus posiciones habituales de combate. Ante tanto desánimo y cansancio…

—¿Qué mierda les pasa a ustedes? ¡Arriba!, ¡arriba!, los apremiaba el teniente Márquez.

Entre los acantonados no existía coincidencia acerca de una posible rendición, debido a la heterogeneidad de los concentradas allí; léanse el Batallón 22 y el Escuadrón 37 —dirigidos por Abón Lee—, la Policía, los guardajurados y los llamados chivatos. La mayoría consideraba que el arribo de refuerzos del Ejército de la dictadura constituía mero espejismo; la minoría, incluido el cuadro de mando, divergía de esa opinión y no abdicaba, parapetada en la defensa de su honor militar y de la Constitución de la República, la misma que Batista mandó a pasear con el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.

A ciencia cierta, militares del Escuadrón 37 no eran partidarios de deponer las armas porque —como argumentan Quintero y Besánguiz— tenían sus manos manchadas de sangre, y llevaban tatuada en la cabeza la advertencia que les formulara el Héroe de Yaguajay durante la primera tregua, ocurrida el día 24: si se rendían todos serían puestos en libertad, con excepción de quienes cargaban con crímenes, por los cuales responderían ante la justicia revolucionaria.

La atmósfera dentro del cuartel llegó a ponerse tan enrarecida que —según testimonió un antiguo miembro de la Policía— algunos manejaron la posibilidad de una sublevación, incluido el arresto del capitán batistiano.

Sin embargo, Abón Lee no era un oficial improvisado y, como sabueso viejo, olió o le chivatearon que algo se tramaba. Desde entonces, dos soldados de su batallón semejaban estacas paradas delante de la oficina, devenida puesto de mando, de donde el Chino no sacó más un pie.

Camilo y un grupo de rebeldes en las cercanías del cuartel de Yaguajay.

COROLARIO

Que las huestes batistianas se vieran contra la pared en la tarde del 31 de diciembre constituía expresión cabal de las virtudes de Camilo como estratega militar al mando del Frente Norte de Las Villas, compuesto por la Columna No. 2 Antonio Maceo y los destacamentos guerrilleros Marcelo Salado y Máximo Gómez; fuerzas que durante la batalla contaron con el aporte de los combatientes de la lucha clandestina y del pueblo, en general, destacan los historiadores.

Que pasadas las cinco de la tarde empezaran asomarse las banderas blancas por cada flanco de la fortaleza revelaba, igualmente, que, ante el ultimátum de Camilo, el capitán Alfredo Abón se vio hecho polvo debajo los escombros del cuartel.

Enrique Ojito

Texto de Enrique Ojito
Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la obra de la vida (2020). Máster en Ciencias de la Comunicación. Ganador de los más importantes concursos periodísticos del país.

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